La agenda pluralista de los movimientos judíos liberales, admirable en principio, podría llevarnos a ser menos insistentes con respecto a lo que nos diferencia del judaísmo ortodoxo, y el porqué es tan importante esa diferencia.
El judaísmo liberal presenta un reclamo poderoso, y es que el judaísmo ortodoxo, en su esencia, está equivocado. El judaísmo ortodoxo está construido alrededor de una narrativa que contiene un error fundacional: “La Torá fue escrita por Dios y entregada a Moisés en el Monte Sinaí”. Esta declaración, y la narrativa religiosa ortodoxa que surge de ella, han sido desmentidas por generaciones de eruditos bíblicos, arqueólogos, sociólogos de la religión e historiadores. Estos estudiosos han demostrado “más allá de la duda razonable”, en palabras del Rabino Louis Jacobs, que el entendimiento tradicional ortodoxo de la historia judía es falso. Los orígenes del judaísmo son mucho más complicados que eso.
¿Por qué, entonces, todavía permitimos que ese entendimiento desacreditado continúe siendo la narrativa dominante y predeterminada en el mundo judío? ¿Por qué permitimos que se repita en público sin censura? ¿Por qué permanecemos en silencio ante aquellos que lo creen, en lugar de ahondar en lo insostenible de su posición?
Quisiera sugerir tres razones: la autocomplacencia sobre el peligro de la narrativa; temor a la desunión/falta de unión; y preocupación por la asimilación.
Somos autocomplacientes con la narrativa ortodoxa porque nuestras mentes están cerradas al daño que ésta ya ha provocado, y a los peligros que conlleva.
La narrativa ortodoxa es el principal razonamiento y fuerza motora detrás de la errónea empresa de asentamientos de Israel de los últimos 40 años. Esto es obvio cuando pensamos sobre el movimiento religioso nacional (“Dios nos dio esta tierra”), pero también es cierto, aunque menos obvio, cuando examinamos el consentimiento tácito dado por la mayoría no ortodoxa a este desafortunado experimento. Muchos judíos no observantes creen la narrativa ortodoxa, y por ello respetan, aunque sea a regañadientes, a quienes viven sus vidas de acuerdo a ella. Esta culpa judía es particularmente frecuente entre la comunidad sefaradí, en la que grandes números de judíos no observantes votan por Shas porque creen que, en parte, son ellos los que mantienen la llama del “judaísmo verdadero” encendida. Aunque esta culpa no está confinada a los sefaradíes.
Grandes sectores del pueblo judío, especialmente en Israel, han tolerado la agenda derechista de asentamientos porque respetan las creencias de los colones ortodoxos. Ha llegado el momento de desafiar esas creencias más enérgicamente. La ideología ortodoxa fundamentalista está basada en afirmaciones históricamente incorrectas y en suposiciones cuestionables sobre historia judía. Es hora de que lo digamos.
Para que quede claro: no niego la conexión histórica del pueblo judío con la tierra de Israel, ni cuestiono nuestro derecho a la autodeterminación política en parte de esa tierra. Lo que rechazo es la narrativa fundamentalista, que ve la conexión como ordenada por Dios, y el uso consiguiente de esa narrativa para justificar acciones políticas.
Israel está cada día más controlado por aquellos que se guían por la narrativa ortodoxa. No son solo los asentamientos, sino también el lugar de los no judíos en la sociedad israelí, la legitimidad de las tendencias judías no ortodoxas, los derechos de las minorías, los subsidios educativos, y una docena de otros asuntos. El gobierno actual de Israel es una coalición terrorífica de aquellos que creen y viven según la narrativa ortodoxa (los ultraortodoxos y ortodoxos nacionales), y aquellos que yo llamo “ortófilos”: judíos no observantes que pueden no vivir de acuerdo a las prácticas ortodoxas, pero que de todas maneras creen o respetan la narrativa ortodoxa (los votantes de Shas, el partido Likud y gran parte del partido Yisrael Beiteinu, supuestamente secular). Esta coalición de ortodoxos y ortófilos está llevando a Israel hacia varios abismos al mismo tiempo.
Los judíos liberales, tanto en Israel como en la Diáspora, debieran tratar de detener a esta coalición cultural y política antes de que sea demasiado tarde, y una manera para hacerlo es desafiando las afirmaciones esenciales de la narrativa ortodoxa.
Una segunda razón por la que permitimos que la narrativa ortodoxa ocupe el papel protagónico es nuestro propio temor a la desunión judía. Andamos con pies de plomo, por miedo a decir que las opiniones de otros pueden estar “equivocadas” o ser “falsas”. Asentimos con la cabeza cuando escuchamos a amigos ortodoxos soltar declaraciones absurdas e históricamente ridículas, porque creemos en el derecho que tienen todos de tener su propia opinión, y porque queremos ser amables. Pensamos que es importante mantenernos unidos como pueblo, por lo que nos tragamos el orgullo y permitimos que la narrativa ortodoxa se convierta en la posición judía por defecto.
Irónicamente, el judaísmo ortodoxo es precisamente la fuerza principal que nos está llevando a la destrucción de la unidad del pueblo judío. Los judíos liberales son como, l’havdil, cónyuges abusados. Durante décadas, los judíos ortodoxos han hecho caso omiso de nuestras preocupaciones, discriminado a nuestros conversos, insultado a nuestros rabinos y usado nuestro dinero en nuestra contra; y sin embargo, todavía les sonreímos débilmente y nos colgamos de la esperanza de que se portarán bien. No. Esto ya no se trata sobre la unidad del pueblo judío; se trata sobre la visión del pueblo judío. No podemos permitir que esa visión continúe siendo sacrificada en aras de la unidad.
La tercera razón por la que toleramos que la narrativa ortodoxa sea la predeterminada es porque nos preocupa la asimilación, y muy en lo profundo nos preguntamos si la narrativa, aun siendo falta, nos podría ayudar a contener la marea de judíos que abandonan al pueblo judío. Tenemos razón de preocuparnos por la asimilación, y necesitamos arremangarnos y desarrollar argumentos apasionados, aunque liberales, para explicar por qué el judaísmo es un prisma tan maravilloso y enriquecedor, a través del cual vivir la vida. La lucha contra la asimilación es mucho más difícil sin la narrativa ortodoxa, pero no debemos sacrificar la verdad por la continuidad judía.
Todo esto no quiere decir que debamos dejar de ser pluralistas. Los judíos liberales deben continuar conversando y aprendiendo unos de otros, sea cual sea el lugar que ocupen en el espectro confesional.
Debemos también hablar con, y aprender de, los judíos ortodoxos pensantes abiertos a tales diálogos, de los que hay muchos. Pero no debemos permitir que el pluralismo, diálogo y aprendizaje mutuo oscurezca las disputas genuinas sobre historia e ideología que nos separan, y nosotros, judíos liberales, debemos estar mejor preparados para refutar la posición ortodoxa fundamentalista en nuestros diálogos con amigos y colegas ortodoxos.
Se requiere de un nuevo movimiento judío global: un movimiento de judíos que ya no estén dispuestos a permanecer en silencio y ceder el judaísmo a la narrativa ortodoxa, fundamentalista e incorrecta. Esta narrativa ortodoxa debe ser confrontada, desafiada, refutada; oral, diligente y persistentemente. Que sea éste el primer paso.
El Dr Alex Sinclair es el director de los programas sobre Educación en Israel del Seminario Teológico Judío. Reside en Modiin, Israel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario