viernes, 14 de octubre de 2016

Sermón de Yom Kipur 5777

Este es mi decimoquinto año que estoy parado acá la noche de Kol Nidré. Creo que tengo la confianza para comentarles que este sermón viene un poco tropezado.

No sé exactamente por qué. Generalmente un par de días antes ya tengo la idea principal de lo que quiero decir y después van apareciendo las asociaciones, las historias y los conceptos que le van dando la forma.
No fue lo que pasó este año. 

¿Será que me estoy poniendo viejo? ¿Quizás después de tantos años ya no tenga nada interesante para decir?

Tal vez la explicación venga por otro lado. ¿Es posible que la intensidad del año que tuvimos - fue verdaderamente extraordinario y agotador - me haya dejado espiritualmente exhausto sin la posibilidad de articular algunas ideas frescas para compartir esta noche?

Se me ocurre también que pueda estar influyendo de alguna manera un factor personal. Dentro de exactamente un mes, nuestro hijo Dan tendrá su ceremonia de Bar Mitzvá y eso hace que mi cabeza haya comenzado a funcionar con una nueva variable: Cada vez que tengo que registrar algo para hacer, inconscientemente al lado aparecen las letras ABD o DBD: Antes del Bar Mitzvá de Dan o después del Bar Mitzvá.

¡Qué cabeza la mía!

En realidad más que cabeza debería decir ¡Qué cerebro el mío! Es que es allí, en el cerebro, es en donde se desarrollan las funciones cognitivas y emotivas y del control de actividades del ser humano.

Nuestro cerebro es fascinante. Mide aproximadamente 2 metros cuadrados pero sorprendentemente cabe en la cabeza porque este plegado de una forma muy particular.

En la antigüedad se consideraba que el órgano que regulaba lo cognitivo y lo emocional era el corazón. Cuando el Shemá Israel dice: “Amarás a Adonai con todo tu corazón”, no se refiere solo a Amar a Dios como un “amor” romántico” basado solo en emociones, sino también incluye tu parte racional.
De manera casi paradójica, hoy sabemos que el corazón no es el origen de nuestras emociones pero si su principal víctima…

Volviendo al cerebro, he notado que durante los últimos dos años leí varios libros sobre el tema. Digo esto no para que me consideren un conocedor, nada más lejos de la realidad, sino como un testimonio del auge que ha tenido en los últimos 20 años la neurociencia, la ciencia que estudia el cerebro y su funcionamiento.
Uno de los primeros libros de neurociencia que leí se llama “Ágilmente” del biólogo argentino Estanislao Bachrach.

Al final del primer capítulo, el autor describe la técnica de las seis palabras: puedes expresar cualquier desafío creativo – este sermón por ejemplo – en una frase con esa cantidad de palabras.

Se imaginan lo que eso significa. Un sermón mío de Kol Nidré tiene entre 1500 y 2000 palabras y tengo que poder resumirlo en seis. Probemos:

“Yom Kipur: la voluntad del cambio” – descartado, muy genérico.
“Decidir tomarnos en serio nuestras vidas” – no sé, no me convence…
No es fácil el ejercicio. 

A Winston Churchill se le atribuye la siguiente frase: Si tengo que hablar una hora me preparo en tres minutos, pero si tengo que hablar tres minutos debo prepararme durante una hora.

Dejemos por un momento el ejercicio de las seis palabras y regresemos al cerebro.

En otro pasaje del libro, Bachrach afirma que a diferencia de lo que se creía antiguamente, que el ser humano es un ser racional que tiene sentimientos, hoy en día los científicos acuerdan que el ser humano es un ser emocional que ha aprendido a pensar, es decir nuestra respuesta a cualquier situación cotidiana está más influenciada por la emoción que por la razón.

Por si les quedan dudas, deténganse por un momento y miren a su alrededor lo que está ocurriendo aquí esta noche.

¿Cómo explicamos de que se trata Yom Kipur? 

Si, conocemos las razones, la expiación, los rituales, el veredicto divino, etc., etc., etc., sin embargo puedo apostar que casi nadie está aquí de verdad porque cree que el contenido conceptual de Yom Kipur sea el punto central de la experiencia. 

