jueves, 7 de junio de 2012

Sobre piratas y corsarios judíos

Por  Julián Schvindlerman
Revista Compromiso - Año 4 No. 19

Visualice al típico pirata del Caribe del siglo XVII: parche en el ojo, espada en una mano y botella de ron en la otra, buque mercenario, bandera de calaveras. Agréguele ahora estos elementos a la imagen: una Estrella de David en la bandera flameante, “Mazal Tov” al nombre grabado en la madera de la embarcación y comida kosher a bordo. ¿Difícil de creer, cierto? Pues bien, la piratería hebrea existió y dejó una huella distintiva no solamente en la historia judía sino en la historia universal de la piratería misma.

Los primeros antecedentes podemos hallarlos incluso hasta más de dos mil años atrás. Según José Chocrón Cohén ha señalado en un artículo escrito para el Centro de Estudios Sefaradíes de Caracas, “en el siglo I antes de la era común hay evidencia de judíos que combatieron con piratas”. El legendario historiador Flavio Josefo relató ataques de marineros hebreos contra barcos romanos desde el puerto de Yaffo. Josefo da cuenta de un debate oral acaecido en Damasco en el año 63 antes de la era común entre dos líderes judíos llamados Hircano y Aristóbulo, quienes en un esfuerzo por persuadir a Pompeyo de ser alguno de ellos declarado rey de los de su pueblo, uno acusó al otro de llevar adelante “piratería en el mar”. Conforme ha escrito Cohén, en el siglo VI de la era común sacerdotes cristianos testimoniaron acerca de piratas judíos en la costa del norte del continente africano. Un documento clerical de ese siglo cuenta que el obispo Sinesio fue capturado por piratas hebreos en represalia por encarcelamientos que éste ordenaba  y dice que los piratas judíos se abstenían de navegar el día de shabat. El propio Maimónides en el sigo XII afirmó, en una carta enviada a su hermano, que judíos y musulmanes compartían barcos piratas.

Pero la época de mayor apogeo de la piratería judía parece haber ocurrido durante los siglos XVI y XIX. A comienzos de 1492, los reyes católicos de España ordenaron la conversión forzosa o expulsión de los judíos residentes en tierras bajo su gobierno. Diversos historiadores han notado la coincidencia curiosa de la fecha en la cual zarparon los buques de Cristóbal Colón hacia lo que sería el nuevo mundo con la fecha tope para la partida de los judíos españoles según el edicto de expulsión. El famoso y difunto cazador de nazis Simon Wiesenthal, en un libro de su autoría titulado Operación Nuevo Mundo, señaló la presencia de hebreos en la flotilla del explorador genovés y ponderó incluso las posibles raíces judías del mismísimo Colón. En cualquier caso, motivados por la sed de venganza contra la corona española, varios judíos expulsados surcaron los mares en embarcaciones que llevaron por nombre “Reina Esther”, “Escudo de Abraham” y “Profeta Samuel”, atacando barcos españoles en el marco de alianzas políticas con potencias europeas enemigas de España. En una nota publicada en la revista Guesharim, Ernesto Antebi , tomando información de las actas de la comunidad hebrea de Amsterdam Mikve Israel, cita el que posiblemente sea uno de los sermones más insólitos de la historia de la prédica rabínica: el sermón de Ioshua de Córdoba, rabino de la comunidad hebrea de la isla caribeña de Curazao, pronunciado en 1753, en el cual éste advierte a su congregación sobre como evitar atracos piratas en alta mar entre buques judíos y predica sobre la necesidad de solidaridad fraterna cuando un barco español atacaba a una embarcación hebrea.

Si hemos de ser rigurosos, debiéramos distinguir entre pirata y corsario pues el papel de uno y otro en aquellos tiempos no era idéntico. El corsario recibía ese nombre en virtud de un acuerdo que el navegante entablaba con un gobierno con el fin de capturar y saquear embarcaciones de bandera hostil a ese gobierno. El corsario estaba así facultado a actuar solamente contra los buques de naciones determinadas y, una vez obtenido el botín, estaba obligado a repartirlo con el gobierno que le otorgó la llamada “patente de corso”. El pirata, por el contrario, no tenía relación contractual alguna con estado alguno, atacaba indiscriminadamente y se guardaba el tesoro tomado para sí. Unos y otros, sin embargo, aterrorizaron los mares y forjaron leyendas reales y fantásticas.

Un aporte decisivo y original al estudio de la piratería judía lo hizo el periodista estadounidense Edward Kritzler en su obra Los Piratas Judíos del Caribe. En sus páginas retrata las aventuras y desventuras de célebres piratas, corsarios y bucaneros hebreos cuyas hazañas han legado un capítulo colorido -heroico y trágico a la vez- a la historia judía.

Así sabemos de Sinan Reis, corsario judeo-turco, almirante de la flota turca y aliado del conocido Barbarroja, quién en 1538 combatió a la flota conjunta de la Liga Santa (compuesta por los Estados Pontificios, el Sacro Imperio Romano Germánico, la República de Venecia y la Orden de Malta) en la batalla de Preveza que dio al Imperio Otomano control sobre el Mediterráneo por más de treinta años. Simón Fernández fue un corsario judeo-español escapado de la Inquisición que colaboró con el pirata galés John Callis acosando a barcos españoles y franceses, lo cual le valió el permiso británico para usar sus puertos. Junto al pirata y corsario inglés Walter Raleigh navegó hacia las Indias Occidentales, América del Norte y el Océano Pacífico. Yaacov Curiel descendía de una familia de judíos conversos al Cristianismo y llegó a ser capitán de la flota naval española. Capturado por los agentes inquisitoriales y rescatado por sus propios marineros marranos, pasó a atacar embarcaciones españolas en el Mar del Caribe hasta su retiro cabalístico en la Tierra Santa. David Abrabanel fue un temido corsario judeo-holandés al servicio de los británicos que tenía un linaje familiar notable. Conocido como “Capitán Davis”, cuyo barco se llamó “Jerusalem” y aparentemente observaba el shabat, asedió a los barcos españoles durante una década. Su familia entera había perecido en un ataque español en alta mar cuando él era un adolescente. Samuel Pallache -antes de ganarse el apodo de “Pirata Rabino” por descender de rabinos y dedicarse a la piratería- había sido embajador de Marruecos en Madrid. Fue corsario de los holandeses (reclutó marranos a su tripulación) y comerciante global. Otro destacado corsario fue Moisés Cohen Henriques, judeo-portugués al servicio de Amsterdam cuyas travesías los llevaron a Cuba y a Brasil para terminar siendo asesor del pirata más famoso de todos los tiempos, Henry Morgan. En 1628 perpetró el mayor acto de la piratería mundial cuando capturó la flota de plata española. Y por último pero sin que ello agote el listado, cabe mencionar a los hermanos Pierre y Jean Lafitte, judíos cuyos antepasados habían huido de España a Francia y se convirtieron en dos de los más afamados corsarios de fines de siglo XVIII e inicios del XIX. Bajo la égida de Francia y desde los pantanos de Louisiana, atacaban a los buques ingleses que navegaban por el Golfo de México. En 1812, en la batalla de New Orleans, Jean luchó victoriosamente junto a Andrew Jackson, futuro presidente de los Estados Unidos, y terminó sus días de corsario en Yucatán, México.

Si todo esto le parece demasiado increíble, haga un viajecito a Curazao. Diríjase al antiguo cementerio judío y deténgase frente a la tumba de Lea Jana Schneur, esposa de un pirata judío. Si mira atentamente, verá grabada en la lápida que lleva su nombre, la calavera y los huesos cruzados.

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