miércoles, 12 de octubre de 2011

Sermón de Yom Kipur 5772

“Rabino, estoy interesado en convertirme al judaísmo.” Así comienza la escena. Posiblemente les resulte familiar.

El rabino responde negativamente a la solicitud. Esto también les debe resultar conocido. Entonces la persona se dirige donde otro rabino quien acepta convertirlo.

Si nos quedamos acá, podría decir que las cosas están demasiado obvias y todos sabemos de qué estamos hablando.

Volvamos a ver la escena, esta vez con un poco más de detalle.
“Rabino, estoy interesado en convertirme si usted me explica brevemente en qué consiste el judaísmo.” El primer rabino lo rechaza con maneras poco elegantes. Va donde el otro rabino quien le da una breve explicación de lo que es el judaísmo, lo convierte y lo invita a estudiar.

Que creen, ¿se animan a adivinar, país, sinagoga y nombre de los rabinos? ¿Quieren apostar?
Repitamos la escena, esta vez con el zoom a pleno:

Un gentil se presenta ante Shamai (maestro judío que vivió en la tierra de Israel hace unos 2000 años) y le dice: Conviérteme si eres capaz de enseñarme toda la Torá en el tiempo en que estoy parado en un solo pie. Lo echó con una varilla que tenía en la manó. Fue donde Hilel, quien lo convirtió y le dijo: Aquello que no te gusta que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás. Eso es toda la Torá, el resto es comentario, ahora ve y estudia.

Lamento desilusionar a los que esperaban protagonistas contemporáneos o geografías más tropicales. El relato aparece en el Talmud, en el tratado de Shabat (31a) y presenta una de las tantas discrepancias que tuvieron estos dos grandes maestros de nuestro pueblo.

Esta conocida historia, la utilizo siempre como introducción en cualquier curso básico de judaísmo, aquí en la sinagoga, en la Universidad o donde tenga la oportunidad de enseñar. En pocas palabras encierra algunas afirmaciones muy valiosas sobre el judaísmo.

La discusión entre Hilel y Shamai es un claro ejemplo sobre la dinámica pluralista de nuestra tradición. Ante los intentos homogeneizadores de ciertos grupos que plantean una visión única (la propia) del judaísmo, es bueno tener presente la diversidad como cualidad que siempre nos ha caracterizado. Hoy más que nunca, ante el avance del fundamentalismo judío tenemos un desafío importante en ese aspecto.

Por otro lado, el relato reafirma la centralidad del estudio en la experiencia judía. “El resto es comentario, ahora ve y estudia”, le dice Hilel.  Ese resto, no es despectivo, por el contrario, es la aseveración que una vez comprendido el principio central, “Aquello que no te gusta que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás”, ahora corresponde el estudio serio y profundo de los textos judíos que aspiran a desarrollar y poner en práctica un estilo de vida que sustente aquel principio rector.

En tercer lugar, este suceso deja firmemente establecido en el accionar de Hilel - uno de los rabinos más importantes de la época talmúdica – la legitimidad de las conversiones, sin condicionamientos previos ni posteriores. Otro tema muy actual, en donde tristemente incluso muchos de nosotros, nos dejamos llevar por visiones más cercanas a la antipatía de Shamai y su vara, que a la sensibilidad de Hilel y su pedagogía.

Cualquiera de esos tres ejes, la diversidad en el seno del judaísmo, la centralidad del estudio de los textos sagrados y la bienvenida a aquellos que quieren acercarse con honestidad al judaísmo, merecería conversarse en esta noche sagrada. Sin embargo, yo quisiera centrarme en otro tema.

Hace 10 días, la primera noche de Rosh Hashaná les mencioné los tres elementos centrales de estos Aseret Iemei Teshuva, estos diez días de arrepentimiento, a partir de los cuales manifestamos ante Dios y ante nosotros mismos, nuestro deseo de cambiar y ser mejores personas: 1 - La Tefílá (la plegaria, ese fue el tema de mi sermón aquella noche 2 - La Teshuvá (El arrepentimiento, de eso hablé la segunda noche de Rosh Hashana) y la Tzedaká, nuestras acciones solidarias hacia nuestros semejantes, o en sentido más amplio, las relaciones con las demás personas. (Sobre esto quiero que conversemos esta noche de Kol Nidré)

Las tres son importantes y necesarias. La Tefilá nos conecta con Dios, la Teshuvá con nosotros mismos y la Tzedaká con las otras personas. Con este espíritu quisiera detenerme en la definición que da Hilel sobre la Torá como sinónimo de judaísmo.