Hay festividades con nociones mucho más poderosas y relevantes que no convocan ni una quinta parte de los que estamos hoy aquí.

Recitamos hace un rato el Kol Nidré. 

Fíjense que interesante. Por única vez en el año casi todo el mundo llegó temprano. La sinagoga llena, la gente vestida acorde a la trascendencia de la jornada, el clima de solemnidad que nos envolvió en ese momento casi mágico… todo eso para recitar una declaración, una fórmula que está en arameo y que si lees la traducción pensarás que fue escrita por un notario.

¿Y qué me dicen del ayuno? Quien puede justificar solo a partir de la razón una práctica tan distante, tan ajena a nosotros, que es sin embargo observada por la amplia mayoría del pueblo judío.

En otro libro sobre el tema del cerebro llamado Las Neuronas de Dios, el autor Diego Golombek (también biólogo y argentino) afirma: “Cuando una imagen religiosa… genera una sensación espiritual, las áreas de asociación visual o auditiva conectan estas señales externas a las emociones que hayan experimentado a lo largo de la vida.” 

Tanto a nivel individual como grupal, en Yom Kipur se plasman las emociones de una forma única en el año. La memoria colectiva emerge con rituales, melodías e imágenes que nos conmueven hasta las fibras más intimas de nuestro ser. Somos seres emocionales que hemos aprendido a pensar.

Por eso, la pregunta valiosa que podemos plantear en esta noche sagrada es como hacemos para que nuestra vida sea cónsona con esta realidad. En una dinámica cotidiana que parece querer racionalizarlo todo, ¿cómo hacemos para no esconder nuestros sentimientos? ¿Cómo expresar las emociones sin que sean consideradas una muestra de debilidad? ¿Cómo lograr vivir vidas en donde lo que hacemos sea consecuencia de lo que sentimos y no al revés? 

Mostrarnos como somos, seres emocionales que aprendimos a pensar.

Vuelvo a la técnica de las seis palabras:
“Yom Kipur, emociones combinadas con razones”
“Vivir de acuerdo a nuestras emociones”
No me convence ninguna frase. Tendré que seguir después.

En el libro que les mencioné recién, encontré otro concepto fascinante - que yo al menos desconocía - y que nos puede ser de mucha utilidad para reflexionar esta noche: Las neuronas espejo.

Se  trata de  un grupo de células que fueron descubiertas hace 20 años por unos investigadores italianos, que están relacionadas con nuestro impulso a imitar aquello que estamos observando.

Cuando vemos a alguien realizar una acción, nuestras neuronas espejo tratan de copiar esa acción. Por eso a veces pateamos una pelota imaginaria cuando estamos compenetrados viendo un partido de futbol y más conocido aún, por eso bostezamos cuando vemos a alguien bostezar.

Y al sentir como propias esas acciones, pareciera ser que también somos capaces de identificarnos con lo que sienten nuestros semejantes. Por eso nos angustiamos al ver una película de terror y nos conmocionamos cuando vemos a una persona darse un golpe. 

Las células espejo son muy importantes por varias razones, en primer lugar porque son las que generan empatía. Me conectan con el otro, me colocan en su piel. Puedo compartir sus sentimientos y ello me lleva a la compasión que es un sentimiento humano profundamente noble.

Somos seres sociales a partir de nuestra capacidad de vincularnos con los demás y en ese sentido la experiencia religiosa ha jugado un papel fundamental tal como la antropología lo ha demostrado. 

La propia etimología de la palabra “Religión” pareciera corroborarlo, pues proviene del latín “religare” y significa “ligarse fuertemente”, algunos creen que se refiere al lazo con lo trascendente, pero como los sociólogos de la religión lo han podido estudiar, puede que también tenga que ver con la forma en que la experiencia religiosa nos enlaza fuertemente con las otras personas.

Como vemos esta noche, la dimensión comunitaria ocupa un lugar fundamental en la vida judía. Si nos quedábamos en casa, nos hubiéramos ahorrado las corridas, los preparativos y el endemoniado tráfico de la ciudad a esta hora. Sin embargo, sabemos que no sería lo mismo; y aquí estamos, reunidos como comunidad para compartir juntos, empáticamente, la jornada más solemne del año.

