Por: Rabino Gustavo Kraselnik
¿Por qué los judíos responden una pregunta con otra pregunta?, un amigo le plantea a otro. Y éste, judío por supuesto, le responde “¿Y por qué no?”
Este viejo chiste constituye una pequeña muestra del significativo lugar que ocupan las preguntas en la dinámica judía cotidiana. Preguntamos, y luego respondemos con nuevas preguntas.
Preguntar y repreguntar. Es parte de nuestra esencia. La pregunta cuestiona, interpela, desafía.
La pregunta no sólo vincula al que la fórmula con el que la responde, sino que establece entre ellos una dialéctica que los amalgama. Uno responde, el otro escucha la respuesta; y a partir de esa respuesta plantea una nueva devolución que va y viene, en una suerte de ping pong que involucra la razón y la pasión.
¿Por qué las buenas preguntas más que una contestación exigen un involucramiento, un compromiso de aquél que responde?
Y es que ese es el modelo relacional que plantea la tradición judía para la experiencia humana.
Cuenta la Torá que Dios, después de crear al ser humano y bendecirlo, precisamente en un día como hoy hace 5771 años, se dirige a su criatura mediante una pregunta.
Recordemos la situación: Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido, notaron que estaban desnudos y al percibir que se acercaba la presencia de Dios, se escondieron. Se escondieron pensando ingenuamente que era posible ocultarse de la presencia de Dios.
“Entonces, Dios llamó al hombre y le dijo AIEKA, ¿dónde estás?” (Gen. 3:9)
Dios, que todo lo sabe, no necesita la respuesta. Plantea la pregunta para establecer el vínculo, para buscar el compromiso. Exige del ser humano una respuesta que lo involucre, que lo obligue a asumir su responsabilidad frente a Dios y frente a sí mismo.
El rabino Abraham Ioshua Heschel, uno de los más destacados teólogos judíos del siglo XX, sostiene que en esta pregunta, AIEKA, se resume la experiencia del hombre de fe. Citando a Heschel: “La religión consiste en la pregunta de Dios y en la respuesta del hombre.” (Dios en busca del hombre)
AIEKA, ¿dónde estás?, esa es la pregunta que Dios le hizo a Adán en aquel primer Rosh Hashaná y es la pregunta que nos formula a cada uno en esta noche sagrada y cada uno debe dar su propia respuesta. Esta noche no podemos escondernos.
Una generación más tarde, Caín mata a su hermano Abel desencadenando una larga serie de fratricidios. Por segunda vez en la incipiente historia humana, se escucha la voz de Dios interpelando: AIE ABEL AJIJA ¿Dónde está Abel tu hermano? (Gen. 4:9)
Y Caín, pretendiendo ocultar la angustia de su propio crimen, responde LO IADATI, HASHOMER AJI ANOJI, No lo sé, ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? (Ídem.)
Mala respuesta la de Caín. Claro que sabía dónde estaba Abel. También Dios sabía.
En su comentario el Kli Iakar (Shlomo Efraim ben Aaron Luntschitz, Polonia, segunda mitad del S. XVI), pareciera que no puede aceptar la frivolidad de la respuesta de Caín. Por eso, plantea leer el texto con una puntuación diferente para las palabras de Caín. En esta nueva forma, su respuesta sería significativamente diferente: “No sabía que YO debía ser el guardián de mi hermano”
Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz en 1986, llama la atención sobre el uso de la palabra Anoji, para “Yo”, en lugar del más habitual Ani. (Mensajeros de Dios).
Anojí generalmente está reservada para Dios (por ejemplo, así comienzan los 10 mandamientos). Por eso Wiesel sostiene que lo que debemos aprender de este pasaje es que “el hombre es responsable por sí mismo, por su prójimo y por Dios. Lo que hace, compromete más que a su propia persona, involucra a su propio mundo.
Somos los guardianes de nuestros hermanos, somos los custodios de nuestros semejantes. Tenemos responsabilidad por lo que le ocurre a las demás personas.
Para la tradición judía, la vida de una persona alcanza su plenitud en el encuentro con el otro. El ideal no es un hombre o una mujer viviendo aislado y dedicándose a la contemplación del significado de la vida, sino el ser humano interactuando positivamente en su sociedad, aportando sus acciones para el Tikun Olam, el mejoramiento del mundo.
