Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia
Cuenta una hermosa historia que, en una oportunidad, una pequeña oruga había soñado que debía llegar hasta la cima de una gran montaña. Ella sabía que el camino era largo y lleno de dificultades; sin embargo, estaba convencida de la importancia de su misión, y es por eso que se levantó muy temprano al día siguiente, para comenzar su arriesgada aventura.
En el camino, la oruga se fue encontrando con toda clase animales, y cada uno le daba un argumento distinto para hacerla abandonar su misión. El pequeño insecto, a pesar de todos los consejos y advertencias, hizo oídos sordos y continuó su camino. Sabía que no iba a ser fácil, pero sentía en su interior un impulso que la motivaba a no detener la marcha, aun a pesar de las críticas que recibía.
Pasaron varios días y la oruga continuaba su marcha. Hasta que en un momento, agotada ya por el pesado viaje, se detuvo y quedó paralizada en medio del camino. Todos los animales se acercaron para presenciar el predecible final de esta oruga obstinada, que no supo escuchar el consejo de los demás. Y cuando ya todos la pensaban muerta, su cuerpo rígido comenzó a quebrarse y dejó ver unas grandes y hermosas alas. Del caparazón apareció una gran mariposa que, apenas batió sus alas, emprendió vuelo hacia la cima de aquella gran montaña.
Todos tenemos nuestros propios sueños y ambiciones, relacionados con nuestra formación profesional, nuevos emprendimientos, expectativas acerca del matrimonio y la educación de nuestros hijos. Seguramente todos, alguna vez, nos entregamos con idealismo a alguna causa por la que nos pareció que debíamos luchar. Quizás el mejor ejemplo lo podemos encontrar en la Torá, en la persona de Moshé. Nuestro líder dedicó su vida a esta tan difícil misión de sacar al pueblo de Israel de Egipto, despertar en ellos la fe en un único D-s, y llevarlos a través del desierto hacia la tierra de Israel. Moshé entregó su vida a una misión que no estuvo libre de obstáculos y contratiempos. Se enfrentó a un pueblo quejumbroso, poco receptivo y sin preparación para esta tan difícil aventura: aprender a vivir en libertad.
En nuestra Parashá, Ki Tisá, nos vamos a enfrentar con el momento más crítico de la misión de Moshé: mientras él se encontraba en el Monte Sinaí, recibiendo las Tablas de la Ley y sellando la alianza con D-s, el pueblo había fabricado un becerro de oro y lo adoraba en una fiesta pagana. Seguramente conocen el desenlace de la historia: nuestro líder baja de la montaña cargando las Tablas de la Ley y, al ver lo ocurrido, arroja las tablas al suelo y las destruye, abrumado, lleno de ira y en medio de una gran frustración.
La Torá nos muestra la faceta más humana de Moshé. Después de haberse entregado por completo al pueblo, renunciando a los lujos y comodidades de Egipto, la ingratitud del pueblo debía ser para él la más clara muestra del fracaso de su misión. Sin embargo, el Talmud de Jerusalem (Taanit 4:2) nos sorprende con una versión diferente de la historia, que nos hace ver a Moshé desde una perspectiva aún más humana. En el momento en que el pueblo se confabulaba en este gran acto de idolatría, las letras de las Tablas, grabadas por D-s, comenzaron a desprenderse de la piedra y a volar por el cielo. En ese instante, dice el relato, las Tablas dejaron de representar la palabra de D-s y se convirtieron en simples piedras que, por su peso, Moshé ya no fue capaz de sostener.
La imagen que nos presenta el Talmud de Jerusalem es impactante: un Moshé ya entrado en años pero con la fuerza que da el amor a su misión, es capaz de descender la montaña cargando sin inconvenientes las pesadas Tablas de la Ley. Después del gran pecado, la frustración se apodera de él, siente que la fuerza le abandona, deja caer las Tablas y la continuidad de su misión se pone en riesgo.
La imagen que nos presenta el Talmud de Jerusalem es impactante: un Moshé ya entrado en años pero con la fuerza que da el amor a su misión, es capaz de descender la montaña cargando sin inconvenientes las pesadas Tablas de la Ley. Después del gran pecado, la frustración se apodera de él, siente que la fuerza le abandona, deja caer las Tablas y la continuidad de su misión se pone en riesgo.
Como a Moshé, ¿cuántas veces nos ha ocurrido que los obstáculos y la frustración nos hacen pensar que hemos perdido la fe y el idealismo original, y que nuestras más ansiadas metas y sueños corren el peligro de verse truncadas a mitad del camino? ¿Cuántas veces pasa que dirigentes comunitarios, líderes religiosos y políticos, sienten que, por cada dificultad que deben sortear, su tarea se va volviendo cada vez un poco más pesada, haciendo que algunos renuncien en el intento y suelten la carga antes de darse una nueva oportunidad?
Pero la historia de Israel y su pacto con D-s tiene un final feliz. Luego de la crisis y gracias al arrepentimiento del pueblo, Moshé recobra su fe y vuelve a enamorarse de su misión. No hay pecado u obstáculo que lo puedan alejar definitivamente de la causa por la que tanto se entregó: Moshé vuelve a subir el Sinaí y regresa con nuevas Tablas, esta vez intactas, al igual que su amor incondicional por los hijos de Israel.
Ningún proyecto trascendental está libre de dificultades y frustraciones. Moshé nos enseña que el yugo de una misión puede ser pesado, y que los obstáculos que se presentan solo nos fortalecen como seres humanos, dándonos la posibilidad de cosechar con alegría lo que con lágrimas y sacrificio sembramos. Con idealismo, fe, perseverancia y, por qué no, también con un poco de obstinación, al final del camino toda meta puede verse realizada.
Quiera D-s bendecirnos para que podamos aprender del ejemplo de nuestro gran maestro, y a pesar de los desafíos, seguir soñando con pasión para ver concretadas nuestras metas y propósitos más deseados.
¡Shabat Shalom Umeboráj!
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