viernes, 4 de octubre de 2019

Sermón de Rosh Hashaná 5780


Algunos años atrás llegué por primera vez a Madrid. Dejé las maletas en el hotel y a pesar del cansancio después de haber pasado la noche incomodo en el avión salí a caminar por la ciudad.

Quería aprovechar el poco tiempo que tenía (el viaje era de trabajo, no de placer) así que después de ver la emblemática puerta de Alcalá me dirigí hacia el museo del Prado, uno de los más prestigiosos del mundo.

Crucé la puerta de entrada y me percaté de un pequeño problema. El museo cuenta con más de 35.000 obras, ¿cómo saber que debía ver en el escaso tiempo que contaba?

Para mi suerte, y posiblemente porque mucha gente pasa por una situación similar, encontré un pequeño folleto que decía: “Si no disponéis de mucho tiempo para visitar el Museo, os recomendamos una selección de 15 obras maestras para recorrer el Prado en una hora.”

El brochure además contenía un plano del museo, los horarios y la información básica indispensable para garantizar el éxito de la visita.

Y efectivamente con la ayuda de ese folleto pude ver el autorretrato de Durero, las Meninas de Diego Velázquez, el sueño de Jacob de José de Ribera, el caballero de la mano en el pecho de El Greco y otras obras maravillosas.

Aun sabiendo cuanto me faltaba por ver comprendí que esa experiencia, aunque breve había valido la pena. Un par de años después pude regresar y recorrer con más tiempo la gran variedad y riqueza de obras que tiene el Prado. Aún me queda bastante por ver. Espero visitarlo nuevamente pronto.

Me resulto tan útil aquel brochure, que se me ocurrió que quizás pudiera hacer algo parecido para Rosh Hashaná. Es decir, crear un panfleto con una suerte de recomendaciones de lo más importante de la fiesta, para que todos podamos aprovechar la experiencia.

Así que pensé poner manos a la obra y definir los “imperdibles” de Rosh Hashaná.

Comencé a imaginar un panfleto que destacara la majestuosidad de la primera noche.  Miren por un momento a su alrededor. Aprecien a la gente vestida elegantemente, contemplen la sinagoga puesta a punto en cada detalle y el clima de solemnidad que nos acompaña en esta noche.

En segundo lugar, pondría escuchar el toque del shofar. No solo se trata de la Mitzvá, la única Mitzvá propia de Rosh Hashaná sino que además su sonido penetrante nos conecta con el pasado y nos sacude del confort de nuestro presente. Les confieso que no se me ocurre que alguien pase Rosh Hashaná sin escuchar el Shofar.

Las cenas festivas serían otra parada obligatoria. Reunidos con familia y amigos alrededor de la mesa, damos marco de celebración a Rosh Hashaná también en la dimensión hogareña tan importante para fortalecer la identidad judía. La intensidad de la experiencia sinagogal que es individual y colectiva se complementa con una vivencia grupal íntima en el seno de nuestras casas.

Agregaría después algunas plegarias “imperdibles”. Por tradición, por profundidad, por su melodía, por su ejecución o por una mezcla de todas esas cosas, reflejan la esencia de la idea litúrgica de Rosh Hashaná.

Empezaría con el Avinu Malkeinu. La alegoría de Dios como padre y como rey refleja los atributos divinos de misericordia y justicia. Esa interacción, que se manifiesta a lo largo de estos diez días de Teshuvá es uno de los ejes de la plegaria. Dios nos llama a juicio, pero aspiramos a que no nos juzgue con justicia sino que nos retribuya con misericordia.

Luego el Unetane Tokef, un clásico litúrgico de los Iamim Noraim. La idea del juicio divino emerge en su plenitud, para decidir quien morirá y quien vivirá. “En Rosh hashaná se escribe nuestro veredicto y en Yom Kipur queda sellado.” Sin embargo, no está dicha la última palabra. la Teshuvá, la Tefilá y la Tzedaká tienen el poder de modificar positivamente la sentencia divina.

Finalmente, en el Musaf al final del extenso rezo de la mañana, aparecen en la Amidá las tres bendiciones específicas de Rosh Hashaná, Maljuiot, Zijronot y Shofarot. Las rezamos primero en silencio y luego son repetidas en voz alta tocando el Shofar al final de cada una. Es la Amidá más larga del año, pero allí se expresan estas tres ideas centrales de la fiesta.

En Maljuiot proclamamos a Dios como rey del universo. Los pueblos de la antigüedad realizaban durante el año nuevo un ritual para volver a entronizar a sus reyes. Con ese modelo en mente la tradición judía - que nos enseña que Dios es Melej Haolam, Rey del Universo, tal como lo proclamamos en cada Brajá - nos convoca en Rosh Hashaná a renovar esta convicción.

Zijronot nos invita a repasar la devoción y la lealtad de nuestros antepasados: patriarcas, profetas, hombres y mujeres notables de nuestro pueblo quienes mediante sus acciones dieron testimonio de su fe. De igual forma, recordamos los momentos de la historia en los cuales Dios recordó y mostró Su misericordia hacia nuestros antepasados, así como esperamos que también la manifieste con nosotros en este Rosh Hashaná.

Y finalmente Shofarot. Evocamos diversos acontecimientos significativos de nuestra historia antigua en los que el Shofar sonó, potenciando con su voz poderosa la trascendencia del momento. Anhelamos que también para nosotros su sonido exprese la magnificencia de este día sagrado.