Recuerden la situación. El gentil, en una suerte de juego intelectual característico del pensamiento helénico que dominaba la región, desafía al maestro para ver si puede enseñarle toda la Torá en el tiempo en que está parado en un solo pie. (Por alguna razón se me ocurre que si viviese en nuestros días le pediría a Hilel que le resuma toda la Torá en los 140 caracteres de un tweet)

Hilel asume el reto de resumir todo el judaísmo a una expresión que dure más o menos un minuto (no se cuanto tiempo aguantan ustedes  parados en un solo pie, yo apenas llegué al minuto) y responde la solicitud: “Aquello que no te gusta que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás. Eso es toda la Torá, el resto es comentario, ahora ve y estudia.” (En español son 135 caracteres, lo pueden twittear, yo lo hice esta mañana)

Aquello que no te gusta que te hagan a ti no se lo hagas a los demás. Una definición sorpresiva y sorprendente. Me imagino que muchos estaban esperando alguna mención a la fe en Dios, a la observancia del shabat o de algún precepto.

Y no crean que Hilel era un judío poco practicante. Todo lo contrario. Era un hombre de fe y de mitzvot. No obstante, para Hilel el judaísmo es en esencia, fundamentalmente ético. Por eso su respuesta: “Aquello que no te gusta que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás.”

Algunos años más tarde, Eleazar ben Azaria (el mismo que enseñó que Yom Kipur expía solo los pecados contra Dios mientras que los pecados contra los hombres expían cuando obtenemos el perdón de los ofendidos), en su lecho de muerte, está rodeado por sus alumnos quienes le piden que les deje una última enseñanza: “¿Qué puedo enseñarles? - Les responde – cada uno de ustedes vaya y sea muy cauteloso con la dignidad de los demás.” (Derej Eretz Raba, cap. 3)

Una generación después, Rabi Akiva, otro de los grandes maestros de nuestro pueblo, afirma en un conocido pasaje del midrash (Bereshit Rabá 24:7) que la ley más importante de toda la Torá es la que dice “amarás a tu prójimo como  a ti mismo” (Lev 19:18). Otro ejemplo de la centralidad de la ética en la experiencia judía.

Estoy seguro que todos conocían el versículo “amarás a tu prójimo como  a ti mismo”, es un clásico. Pero quizás no todos sepan como continúa: “amarás a tu prójimo como  a ti mismo, yo soy Adonai”.

Y como bien señala mi colega, el rabino Rami Pavolotski, de la congregación Bnei Israel de Costa Rica, en su comentario que publicamos en el Itón de esta semana, ese versículo nos indica que en nuestro camino hacia el amor a Dios, debemos primero amar al hombre.

Allí radica la clave para comprender esta profunda enseñanza de nuestros maestros al colocar la relación con nuestros semejantes como sostén fundante de la vida religiosa.

En palabras de Martin Buber, notable filósofo judío del siglo XX: “Una verdadera relación con Dios no se puede lograr si las relaciones “humanas” con el mundo y con la humanidad están ausentes. Tanto el amor al creador como a  aquello que ha creado son finalmente uno y lo mismo.”.(M. Buber, La pregunta silenciosa.)

Mañana por la mañana vamos a leer las palabras del profeta Isaías sobre el ayuno de Yom Kipur: “Este es el ayuno que habrá de agradarme: Desatar las ligaduras de la iniquidad, desligar los haces de la opresión, liberar a los oprimidos y romper todo yugo. Compartir tu pan con el hambriento, albergar a los pobres y errantes en tu casa, cuando vieres un desnudo habrás de cubrirlo..." (Is. 58:6-7)

Seis de los Diez Mandamientos (en el conteo más conservador) hacen referencia a las relaciones entre los seres humanos.

Podría seguir así citando cientos de textos clásicos, medievales y contemporáneos que evidencian la esencia ética del judaísmo, pero creo que el punto está claro.

Lo que no está para nada claro es qué nos ha pasado, ¿qué ha ocurrido que de pronto nos encontramos, hoy en día, con un judaísmo que privilegia desde lo discursivo y desde la vivencia los aspectos rituales quitando énfasis o directamente tergiversando las enseñanzas éticas de nuestra tradición?

Casi cotidianamente somos testigos de conductas que atentan contra principios medulares de nuestra tradición, hijos renegando de sus padres por cuestiones meramente técnicas, maltrato a otras personas por ser diferentes, discriminación y menosprecio contra otros por cometer el terrible error de asistir a otra sinagoga.