Las neuronas espejo tiene otro aporte fundamental para hacer y han sido clave en el proceso evolutivo: Nos permiten aprender por imitación. 

Nuestra capacidad de adquirir habilidades por observación, incluso desde bien pequeños, posiblemente este profundamente relacionado con el lenguaje (las neuronas espejo se encuentran ubicadas en la corteza frontal inferior del cerebro, es decir cercanas a la zona del lenguaje), y la imitación de gestos y sonidos.

Aprender por imitación es una forma muy eficaz de aprender.

El humorista judío americano Sam Levenson (quien murió en 1980) contaba que su mamá iba el primer día de clase para hablar con el profesor y le decía: si mi Samuelito hace algo mal usted péguele a su compañerito, el siempre aprende con el ejemplo.

Si las neuronas espejo nos incitan a emular aquello que vemos, quizás lo que debiéramos proponernos es seleccionar mejor lo que miramos. Si inconscientemente tenemos la tendencia a imitar la información que recibimos, debemos desarrollar un filtro de calidad porque pareciera ser que nos vamos a convertir en aquello que miramos o escuchamos. Eso incluye desde nuestras lecturas y programas de televisión hasta quienes son los paradigmas de éxito que tomamos como modelo.

El rabino Abraham Joshuah Heschel, uno de los grandes pensadores del siglo XX, en un destacado artículo sobre educación dijo lo siguiente (una de mis frases favoritas): “Lo que necesitamos más que ninguna otra cosa no son textbooks (libros de texto) sino Textpeople, personas de texto. Es la personalidad del maestro el texto que los alumnos van a leer; ese texto que no se van a olvidar nunca.”

El aprendizaje por imitación nos trae malas y buenas noticias. La realidad que vemos nos llena de angustia y preocupación pero está en nosotros la posibilidad de cambio. Solo es cuestión de identificar los modelos a imitar - no ciegamente sino siempre con espíritu crítico - pero confiados en que una buena selección de arquetipos debe redundar en un resultado positivo.

Vuelvo a mi ejercicio de las seis palabras:
“Yom Kipur: neuronas espejo y arquetipos”
“Definir e imitar modelos conductuales positivos”
Sigo sin convencerme. Esta difícil esto de la seis palabras…

“Usar el cerebro” es otro apasionante libro de divulgación de neurociencia (prometo que es el último que menciono) escrito por el conocido neurólogo argentino Facundo Manes.

Allí se afirma que existe en la neurología una patología que se manifiesta como una miopía de futuro. Quienes la padecen solo piensan en lo inmediato y se les hace imposible pensar a largo plazo.

¿A cuantas personas conocemos que les pasa eso? Posiblemente no como patología pero sus actitudes parecen afirmar esa incapacidad. ¿Cuántas veces somos nosotros los que tomamos decisiones enfocadas en el cortoplacismo y buscando la retribución inmediata?

Yom Kipur nos recuerda la trascendencia de nuestra experiencia y la necesidad de asumir los cambios de fondo, cuyos resultados no van a darse en quince minutos ni en una semana. 

Definir la vida que queremos vivir es un ejercicio profundo y desafiante. Posiblemente algunas decisiones que tomemos hoy se reflejarán en nuestras acciones de forma inmediata, pero otras, tardarán mucho más tiempo en plasmarse en la realidad.

Eliminemos la miopía del futuro, entendamos que cada acción y cada decisión tendrá consecuencias y que nuestro futuro será edificado a partir de cada ladrillo que vayamos colocando.

Esta mañana coloque en Twitter una frase del rabino Harold Kushner que posiblemente nos sirva de corolario: “No tienes que ser un prisionero de tu pasado. Tú puedes ser el arquitecto de tu futuro.”
De eso se trata Yom Kipur, de decidir comenzar a construir el futuro; con coraje, con decisión y con mentalidad de largo plazo.

Finalmente creo que lo tengo. Encontré lo que buscaba: definir mi sermón en seis palabras:
"Yom, Kipur: Emociones, arquetipos y futuro."

No hay comentarios:

Publicar un comentario