miércoles, 19 de octubre de 2011

Vezot Habrajá 5771

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana.
Rabino Mario Gurevich 
Beth Israel Synagogue – Aruba.

Un año terminó y otro acaba de comenzar. El tiempo y el calendario se reproducen cíclicamente, más allá de nuestra voluntad.  Por supuesto, nosotros marcamos los tiempos con nuestras fiestas y su observancia, pero aun si no lo hiciéramos, el viejo año habría terminado y el nuevo, comenzado.
 
En cambio, en Simját Torá celebramos el fin de un ciclo y el inicio de otro que solo pueden darse a través del ejercicio de nuestra voluntad: terminamos en este día la lectura-estudio de toda la Torá, y la comenzamos en el mismo momento desde el principio nuevamente.

La última palabra de la última parashá, Vezot HaBraja, es Israel, y la primera palabra de la primera parashá, es Bereshit, “en el principio”. De allí concluyeron nuestros sabios: “¿Cuál es el propósito de Bereshit?   Israel. ¿Y cuál es el propósito de Israel? Bereshit”. 
 
Es decir: ¿cuál es el propósito de la Torá y su estudio?  El bienestar y el crecimiento espiritual de Israel, el pueblo todo, nosotros mismos. ¿Y cuál es entonces el propósito, la razón de ser, de Israel?  El estudio de la Torá, en lo que es un finamente balanceado juego de causas y efecto.  La Torá no podría existir sin nosotros; nosotros no podríamos existir sin la Torá.

De ahí que el día de Simját Tora se viva con alegría.  Es nuestro esfuerzo y constancia lo que ha hecho posible que, una vez más, culminemos este ciclo, y serán esas mismas virtudes las que harán posible que este se renueve.
 
Un motivo para regocijarnos como grupo y comunidad, mas el placer debería ser individual. Cada uno debería celebrar esta fiesta como un triunfo personal.  La victoria de la voluntad de haber estudiado las 54 parashiot, los 184 capítulos, los 5845 versículos de la Torá, que ha sido llamada “árbol de vida” para los que la cuidan.
 
Con esta parashá termina el relato de la vida de Moisés y su odisea al frente del pueblo de Israel, desde la esclavitud en Egipto hasta la víspera de su entrada a la tierra de Canaán, prometida por Dios desde los patriarcas. “Y murió allí Moisés, siervo del Eterno…y no ha sabido hombre alguno el lugar de su sepultura hasta el día de hoy” (Deut. 34: 5-6)
 
Moisés no dejó tras de sí una lápida para homenajearlo, ni un sepulcro para peregrinar a él.  Pero su legado es monumental y asimismo enorme nuestro homenaje. Con cada acción positiva honramos su memoria; con cada letra que estudiamos de la Torá, peregrinamos al lugar de su sepultura; con cada una de sus enseñanzas que logramos entender, tomamos algo de su inmortalidad y su grandeza.
 
Moisés, quiénes como nosotros para dar fe de ello, no murió, sino que vive en su obra y en cada uno de nosotros, que estudiamos e intentamos cumplir su ley.

Sisu veSimjú, el himno que entonamos en Simjat Tora, reza así:
Alégrense y regocíjense en Simját Torá
Y rindan honor a la Torá.
Porque más que toda mercancía es su recompensa
Mejor que oro y perlas valiosas.
Gocemos y regocijémonos con esta Torá
Porque ella es nuestra fortaleza y nuestra luz.

Jag Sameaj!

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