En mi folleto de lo “imperdible” agregaría en un recuadro lo valioso del segundo día de Rosh Hashaná. A diferencia de las otras festividades que en la diáspora agregan un segundo día, la tradición establece que Rosh Hashaná en realidad dura un solo día, pero es un Ioma Arijta, un día largo de 48 horas. De aquí se desprende que el segundo día es de igual importancia que el primero. (Favor tomar nota.)

Además, creo que el valor del segundo día es que aporta profundidad. Si el primer día trae la novedad de la plegaria y sus particularidades, el segundo nos permite adentrarnos plenamente en la experiencia litúrgica. Vale la pena - especialmente en estos tiempos de urgencia donde vivimos corriendo para no llegar a ningún lado - aprovechar en plenitud los dos días de Rosh Hashaná.

Hasta aquí mis recomendaciones. Esos son los más destacados, lo que no deberías dejar pasar para tener una experiencia significativa de Rosh Hashaná.

Quizás pudiese agregar a esta lista las lecturas de la Torá; el primer día el nacimiento de Itzjak y la continuidad de la saga familiar, y especialmente el segundo día con la dramática historia de la Atadura de itzjak. También el Tashlij podría sumarse a la lista, esa simpática ceremonia de lanzar al agua nuestros errores representados en unos pedacitos de pan. Y no solo por el simbolismo del ritual sino además por lo lindo de ver a una parte importante de la congregación caminar junta a la costa y reunirse en el malecón para llevar adelante el acto.

Veo que mi brochure va tomando forma.

Incluso me imagino incorporando en la parte inferior, junto a la dirección y a los horarios de los rezos una recomendación para llegar temprano a los rezos, idealmente antes de que comiencen para poder disfrutar así de toda la experiencia.

Y además una nota que diga que está prohibido usar el celular durante los rezos. Igualito a ese banner gigante que tuvimos que poner en la puerta de la sinagoga y al que me resistí durante años, porque debería ser obvio y sin embargo parece que no lo es…

Releo lo que escribí y estoy contento. Puedo ya imaginarme el folleto. Veo el logo de Kol Shearith Israel engalanando su presentación. Aparece aquello que quería decir, los aspectos fundamentales de Rosh Hashaná, la importancia del segundo día poco valorado en nuestros tiempos e incluso hice la referencia a los teléfonos celulares (que espero que esta vez de resultado)

Sin embargo, de pronto una vocecita dentro de mi enciende una alarma: “Te das cuenta – me dice – que el eje de tu sermón es que estas usando la metáfora de la sinagoga como un museo, es un despropósito.” Y yo imagino mi cara transformada por un sentimiento de angustia y horror.

Mucha gente cree que la sinagoga es un museo. Es un lugar en el que hay cosas viejas (me refiero a las plegarias no a las personas) que quizás alguna vez fueron importantes, pero hoy ya no; un lugar al que hay que ir cada tanto para ver las cosas de siempre y observar las novedades; un lugar por el que uno pasea un rato, mira, no toca nada y se va para la casa con una sensación de deber cumplido y no mucho más.

La sinagoga como museo refleja una cosmovisión en donde lo religioso es solo atávico, ancestral; quizás nos puede conectar con el pasado, pero resulta irrelevante para el presente. Nos coloca en un lugar de pasividad, a lo sumo somos nos coloca en el lugar de testigos privilegiados de una dinámica que nos es ajena.

Y se percibe desde acá algunas actitudes que reflejan a veces esa actitud en ciertas personas. En el escaso involucramiento en la plegaria, en la poca familiaridad con la liturgia, en la llegada tarde para tratar de reducir el “sufrimiento”, en el quedarse en la superficie de la experiencia por voluntad o por falta de opción en vez de ahondar en la espiritualidad que nos proponen las plegarias.

Me gusta más pensar en la sinagoga como uno de esos museos de ciencia y tecnología para niños. ¿los conoces? Esos donde la diversión pasa por hacer uno mismo los experimentos, en donde las instalaciones y el marco lo predispone a uno a ensayar e intentar. Un lugar para explorar, para probar, para buscar explicaciones que traen nuevas preguntas, para equivocarse, para equivocarse y volver a probar. Para tomar nota de lo que otros hacen y tratar de replicarlo. Un lugar para conocer más de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.

Así debe ser la sinagoga. Un espacio lleno de experimentos desafiantes. Que nos incomoden, que nos saquen de nuestra zona de confort, un lugar que nos obligue a ser protagonistas y en donde cada uno sea responsable de sí mismo, para que entre todos podamos generar una energía transformadora, una energía que nos motive a cambiar, que nos motive a crecer, que nos motive a ser una mejor versión de nosotros.

Esa es la propuesta que con toda humildad quería compartirles en esta noche sagrada.

Ya es la hora.

Rosh Hashaná ha comenzado. Una vez más nos volvemos a congregar.

Tenemos por delante una jornada que tiene potencial de santidad. Dependerá de ti si vas a querer solo contemplarla o hacer que la experiencia te atraviese, Tú decides. Puedes venir de visita a la sinagoga o estar realmente presente en las plegarias.

El libro de la vida se abre para nosotros. Nos enfrentamos al juicio divino. En las alturas se define quien vivirá y quien morirá. Y en la tierra, aquí mismo, tú debes tomar una decisión aún más importante: escoger el significado que le vas a dar a tu vida espiritual.

Todo está dispuesto. Ya es la hora. Rosh Hashaná ha comenzado.

La elección está en tus manos.

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