jueves, 22 de marzo de 2012

Vaikrá 5772

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá

Parashat Vaikrá (“llamó”) da inicio al tercer libro de la Torá, que lleva ese mismo nombre (en español, Levítico) y nos adentra en uno de los temas centrales de la experiencia religiosa antigua: los sacrificios.

Al lector contemporáneo, pocos rituales le resultan tan lejanos y ajenos como el complejo sistema de ofrendas que constituyó el corazón de la vida espiritual judía, desde sus orígenes hasta la destrucción del segundo Templo de Jerusalem en el año 70 E.C.

Parte de la dificultad para entender el profundo significado asociado a este rito surge de la incomprensión del término “Sacrificio”, que habitualmente se relaciona con la idea de un renunciamiento, un acto de abnegación.  Si bien la etimología de la palabra significa “hacer sagradas las cosas” (del latín, sacro y facere), el sacrificio es visto como una resignación, en donde el oferente entrega algo valioso para mostrar su lealtad y devoción a la divinidad.

En hebreo se utiliza la palabra Korbán como un genérico para todo tipo de ofrendas (aparece en la Torá 78 veces), y su raíz es K.R.B., que significa “acercar”.  En un sentido primitivo, la idea era acercar al altar la ofrenda.  En el mundo antiguo, se traía a los dioses alimento y bebida con el fin de satisfacer sus necesidades.  La Torá contiene algunos vestigios de esta concepción, usando en relación a las ofrendas los términos Lejem Elohaiv, “el pan o el alimento de Su Dios” (Lev. 21:17, 21 y 23) y Korbani Lajmi, “Mi ofrenda, Mi alimento” (Núm. 28:2)

En una etapa posterior, de la cual la Torá da testimonio en abundancia, las ofrendas se quemaban buscando conectarse con lo divino a través del Reaj Nijoaj, el “aroma agradable” que ascendía, tal como aparece repetidas veces en nuestra parashá (Lev. 1:9, 13, 17 y más) y en otros pasajes (Núm. 15:3, 7, 10, 13 y varios más).  Desde esta perspectiva, podríamos afirmar que al elevar la ofrenda, se pretendía por su intermedio “acercar” al oferente a Dios.

Los profetas clásicos añaden una nueva dimensión al acto de ofrendar, mediante la denuncia de un ritualismo vacío desconectado de una conducta ética.  Para ellos, el sacrificio como mecanismo de relacionarse con lo trascendente solo es válido si va acompañado de acciones concretas en favor de la justicia social.  Las críticas punzantes que salen de sus bocas (Is. 1:11-13, Am. 5:22-24, etc.) se resumen en las palabras de Oseas (6:6): “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos”.

La destrucción del Primer Templo, en el siglo VI AEC, dio origen a nuevas expresiones rituales.  Ya en tiempos del Segundo Templo, las ofrendas son acompañadas por la declaración de fórmulas, la entonación de salmos y el recitado de plegarias.  Con la caída del Segundo Templo, los rabinos aceleran la transición hacia la liturgia con la implementación de la Amidá, e incorporando formalmente la lectura regular de la Torá. L a ofrenda física (animal o vegetal,) es reemplazada por la declamación de palabras que representa la ofrenda del corazón, Avodá shebalev, literalmente, “labor del corazón”.

Si bien hay quien ansía la reconstrucción del Templo (con la llegada de la época mesiánica) y la restauración de los sacrificios, yo prefiero seguir con la plegaria.  Al mirar hacia atrás, me gusta ver el reemplazo de las ofrendas por las oraciones como parte de una evolución espiritual de nuestra tradición.

Ya en el midrash, Rabí Pinjas en nombre de Rabí Levi afirma que los sacrificios fueron una suerte de concesión divina, necesaria para sacar a los israelitas de la idolatría (Vaikrá Rabá 22:8), y en esa misma dirección se apunta el Rambam (Maimónides, siglo XII), en un conocido pasaje de su “Guía de Perplejos” (libro 3, Capítulo 30): “Por eso, Dios permitió que continuara esa clase de servicios, recabando para Sí el culto que antes se ofrendaba a los seres creados... ofreciéndole sacrificios, inclinándonos ante Él y quemándole incienso.”

De todas formas, aún cuando asumamos la plegaria como una instancia que supera los sacrificios, sigue siendo valioso para nosotros conocer los rituales mediante los cuales nuestros antepasados expresaban su propia espiritualidad.

Sumergirnos en el mundo bíblico de las ofrendas, para intentar comprender su diversidad y su simbolismo, se plantea como un ejercicio indispensable para entender la liturgia y, por ende, nuestra propia forma de relacionarnos con lo sagrado.

Hagamos que nuestra plegaria nos ayude a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, para que pueda expresar con honestidad y pasión nuestros compromisos más profundos y sea testimonio de nuestra propia devoción y entrega.

Sigamos el ejemplo de aquella humilde mujer, de la cual el sacerdote se burlaba por su escasa ofrenda hasta que en sueños escuchó una voz que le decía: “no la rechaces, considérala como si hubiera ofrendado su propia vida” (Vaikrá Rabá 3:5).

Shabat Shalom,

Gustavo

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