viernes, 15 de junio de 2012

Shlaj-Lejá 5772

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia

Sin duda, una de las instituciones más hermosas de la tradición judía es el Minián.  Traducida como “cuenta” o “quórum”, hace referencia al grupo de personas requeridas para poder pronunciar las oraciones más importantes de nuestra Tefilá, así como también para la lectura de la Torá.  El Minián nos transmite el mensaje de que es importante reunirnos en comunidad para dirigirnos a D-s adecuadamente.  Incluso para quien se encuentra alejado de la plegaria como práctica cotidiana, el Minián sigue siendo relevante al recordarle que, en los momentos significativos de la vida, tanto alegrías como tristezas, el judío siempre necesita de su comunidad.

El origen de la institución del Minián se encuentra en nuestra Parashá Shlaj Lejá.  La historia es conocida: como preparativo para la conquista, Moshé envía doce hombres para explorar la tierra de Canaán.  De los doce, diez regresan con un informe negativo y desalentador, que logra desanimar al pueblo para luchar y heredar la tierra.  Por otra parte, únicamente dos de los exploradores, Caleb y Ieoshua, regresan con un mensaje de optimismo: si bien la misión no carece de desafíos, bien vale la pena arriesgarse y entregarse a ella.  Pero a pesar de los esfuerzos de estos dos hombres, el pueblo se deja llevar por sus miedos, y la misión de heredar la tierra prometida parece fracasar.  La consecuencia: D-s decide que toda esa generación debe morir en el desierto, y únicamente la siguiente tendrá una nueva oportunidad.

¿Pero qué tiene que ver la historia de los doce exploradores con el Minián?  Utilizando un método de interpretación tradicional, conocido como gzerá shavá (inferencia por analogía), los sabios relacionaron un versículo de nuestra parashá con otros dos versículos (uno del libro de Vaikrá y otro que también aparece en el libro de Bemidbar), y concluyeron que el número mínimo para establecer una “congregación” correspondía al del grupo de diez exploradores que causaron la catástrofe de esa generación:

1)    Al referirse al grupo de diez exploradores en nuestra parashá, D-s dice: “¿Hasta cuando soportaré a esta malvada congregación?” (Bemidvar 14:27).
2)    En el episodio de la trágica revuelta de Kóraj contra el liderazgo de Moshé, D-s expresa algo similar, aconsejando al pueblo separarse del grupo de los rebeldes: “¡Apártense de en medio de esta congregación!” (Bemidvar 16:21).
3)    Por último, los rabinos compararon estos dos versículos con un tercero que aparece en Vaikrá: “Y seré santificado en medio de los hijos de Israel” (22:32).

Al relacionar lógicamente “congregación” con “santificado” y entendiendo que, en el contexto de los doce exploradores, “congregación” equivale a un grupo de diez, los rabinos determinaron que para santificar a D-s en la plegaria se requiere un número no inferior a diez personas (el Minián).

Se trata de un análisis lógico interesante; sin embargo, no quisiera que se limitara a lo estrictamente legal, y pudiésemos extraer de él una enseñanza para nuestra vida:

Siempre me llamó profundamente la atención que, de dos acontecimientos tan oscuros y trágicos de nuestra historia (los doce exploradores y la revuelta de Kóraj), nuestros sabios hayan aprendido algo tan valioso como el Minián, que recalca la importancia de reunirnos en comunidad para rezar y santificar a D-s.  ¿Cómo puede ser que de dos historias de rivalidades y divisiones internas, los rabinos hayan rescatado justamente un  mensaje de unidad e igualdad, manifestado diariamente en el Minián?

Pienso que la respuesta la encontramos en el corazón mismo de la historia judía: desde épocas antiguas, la superación ha sido parte del ADN del pueblo judío.  Aprendimos a transformar lo amargo en dulce y lo profano en sagrado.  De la esclavitud de Egipto, pasamos a recibir la Torá.  Más tarde, fuimos exiliados de nuestra tierra y nuestra ciudad sagrada fue destruida, pero aún en la tristeza de la diáspora, nuestro pueblo desarrolló su creatividad escribiendo las obras fundamentales que nos inspiran hasta el día de hoy.  Siglos más tarde nos expulsaron de España, pero llegamos a Israel y nuestro pueblo renació en Tzfat en el siglo XVI.  Sufrimos los horrores de la Shoa, pero con ese mismo espíritu inagotable de superación logramos restablecer el Estado de Israel.

Cada generación de nuestro pueblo tiene ese mismo desafío: asumir sus fracasos y tragedias como una oportunidad para el crecimiento personal y del pueblo en su totalidad.  El éxito y la trascendencia de una misión solo pueden ser alcanzadas luego de varias caídas y de la reflexión que podamos hacer acerca de ellas.  Quiera D-s entonces que, ante cada desafío que nuestro pueblo deba enfrentar en el futuro, sepamos transformar lo amargo en dulce y, así, ser continuadores de ese espíritu de superación.  Solo de esa forma podremos ver realizadas nuestras aspiraciones históricas: ser pueblo santo y una luz para las naciones.

¡Shabat Shalom!

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