Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Por el Rabino Rami Pavolotzky,
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
Publicado en 5768
El centro de nuestras vidas
El segundo capítulo del libro de Números detalla cómo debía establecerse el campamento de los hijos de Israel en el desierto. En el centro se encontraba el Mishkán (Tabernáculo). Alrededor de este se distribuían Moshé, Aharón y sus hijos, y el resto de la tribu de Leví. Un poco más afuera, en cada uno de los puntos cardinales, se ubicaba un grupo de tres tribus, cada una de las cuales debía llevar un estandarte que las identificaba. Esta disposición debía mantenerse estrictamente, tanto al acampar como al desplazarse.
Está claro que el campamento se ordenaba de dentro afuera, siguiendo un orden decreciente en santidad o importancia religiosa. En el centro se ubicaba la casa de D”s y Su Torá, más afuera aquellos responsables de enseñar y velar por el cumplimiento de las palabras de la Torá, y todavía más afuera el pueblo, aquellos a quienes el mensaje divino estaba dirigido.
En su introducción al Libro de Números, Najmánides construye una analogía entre la disposición del campamento y el escenario de la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, comparando los versículos que describen ambos acontecimientos en éxodo y Números. Según esta analogía, el Tabernáculo era algo así como la continuación o extensión del Monte Sinaí en la travesía por el desierto, como si ese momento inefable de revelación y encuentro de lo humano con lo divino se representara simbólicamente cada día durante los cuarenta años de caminata entre Egipto y la tierra de Israel.
Lo que llama la atención de Najmánides es, por supuesto, el hecho de que el Mishkán estuviera ubicado en el centro de la escena. Me gustaría proponer algunas enseñanzas que creo podemos aprender de esta curiosa disposición geométrica:
La Torá debe constituir el centro de nuestras vidas. Nuestros pensamientos y acciones cotidianas deben girar en torno a nuestra tradición. Ayudar a nuestras congregaciones, rezar en la sinagoga, observar los preceptos judíos, llevar a nuestros hijos a la escuela judía, formar una familia judía, interesarnos por nuestros hermanos judíos en Israel y el mundo, estudiar judaísmo, etc.… todas estas actividades deben ser las más importantes que realizamos a diario. Si nos da lo mismo llevar a nuestros hijos a la clase de ballet o a la escuela judía, el mensaje que les transmitimos es demasiado claro como para esperar que nuestros hijos continúen siendo judíos en el futuro. Solo cuando la Torá se asienta en nuestros corazones podemos resguardarla.
Los educadores y líderes judíos deben ubicarse tan cerca de sus congregaciones como del estudio y cultivo de la tradición. Si Moshé, Aharón y el resto de los levitas se hubieran acomodado dentro del Mishkán, hubiéramos dicho que vivían en una “torre de marfil”, solo preocupados por el conocimiento y la teoría. Pero si por el contrario hubiesen estado ubicados con el resto del pueblo, entonces hubiéramos podido opinar que eran líderes populistas, carentes de una sólida fuente de inspiración. Necesitamos educadores y líderes judíos que sepan estar siempre cerca de su gente, pero que también puedan desarrollar fuertemente su propia espiritualidad, la base intelectual y moral que los convertirá en dirigentes destacados.
La ubicación del pueblo, equidistante de la Torá, simboliza en mi opinión la necesidad de que los marcos judíos de espiritualidad, estudio y recreación deben ser accesibles a todos los judíos. Los recursos económicos y logísticos deben utilizarse para que todos nosotros tengamos la oportunidad de vivir vidas judías en forma significativa. Por un lado, todos debemos hacer un esfuerzo para acercarnos a los centros judíos, y por el otro, los que ya tenemos la dicha de estar en esas instituciones debemos intentar acercar a aquellos que se encuentran afuera. Nadie tiene más derechos ni obligaciones que otros en el judaísmo; todos nos encontramos rodeando la Torá.
Ojalá podamos en nuestro tiempo reconstruir la imagen del campamento hebreo en el desierto en cada una de nuestras instituciones judías. Que la Torá se ubique en el centro de los intereses comunitarios, que los educadores y dirigentes se acerquen a la gente sin tener que sacrificar su propio desarrollo espiritual y cultural, y que todos nosotros, sin distinción, tengamos acceso a vivencias y actividades judías que nos sirvan de inspiración y guía.
Shabat shalom,
Rabino Rami Pavolotzky
El segundo capítulo del libro de Números detalla cómo debía establecerse el campamento de los hijos de Israel en el desierto. En el centro se encontraba el Mishkán (Tabernáculo). Alrededor de este se distribuían Moshé, Aharón y sus hijos, y el resto de la tribu de Leví. Un poco más afuera, en cada uno de los puntos cardinales, se ubicaba un grupo de tres tribus, cada una de las cuales debía llevar un estandarte que las identificaba. Esta disposición debía mantenerse estrictamente, tanto al acampar como al desplazarse.
Está claro que el campamento se ordenaba de dentro afuera, siguiendo un orden decreciente en santidad o importancia religiosa. En el centro se ubicaba la casa de D”s y Su Torá, más afuera aquellos responsables de enseñar y velar por el cumplimiento de las palabras de la Torá, y todavía más afuera el pueblo, aquellos a quienes el mensaje divino estaba dirigido.
En su introducción al Libro de Números, Najmánides construye una analogía entre la disposición del campamento y el escenario de la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, comparando los versículos que describen ambos acontecimientos en éxodo y Números. Según esta analogía, el Tabernáculo era algo así como la continuación o extensión del Monte Sinaí en la travesía por el desierto, como si ese momento inefable de revelación y encuentro de lo humano con lo divino se representara simbólicamente cada día durante los cuarenta años de caminata entre Egipto y la tierra de Israel.
Lo que llama la atención de Najmánides es, por supuesto, el hecho de que el Mishkán estuviera ubicado en el centro de la escena. Me gustaría proponer algunas enseñanzas que creo podemos aprender de esta curiosa disposición geométrica:
La Torá debe constituir el centro de nuestras vidas. Nuestros pensamientos y acciones cotidianas deben girar en torno a nuestra tradición. Ayudar a nuestras congregaciones, rezar en la sinagoga, observar los preceptos judíos, llevar a nuestros hijos a la escuela judía, formar una familia judía, interesarnos por nuestros hermanos judíos en Israel y el mundo, estudiar judaísmo, etc.… todas estas actividades deben ser las más importantes que realizamos a diario. Si nos da lo mismo llevar a nuestros hijos a la clase de ballet o a la escuela judía, el mensaje que les transmitimos es demasiado claro como para esperar que nuestros hijos continúen siendo judíos en el futuro. Solo cuando la Torá se asienta en nuestros corazones podemos resguardarla.
Los educadores y líderes judíos deben ubicarse tan cerca de sus congregaciones como del estudio y cultivo de la tradición. Si Moshé, Aharón y el resto de los levitas se hubieran acomodado dentro del Mishkán, hubiéramos dicho que vivían en una “torre de marfil”, solo preocupados por el conocimiento y la teoría. Pero si por el contrario hubiesen estado ubicados con el resto del pueblo, entonces hubiéramos podido opinar que eran líderes populistas, carentes de una sólida fuente de inspiración. Necesitamos educadores y líderes judíos que sepan estar siempre cerca de su gente, pero que también puedan desarrollar fuertemente su propia espiritualidad, la base intelectual y moral que los convertirá en dirigentes destacados.
La ubicación del pueblo, equidistante de la Torá, simboliza en mi opinión la necesidad de que los marcos judíos de espiritualidad, estudio y recreación deben ser accesibles a todos los judíos. Los recursos económicos y logísticos deben utilizarse para que todos nosotros tengamos la oportunidad de vivir vidas judías en forma significativa. Por un lado, todos debemos hacer un esfuerzo para acercarnos a los centros judíos, y por el otro, los que ya tenemos la dicha de estar en esas instituciones debemos intentar acercar a aquellos que se encuentran afuera. Nadie tiene más derechos ni obligaciones que otros en el judaísmo; todos nos encontramos rodeando la Torá.
Ojalá podamos en nuestro tiempo reconstruir la imagen del campamento hebreo en el desierto en cada una de nuestras instituciones judías. Que la Torá se ubique en el centro de los intereses comunitarios, que los educadores y dirigentes se acerquen a la gente sin tener que sacrificar su propio desarrollo espiritual y cultural, y que todos nosotros, sin distinción, tengamos acceso a vivencias y actividades judías que nos sirvan de inspiración y guía.
Shabat shalom,
Rabino Rami Pavolotzky
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