“El judaísmo nos enseña a mantenernos adictos a la Santidad del tiempo, a sentirnos ligados a los acontecimientos sagrados y a aprender a consagrar los santuarios que emergen del grandioso fluir del año. Los Shabatot son nuestras grandes catedrales y nuestro Kodesh Hakodashim, nuestro Sancta Sanctorum es un altar que ni los romanos ni los germanos pudieron destruir, un altar que ni la apostasía pudo mancillar: Yom Kipur, el Día de la Expiación.
Bella y profunda, esta cita es un clásico del rabino Abraham Joshua Heschel, uno de los más notables pensadores judíos de la segunda mitad del siglo pasado.
En su libro El Shabat, reflexiona sobre la forma en que la tradición judía hizo del tiempo - y no del espacio - su eje fundamental. Por eso esta genial metáfora para describir al Shabat como una catedral en el tiempo y a Yom Kipur como el Kodesh Hakodashim, el Santo de los Santos, lo más sagrado de todo.
“Según los rabinos de la antigüedad - Sigue diciendo Heschel - no es la observancia de Yom Kipur sino el día en si mismo, la “esencia del Día”, que con el arrepentimiento del hombre expía los pecados de este.
No la observancia sino la “esencia del Día”.
Hay algo verdaderamente extraordinario en Yom Kipur. Es difícil expresarlo con palabras y es imposible de comprender para quien no lo ha vivido. Una jornada cargada de simbolismo que nos convoca a todos, como ninguna otra en el año. El Kodesh Hakodashim. ¿Cuál es el secreto de Yom Kipur? Y más importante aún, ¿qué podemos aprender de la experiencia de Yom Kipur para el resto del año?
Estoy parado hoy aquí frente a ustedes por decimoctava oportunidad. Son 18 años ya que me presentó frente a la congregación en esta noche sagrada para abrir mi corazón y compartirle mis pensamientos y mis inquietudes.
18 años. Eso significa que en lo que respecta a Kol Shearith Israel soy mayor de edad y eso nos permite tener una conversación de adultos. Y con este espíritu quisiera traer un concepto importante para colocar arriba de la mesa
Se cuenta que un granjero llegó a un pueblo con un cerdo y una gallina. Dijo: “quisiera tener un gesto de buena voluntad con esta gente” y mirando a los animales que llevaba agregó: “Les voy a ofrecer un desayuno de huevos con Jamón.”
“Me parece una excelente idea” dijo la gallina. “No tan rápido - contestó el cerdo - para ti el desayuno es solo una contribución para mi es jugarme la vida.”
Les tengo que pedir disculpas por traer esta historia no Kosher y también por hablar de comida en Yom Kipur. Sin embargo, no encontré mejor manera de graficar la diferencia abismal que existe entre contribución y compromiso.
La gallina aporta al desayuno sus huevos; para el cerdo la entrega es total.
Analicemos por un instante nuestra realidad comunitaria. Sin duda coincidiríamos en sentirnos medianamente satisfechos. Nuestra congregación de casi un siglo y medio de existencia esta inmersa en un proceso de crecimiento y consolidación que es evidente de muchas maneras.
Nuestra demografía nos invita a ser optimistas de cara al futuro. Nuestra membresía está constituida primordialmente por familias jóvenes y basta darse una vuelta por los salones donde tenemos las plegarias para niños y jóvenes para comprobar que este presente nos ilusiona de cara al futuro.
Nuestras finanzas están equilibradas; no pasamos grandes sobresaltos y la congregación tiene un nombre que inspira respeto y reconocimiento en la sociedad representando un judaísmo activo e involucrado en los temas que son relevantes para la vida del país.
¿Pudiéramos pedir algo más? Claro que si.
Yom Kipur, “la esencia del día”, nos demanda una mirada más profunda de esa realidad, más incisiva. Yo tengo algo más para pedir. Me gustaría que diéramos un salto de calidad. Como congregación.
Logramos lo que logramos (que no es poco) con el aporte de todos (y no estoy hablando de dinero), pero debo confesarles en esta noche que muchas veces tengo la sensación de que a veces ese aporte es solo una contribución, como la de la gallina de la historia. No siempre veo involucramiento, no siempre veo militancia, ni mucho menos compromiso total. Creo que no estamos sintiendo como el cerdito que nos estamos jugamos la piel.
Debajo de la superficie, de este presente casi perfecto, se esconde una realidad que nos debe ocupar y preocupar.
Somos una congregación en donde pareciera ser que la gente quiere estar cool. “No lo tomes demasiado en serio”, “pueden arreglarse sin mi” “Me encantaría, pero tengo la agenda complicada…” Si, la gente participa, pero solo hasta ahí…
Y si contemplamos el contexto en el que vivimos nos encontramos con una coyuntura que nos resulta sumamente desafiante.
Vivimos amenazados por un lado por el crecimiento del fundamentalismo religioso (que si bien es un fenómeno mundial lo vivimos de cerca y también dentro del judaísmo) y por el otro por una devaluación o por un abandono total de la experiencia religiosa.
En ambos extremos, vemos grupos activos, combativos, decididos a salir a pelear, a imponer su visión en espacios privados y también en espacios públicos. Dispuestos a desacreditar o a descalificar al que no piensa como ellos, a deslegitimar el diálogo y la moderación.