AIE ABEL AJIJA, ¿Dónde está Abel tu hermano?
De acuerdo al Midrash (Bereshit Raba 22:2) Caín y Abel nacieron en Rosh Hashaná. En esta noche del día del juicio contemplamos la trágica historia del primer asesinato y sentimos cómo Dios nos desafía a contestar la misma pregunta que hiciera entonces. ¿Sabemos dónde están nuestros hermanos?
Caín eligió desconocer a su hermano, por eso cuando nosotros nos ocultamos, mirando hacia otro lado para no ver la suerte de nuestro hermano, nos volvemos cómplices de Caín.
¿Dónde estás? Dios cuestiona a Adán y apunta existencialmente a la dimensión individual de la persona, de cada uno de nosotros. Luego indaga a Caín por su hermano Abel. Allí añade el plano social. La preocupación por el prójimo. Ambas preguntas están profundamente relacionadas y cada uno de nosotros está obligado a responder.
Hace poco más de 2000 años vivió en Jerusalem uno de los más destacados maestros de la tradición judía: Hilel el sabio, reconocido por sus enseñanzas cargadas de una visión profundamente humana de los textos judíos.
Dueño de un gran conocimiento y, no menos importante, de un notable talento pedagógico, Hilel logra plantear, en pocas palabras, las demandas centrales que atañen a la experiencia humana.
En un conocido texto que aparece en la Mishná en el Pirkei Avot (1:14) y como no podía ser de otra manera, en forma de pregunta, nos interpela:
IM EIN ANI LI MI LI – ¿Si yo no estoy para mí, quién lo estará?
Hilel apunta directamente a la responsabilidad del individuo para consigo mismo. Igual que el “¿Aieka?”, de Dios a Adán, hay una respuesta íntima, personal, indispensable que debemos dar en relación a nosotros mismos, a dónde estamos, a dónde pretendemos dirigirnos.
En las palabras de Hilel, la pregunta se vuelve retórica. La respuesta es obvia ¿Si yo no estoy para mí, quién lo estará? Pero el hecho de que la respuesta sea obvia no significa que sea sencilla, porque la respuesta es demandante, exige un compromiso pleno.
Para lograrla, tienes que ser capaz de aprender a ser tú mismo. Debes aceptar tu propia personalidad y a partir de allí esforzarte en mejorar. Debes aspirar a lograr tu propia autorrealización porque es una tarea que no puedes delegar en terceros. No tienes escapatoria; no puedes esconderte de Dios ni de ti mismo.
Hilel avanza un paso más y plantea una segunda pregunta:
UKSHE ANI LEATZMI MA ANI ¿Y si estoy solo para mí, qué soy?
Otra pregunta retórica.
Si el ser humano es un ser social, como bien planteara Aristóteles tres siglos antes de Hilel, está claro que nuestra vida va más allá de satisfacernos a nosotros mismos. Necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes, necesitamos establecer lazos de solidaridad, de unión. Dar y recibir, no como una inversión o una fórmula matemática sino como un compromiso de vida. Vivir es convivir, compartir. Tenemos una obligación, una responsabilidad hacia nuestros semejantes. Igual que Dios demanda a Caín, también tú eres el guardián de tu hermano. Debes ser responsable por ti y debes ser responsable por tu semejante.
Finalmente Hilel añade una tercera pregunta, cuyo eco reverbera y se expande en esta noche sagrada:
VEIM LO AJSHAV EMATAI ¿Y si no es ahora, cuándo?
Otra muestra majestuosa de la sabiduría de Hilel. Si respondimos afirmativamente las preguntas anteriores, si aceptamos la convocatoria de intentar ser mejores personas y trabajar por un mundo mejor, debemos reconocer que la tarea es enorme y nuestro tiempo limitado. Debemos comenzar y debemos comenzar AHORA. Que mejor oportunidad que el inicio de un nuevo año para comprometernos seriamente a responder las preguntas de Dios con nuestras propias acciones.
Dice el Majzor, en la plegaria Unetane Tokef: “Un poderoso Shofar suena, más sólo se escucha un leve susurro. En el cielo los ángeles todos presurosos, conturbados y presas de temor claman: He aquí el día del juicio.”
Comenzó Rosh Hashaná, comenzó nuestro juicio.
Conocemos las preguntas.
Es hora de dar las respuestas.
“¿Si no es ahora, entonces cuándo?”
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