jueves, 1 de marzo de 2012

Tetzavé 5772


Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana.

Rabino Mario Gurevich
Beth Israel Synagogue – Aruba

Nuestra Parashá de esta semana comienza así:  “ Y tu ordenarás a los hijos de Israel que te traigan aceite de olivas puro… para la iluminación, para encender la lámpara permanente… estatuto perpetuo será este para todas las generaciones de los hijos de Israel” (Éxodo 27:20-21).

A continuación, los siguientes 43 versículos están dedicados a describir las vestiduras de los sacerdotes.  Podemos imaginarlos extraordinarios, sin omitir detalle y, evidentemente, sin reparar en gastos dada su magnificencia y lujo.

Primera reflexión:  ¿Se justificaba  tanto trabajo, esfuerzo, arte y costo para el vestido sacerdotal?

Y la respuesta que se me ocurre a primera vista es que sí; el valor de los símbolos, el respeto que los uniformes han inspirado en todas las épocas a lo largo de la historia, produciría seguramente, en un pueblo recién liberado de la esclavitud, un sentimiento de respeto y sometimiento a lo sagrado difícil de obtener con formas menos llamativas.

Pero, cuando siglos más tarde el Templo fue destruido y el sacerdocio perdió su función, nuestros sabios determinaron que el pueblo todo se convertiría en am cohanim, un “pueblo de sacerdotes”.  Y así, cada uno de los oficios sacerdotales encontró su reemplazo, simbólico y más abstracto, en los preceptos que cada judío debe efectuar en su vida diaria: oraciones, bendiciones, alimentos, sus sinagogas, sus mesas de Shabat.

Sin embargo, a nadie parece habérsele ocurrido, o considerar necesario, reproducir las vestiduras del Cohen para todos nosotros en nuestras nuevas funciones.

Tal vez tenga esto que ver con que el tiempo y la evolución nos hicieron menos necesarias las muestras de pompas externas, y más sensibles a registrar lo sagrado y lo sublime en la introspección y en la espiritualidad.

Los reyes de la antigüedad – y de nuestros días –requerían de las coronas y las púrpuras. Los presidentes de estados democráticos, que cumplen la misma función, se arreglan perfectamente bien sin ellas.

Segunda reflexión:  El versículo que inicia la Parashá , registra que “estatuto perpetuo será este para todas las generaciones de los hijos de Israel”.  Registremos entonces  que la orden recibida era aportar el aceite necesario, ya que serían los cohanim quienes encenderían la luz.

Todos sabemos también que esa luz permanente está  simbolizada en el Ner Tamid que adorna nuestras sinagogas, hoy naturalmente generando su luz con energía eléctrica

Y entonces, ¿qué debemos hacer para cumplir nuestra parte en lo que la Torá llama “estatuto permanente”?  ¿Acaso debemos proveer aceite de oliva y modificar el Ner Tamid de nuestra sinagoga para que funcione con él?

Me atrevería a decir que no solo esto no es necesario, sino que el precepto se ha mantenido inmodificado e inmodificable tras todos los cambios de la historia.

La luz del Ner Tamid de entonces dependía del aceite provisto por los hijos de Israel.  No había Plan B.  Si no había contribución, no había luz.

La luz del Ner Tamid de hoy depende también de nuestra contribución, mas simbólica, más abstracta, pero igualmente determinante.

Nuestra presencia, participación, involucración, compromiso y espiritualidad es el aceite de nuestros días.  La luz que irradia de nuestras sinagogas (y por supuesto no solo la que funciona con electricidad) depende de ese aporte individual que cada uno de nosotros hacemos.

Cuando esos elementos faltan, la luz se apaga, las sinagogas cierran, las comunidades mueren.

Somos un pueblo de sacerdotes; seamos dignos de ese honor, con un comportamiento y convicción que aseguren, no solo un futuro luminoso, sino el futuro de la luz.

Shabat Shalom.

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