Y esa es nuestra paradoja. Estamos en el medio de esas fuerzas tan avasallantes y como somos gente moderada, reflexiva, proclive al diálogo tendemos a ser desapasionados, tranquilos. Y ese desapasionamiento lo trasladamos a nuestra vida judía, personal y comunitaria.
Y nos guste o no eso es evidente a la hora de ver los niveles de participación en las actividades de la sinagoga y eso también es evidente a la hora de las contribuciones (ahora si estoy hablando de dinero).
El problema es que sin apasionamiento no hay compromiso total. Y sin compromiso total nuestro futuro deja de verse tan venturoso y empieza a expresarse como un signo de pregunta.
Las fuerzas que nos amenazan desde ambas direcciones, la radicalización religiosa y el asimilacionismo son poderosas y hemos venido resistiendo con altas y bajas desde hace 50 años, pero no tenemos garantías de cuanto más vamos a poder resistir. Como el cerdito del relato es hora de darnos cuenta que nos estamos jugando la piel.
Tenemos que ser militantes en lo que creemos, tenemos que ser apasionados en lo hacemos, tenemos que poner el cuerpo.
Permítanme darle algunos pequeños ejemplos de cosas que si estamos haciendo en donde cobra forma este ideal que planteo.
Cuando muere un miembro de la sinagoga se activan dos grupos. Uno es el de la Jevrá Kadishá que se va a encargar de lavar y vestir el cuerpo apropiadamente para su entierro y el otro es el de la Shmirá aquellos que van a hacer guardia, que van a acompañar el cuerpo en su estadía en la morgue para no dejarlo solo.
En ambos casos la respuesta debe ser inmediata. Los encargados de la Shmirá se organizan por turnos a partir de ese momento para estar presentes, incluyendo las horas de la madrugada y los miembros de la Jevrá Kadishá ya sea el grupo de hombres o el de mujeres, tienen que estar disponibles a la hora señalada para realizar su noble tarea.
Por eso cuando llega el llamado (o el mensaje de WhatsApp) hay que reacomodar agendas, dejar de lado otras cuestiones, resolver con el trabajo, etc., lo que sea necesario y se asume la responsabilidad. Y la tarea se hace y se hace bien. Y lo más significativo de esto es que en la mayoría de los casos es realizado por personas que ni siquiera conocían a la persona fallecida.
Pero de eso se trata la entrega total. Eso es estar comprometido con la comunidad.
Otro ejemplo: El domingo que acaba de pasar, como hacemos todos los años entre Rosh Hashaná y Yom Kipur visitamos los cementerios comunitarios. La primera ceremonia fue en el Beit Jaim de Amador, en el Chorrillo, el cementerio que dio origen a la congregación y donde no se hacen entierros desde hace más de 40 años.
Faltaban pocos minutos para las 9 de la mañana, éramos apenas 15 personas reunidas en el pequeño hall que hay en la entrada para recitar Kadish en memoria de los que yacen allí. Miro a los presentes y me doy cuenta de que la gran mayoría no tiene a ningún familiar ni ha conocido a nadie que esté enterrado allí.
¿Por qué van?
Porque entienden que hay que decir presente, porque saben que eso significa ser comunidad. Y si, posiblemente sea más cool quedarse en casa un domingo en la mañana, pero en esos pequeños actos se demuestra la dedicación, la responsabilidad y la entrega.
Y podría seguir y mencionarles el coro, el minian de los jueves, los proyectos de Tzedaká y otras cosas más que reflejan compromiso y entrega, pero cuando veo en esta noche sagrada a toda la congregación reunida, me doy cuenta cuanto nos queda por hacer, cuanta distancia hay entre la realidad y el ideal.
Tenemos tanto potencial, tantas oportunidades de enriquecer nuestras vidas y la de la gente que nos rodea si solo estuviéramos dispuestos a cambiar el chip y pasáramos de la contribución al compromiso, de la pasividad a la militancia.
Yom Kipur es nuestro Kodesh Hakodashim dice Heschel. El Santo de los Santos. Es la esencia del día la que hace la diferencia.
Con su ayuno y la intensidad de la plegaria, Yom Kipur sigue siendo el último reservorio que nos convoca a todos y en donde la comunidad como un conjunto, como una unidad se hace presente y actúa sabiendo que está en riesgo su suerte.
Es ente clima íntimo y solemne, en el espíritu trascendente de esta ocasión única en el año, donde debemos asumir la convicción de ser protagonistas de nuestro destino compartido.
Porque nuestro futuro está en juego y cuando nuestro futuro está en juego no hay lugar para observadores ni para meros contribuyentes.
Es hora de volvernos militantes, defensores de una vida judía que combine tradición y modernidad. De un judaísmo que promueva el diálogo y reconozca la diversidad
Necesitamos pasión, necesitamos sentido del deber, necesitamos entrega total. Solo así seremos capaces de construir para nosotros y para nuestros hijos la congregación que anhelamos.
Debemos decirlo y debemos decirlo precisamente hoy: Judaicamente hablando, nos estamos jugando la piel.
Seamos consientes y actuemos en consecuencia.
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