Los medios de comunicación nos traen, cada vez con más frecuencia noticias de rabinos cometiendo delitos, otros que legitiman el segregacionismo y la xenofobia y hasta sinagogas involucradas en manejos espurios. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

El rabino Joseph Telushkin en la introducción a su libro Código de Etica Judía, escrito hace un par de años, llama la atención sobre un fenómeno cotidiano. Cuando dos judíos están conversando sobre la religiosidad de un tercero, claramente se refieren a su observancia en aspectos rituales. Es religioso si es Shomer Shabat, o si come Kosher.

Lo más triste del caso es que nosotros, compramos esa falsa reducción y utilizamos esa terminología -  imprecisa, en el mejor de los casos. ¿Cuántas veces nos definimos como no religiosos? ¿Cuántas veces asociamos la experiencia religiosa exclusivamente al ritual dejando por fuera la conducta frente a nuestros semejantes?

¿Quizás debamos redefinir los parámetros? Quizás ser religiosos no signifique solamente cuidar el shabat y comer kosher.

Hace exactamente un año, en esta misma noche de Kol Nidre, les hablé de las preguntas que vamos a tener que responder cuando llegue la hora de nuestro juicio final, ¿se acuerdan? La primera pregunta que nos van a hacer es si fuimos honestos en nuestros negocios.

Posiblemente debamos incluir esa referencia a la hora de evaluar religiosidad y cuando alguien nos diga que fulano es muy “religioso” asumamos que es transparente en sus relaciones comerciales, que paga salarios justos y cumple con sus proveedores y sus clientes.

O quizás incorporemos las relaciones familiares. Recuerden el quinto mandamiento, Honra a tu padre y a tu madre. Y entonces podremos decir: “claro que soy religioso, soy un buen hijo/a esposo/a, un buen padre o una buena madre.”

No sólo hemos aceptado la reducción de la religiosidad al ritualismo, sino que hemos contribuido a su legitimación. Esa es la triste moraleja de nuestros tiempos.

Pero no todo está perdido. Esta Congregación, Kol Shearith Israel, ha dado testimonio de que un judaísmo ético, acorde a las enseñanzas de 3000 años de historia de nuestro pueblo, es posible. Notables hombres y mujeres formados en esta casa se destacaron por su aporte valioso a la sociedad y su compromiso ético. Y lo hicieron precisamente a partir de su identidad judía. Entendieron como Hilel, como Eleazar Ben Azaria, 
como Rabi Akiva y como tantos otros maestros, rabinos y pensadores, que la esencia del judaísmo habita en las relaciones humanas, que el amor a Dios se manifiesta en nuestro amor al semejante.

Amigos, en esta noche no tenemos secretos. Me conocen desde hace casi 10 años. Saben que creo profundamente en la fuerza de los rituales. Creo en el impacto educativo, existencial y espiritual que tiene la experiencia ritual.  Les confieso que me encantaría que más de nuestra gente pudiese enriquecer sus vidas a partir de una vivencia inspiradora del shabat y de las fiestas. Estoy convencido que las leyes del Kashrut, al igual que tantas bellas mitzvot y tradiciones de nuestro pueblo, son herramientas importantes para fortalecer nuestra identidad como judíos y nuestro compromiso con la continuidad de nuestro pueblo. Ojalá que podamos motivar a más gente a profundizar en la observancia de estos preceptos.
Sin embargo, todo eso carece de sentido, todo esto se torna irrelevante, si nuestro compromiso judío no nos lleva a “Letaken Olam Bemaljut Shadai” perfeccionar el mundo bajo el reino de Dios. Tal como afirmamos al final de cada plegara en el Aleinu, 
“Letaken Olam bemaljut Shadai” perfeccionar el mundo bajo el reino de Dios. Y el primer paso para ello es reconocer en cada ser humano (sin distinción de ninguna clase) una criatura divina. Ser capaces de ver en nuestro semejante, a un hermano.
“Lo que no te gusta que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás.”
El judaísmo es esencialmente ético o no es.
No seamos cómplices de malas imitaciones.
No seamos testigos silenciosos de una versión devaluada de nuestra tradición.
Opongámonos al fundamentalismo, con fundamentos
Apropiémonos, sin miedo, de la religiosidad judía a partir de una vida que honra la tradición en todas sus facetas.
Asumamos el desafío de seguir construyendo un judaísmo que demanda a la par, la observancia ritual y un compromiso ético, pues sabemos, que no es posible separar ambas categorías.
Mañana en la noche, al regresar al mundo real, a la lucha por la subsistencia, renovemos con pasión y decisión nuestra convicción de ser judíos religiosos.
Y tengamos bien presentes las palabras de Hilel: “No le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti. El resto, el resto es comentario.”

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