Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara
Imaginemos por un instante la desolación total.
El mundo, tal y como lo habíamos conocido, se esfumó. Los paisajes que habían enmarcado nuestra vida desaparecieron. Los amigos que nos habían acompañado ya no están. Casi sin aviso, abrimos nuestros ojos para reencontrarnos con el Tohu vaVohu, con el caos primordial que reinaba sobre el universo en los primeros tiempos de la creación. Todos nuestros miedos se hicieron realidad, siendo los testigos únicos de una catástrofe sin igual.
Yo no sé ustedes, pero cuando tengo que pensar en el momento mismo en que Noaj abrió la compuerta del arca luego del diluvio, no dejo de imaginar la cara de horror frente a lo que vieron tanto él como su familia. Indudablemente, no debe ser fácil ser los únicos sobrevivientes de un mundo arrasado por aguas sin control.
Es interesante observar cómo la Tora, desde sus primeros capítulos, trabaja a conciencia sobre aspectos de nuestras vidas que a veces preferiríamos olvidar. En la parasha de la semana pasada vemos a una familia – a la primera familia de todo el universo – cuya estructura se desmorona todo cuando un hijo mata al otro. Ya sea a conciencia o sin querer (recordemos que Caín no podía saber que sus acciones conducirían al asesinato inminente de su hermano Abel), la Tora nos presenta en su primera parasha una familia desmembrada y una pareja que debe recuperarse de la peor tragedia imaginable.
En nuestra parasha, la crisis se sucede a raíz de lo que podríamos llamar una catástrofe natural. Lo que hoy llamaríamos tsunami, terremoto o huracán, en la antigüedad fue codificado a partir del relato bíblico que describe un mundo azotado por un diluvio que destruye casi todo, a excepción de una familia en particular y de los animales que lograron ingresar en el arca.
De alguna manera, podemos decir que la Tora comienza a desandar sus primeros textos recordándonos que vivimos en un mundo que no está exento de que cosas terribles puedan suceder. Y mientras que algunos preferirían esconderse (recuerden lo que hacen Adán y Eva luego de comer el fruto prohibido o lo que Jonás hace cuando en lugar de ir a Nínive se sube a un barco con otro destino), nuestra tradición nos enseña que intentar escaparnos o negar la existencia del mal potencial puede ser sumamente contraproducente. Desde sus inicios, la Tora nos recuerda que vivimos en un mundo imperfecto y que nadie tiene asegurada una vida sin momentos difíciles.
Bajo esta perspectiva es que me parece interesante que abordemos la respuesta de Noaj y sus hijos al salir del arca ya que la forma en que resolvieron su reencuentro con el mundo se manifiesta hasta el día de hoy en la manera en que cada uno de nosotros intenta pactar con aquellas instancias críticas de su propia vida, con aquellos momentos en los que entendemos que nuestro propio universo se viene abajo.
¿Qué hizo Noaj después de la catástrofe? Leemos en la Tora: “Después comenzó Noaj a labrar la tierra y plantó una viña. Bebió el vino, se embriagó y se desnudó en medio de su tienda” (Bereshit 9:20-21). Frente a la tragedia, Noaj decide evadirse refugiándose en la bebida. Frente al gran desafío que se le presentaba – empezar de cero nunca es fácil – Noaj prefirió evitar el problema en lugar de lidiar con él. E incluso si fue uno de los primeros en reaccionar así frente a una situación difícil, no fue el último. Ya que, como bien dice el rabino Harold Kushner en su último libro: “Esta es una reacción que yo he visto en sobrevivientes de una tragedia, un crimen o un accidente de autos. Están demasiado aturdidos para saber qué hacer después. Las memorias de lo acontecido pueden ser muy dolorosas para recordarlas. Pueden sentirse indignos de haber sobrevivido” (Conquering Fear, p.85).
Por el otro lado, y en contraposición a la resolución fallida de Noaj, el texto nos presenta el camino que encontraron sus hijos para hacerle frente a lo que vieron al salir del arca. Dicha senda se encuentra escondida en uno de los capítulos a priori más áridos del texto bíblico: el décimo capítulo del Génesis. Si lo leen, verán básicamente una lista de nombres. Específicamente, una lista con los descendientes de los hijos de Noaj. Y aun cuando generalmente al ver este tipo de textos nuestro deseo es el de brincar hasta la próxima historia o relato, la Tora con este capítulo nos marca la pauta de lo que debemos hacer al sentir que nuestro mundo se desmorona: en un mundo desolado, los hijos de Noaj aceptaron el desafío de formar familias y generar descendencia. En lugar de evadirse, esconderse y llorar por la magra suerte que les tocó, los hijos de Noaj entendieron que la única manera de plantarse frente a las dificultades es proponiendo la construcción de un mundo mejor empezando por poblar una tierra que estaba vacía. Al tener hijos, ellos nos enseñaron no una función de la biología sino un posicionamiento ideológico sobre sus esperanzas a futuro.
Cuando hoy en día nos vemos en situaciones similares a las de Noaj y sus hijos, a cada uno de nosotros se nos presenta el desafío de tener que resolver. Y mientras que la Tora no niega que tal vez nos toque atravesar por valles de tinieblas, lo que nos dice es que una parte importante de cómo vivimos nuestras vidas gira en torno a nuestra capacidad de hacer frente a esas situaciones, ya que si bien no está en nuestras manos elegir qué cosas nos ocurrirán, bajo nuestra entera responsabilidad recaerá la forma en que nos dejaremos afectar por aquello que nos ocurra. Mientras que evadirse es una respuesta posible (al fin y al cabo creemos en el libre albedrío), nuestra tradición ya nos aconsejó diciendo: “U bajarta baJaim… Y elegirás la vida.”
Shabat Shalom uMeboraj!
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