Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana
Rabino Daniel Kripper
Beth Israel Aruba
Rabino Daniel Kripper
Beth Israel Aruba
Esta Parashá del libro de Éxodo es la primera de las cuatro secciones que se refieren a la construcción del Mishkán o Tabernáculo, construido por nuestros antepasados en el desierto, luego de la salida de Egipto. En ella encontramos la descripción de la materia prima, de todos los elementos utilizados en la obra con las diferentes ofrendas de los hijos de Israel.
Así comienza nuestra Parashá: “Habla a los hijos de Israel y que separen en Mi nombre ofrenda. De todo hombre a quien voluntariamente mueva su corazón, habréis de tomar ofrenda para Mí.” (Ex. 25-1:2).
Llama la atención el énfasis sobre el carácter voluntario de los donativos. ¿Acaso la provisión de los materiales como las maderas, el oro, el cobre y la plata no era lo que importaba a la hora de erigir el santuario?
Al respecto leí una parábola que ilustra el sentido de este requisito de intencionalidad para que la ofrenda sea grata y deseable.
Se estaba construyendo el Templo de Jerusalén. Los obreros trabajaban afanosamente en las tareas de la costosa y lenta edificación. Un buen día pasó por allí una persona de paseo que se detuvo para observar las obras. El día era en extremo caluroso y, bajo aquel sol de justicia, los obreros trabajaban sudorosos y extenuados. El caminante se dirigió a uno de los trabajadores que, maldiciente y, con el rostro contraído por el esfuerzo y la acritud, levantaba una piedra enorme. – ¿Qué está haciendo, buen hombre?, preguntó el viajero.
– Ya lo ve, levantando esta enorme piedra. Con este sol abrasador el trabajo resulta insoportable. Esto no hay quien lo aguante. Un día tras otro. Un mes tras otro. Un año tras otro. Unos días, como éste, con calor, otros con lluvia, muchos con frío. Maldito el día en que me contrataron para este trabajo.
El paseante camina unos pasos y se dirige a otro trabajador que, después de golpear una enorme piedra con el pico, está levantando con gran esfuerzo para colocarla sobre otra.
– ¿Qué hace usted, buen hombre?, pregunta al esforzado trabajador.
Molesto por la mirada del visitante y malhumorado por el terrible esfuerzo que acaba de realizar, contesta mientras se seca el sudor:
– ¿Es que no lo ve? Estoy levantando este interminable muro que, si Dios no lo remedia, acabará conmigo.
El viajante avanza un poco más y se encuentra a un tercer trabajador que está realizando una tarea similar a la de los dos anteriores. Está levantando una enorme piedra para colocarla en el lugar adecuado.
– ¿Qué está haciendo usted, buen hombre?, pregunta por tercera vez el viajante.
El trabajador, sonriente y orgulloso, contesta de manera entusiasta
– Estoy construyendo un templo para el Eterno.
Los tres trabajadores estaban haciendo una tarea similar. Una tarea que requería esfuerzo y tesón. Pero la actitud con la que la realizaban era muy diferente. Uno maldecía la tarea. Otro, resignado y miope, realizaba rutinariamente su trabajo a la espera del jornal. El tercero disfrutaba de la tarea imprimiendo a su trabajo un sentido elevado y motivador.
Esta parábola nos invita a reflexionar sobre el sentido que le damos a nuestro trabajo así como a nuestra contribución a la obra colectiva.
En el judaísmo la buena disposición de dar con espíritu generoso y altruista ha sido proverbialmente fomentada en todos los tiempos. La Torá nos sugiere que las ofrendas motivadas por un propósito superior alcanzan una dimensión única, extra-ordinaria.
A diferencia de obligaciones exigidas desde afuera, estos presentes implican dar algo más que cosas materiales; se trata de darse de uno con verdadera intención espiritual. Este es pues el sentido último de la palabra “terumá”. Son ofrendas que nos elevan y nos estimulan a mejorarnos en cada área de nuestras vidas.
Estas enseñanzas que provienen de tiempos tan antiguos son sin duda aplicables en nuestro contexto actual. El ideal no es ir al templo sino convertirnos en el templo, inspirándonos en nuestro camino de autorrealización.
Rabino Daniel Kripper
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