viernes, 17 de mayo de 2013

Nasó 5773

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

Por el Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara

Creo que no me equivoco si digo que a la gran mayoría de nosotros nos pasa o nos pasó: vemos un espejo, una vitrina, o una superficie similar, y casi inevitablemente volteamos a mirar.  O mejor dicho, volteamos a mirarnos.  Algunos lo hacen para ver lo bien que se ven, otros lo hacen para ver lo mal que se ven, pero sea como sea, a una gran cantidad de nosotros nos pasa que al encontrarnos con un espejo, buscamos encontrarnos a nosotros mismos en ese reflejo.

Podemos entender esta “cuasi-necesidad” de nuestros tiempos en relación a la capacidad del ser humano de reconocerse a sí mismo.  Es sabido que, a diferencia de otros animales, el hombre es aquel que al ver su reflejo puede reconocerse a sí mismo como el reflejado.  Esta capacidad reflexiva, es aquella que le permite al hombre el poder reflexionar, volverse sobre sí mismo, y repensar aquello que hace o deja de hacer.

Pero en general, me parece que nosotros no nos miramos en una vidriera al caminar por el centro, solo para reconocer y reafirmar nuestra capacidad reflexiva.  Me parece que nosotros lo hacemos por algo que en la psicología se llama “narcisismo.”

El término narcisismo proviene de la mitología griega.  La leyenda nos cuenta acerca de un hermoso joven, llamado precisamente Narciso, quien sistemáticamente rechazaba a todas las jóvenes y los jóvenes que venían a cortejarlo. Narciso era demasiado bello como para regalar tanta perfección a quien no la mereciera.

Esta posición tan egocéntrica y soberbia llevó al propio Narciso, a sabiendas o sin querer, a maltratar y humillar a todo el que se acercaba a contemplarlo.  El castigo que Némesis, la diosa griega de la venganza, eligió para Narciso, fue que el apuesto joven cayera enamorado de su propia imagen.  Así, caminando un día por el campo, Narciso se acercó a un lago para tomar un poco de agua y, al verse reflejado en el lago, quedó tan fascinado con su propia imagen, que terminó cayendo al lago y ahogándose por no saber nadar.

Hasta aquí la historia de Narciso.

Pasemos ahora a la Parashá de la semana.  Uno de los temas que aborda Parashat Naso es la presentación del Nazir, o Nazareno.  Esta persona decidía consagrar su vida a Ds por un determinado tiempo, durante el cual tenía prohibido ingerir alcohol, cortarse los cabellos o entrar en contacto con un muerto.

También podía pasar que un Nazir eligiese quedarse Nazareno toda su vida.  Es más, conocemos casos en que ni siquiera el Nazir elegía, sino que la consagración a Ds era una decisión de su madre (como verán, las idishe mames no han sido un invento moderno).  Tanto Sansón como Samuel son personajes que quedan consagrados como Nezirim, incluso antes de su nacimiento.

Ahora bien, en la época talmúdica, la visión que se tenía del modelo del Nazir era muy negativa.  Es decir, los sabios veían con muy malos ojos que el Nazareno, al consagrar su vida a Ds, se escindiera y olvidara de la comunidad.  La Tradición de Israel ha decidido hace mucho tiempo que no estaba interesada en ese tipo de modelo monástico.

Sin embargo, hay un relato en el Talmud que quiero compartir con ustedes, y que nos muestra un acercamiento diferente al Nazir.  Cuenta el Talmud que un hombre llegó a ver a un rabino.  El hombre le entregó al rabino una bolsa, mientras le contaba sus intenciones de volverse Nazareno.  El rabino lo miró con mala cara: “¿Para qué quieres volverte Nazir?  ¿Acaso no sabes que en nuestros días está mal visto que te separes de la congregación para consagrarte exclusivamente a Ds?”  El hombre contestó: “Rabino, vea la bolsa.  En ella encontrará mis cabellos recién afeitados.  Hace un tiempo tenía preciosos rulos, y todo el mundo los admiraba.  Es más, llegó un momento en que casi los comienzo a admirar yo también, y a creerme especial por ser el portador de tan preciados cabellos.  En ese momento decidí que no iba a permitir que mi ietzer hará me domine, y por tanto elegí hacerme Nazir.”

En ese momento, el rabino miró al hombre y con lágrimas en los ojos, le dijo: “Quiera Ds que más personas como tú puedan habitar este mundo.”

Si se fijan, la historia es exactamente antagónica a la leyenda de Narciso.  El hombre del Talmud, consciente de su belleza, decide no encerrarse en sí mismo ni creerse superior a los demás, y ofrenda sus cabellos al consagrarse a algo que lo trasciende.

La historia de Narciso es trágica, básicamente porque nos muestra que a veces nos enamoramos de nosotros mismos, a tal punto que nos olvidamos de todo lo demás.  No es malo tener una autoestima elevada.  Es más, es necesario.  Pero de ahí a erigirnos como inigualables y únicos, o creernos el centro del universo, hay una gran diferencia.

Narciso solo pensaba en sí mismo, y en ese egoísmo terminó ahogándose en su propio reflejo.  Porque Narciso solo podía dialogar consigo mismo, transformando todo diálogo en un tedioso monólogo.

El Nazir, por su parte, también peca en algún punto de egoísta, al consagrar todas sus fuerzas a Ds mientras se olvida de los seres humanos.  Aún así, el relato del Talmud nos enseña que es mejor consagrar la vida a otro, que dedicarla a un festín egocentrista.

Porque solo al abrirnos a los demás, encontramos la verdadera esencia de la vida.  Y solo cuando construimos nuestras vidas en conjunto, nos fortalecemos entre todos y trascendemos el mundo de los reflejos.  Porque – para quien todavía no se dio cuenta – los reflejos que vemos en el agua, los espejos o las vidrieras, son una simple ilusión óptica.  Y nadie puede ni debe crecer apostando a ese tipo de ilusiones.

Nuestra apuesta tiene que encontrarse a medio camino entre Narciso y el Nazir.  No podemos concentrarnos solo en nosotros mismos, ni consagrarnos enteramente a Ds. Lo que debemos hacer es rescatar nuestra particularidad y abrirnos al mundo, reconociendo al otro y reconociéndonos en el otro.  Porque la capacidad de reflexividad que nos da un espejo, no se compara a la capacidad de reflexividad que nos da el prójimo.  Es en el diálogo con el otro que nos reconocemos, y es en la posibilidad de la interacción con quienes nos rodean que podemos hacer una gran diferencia.

Incluso en la sociedad narcisista en la que vivimos, cada uno de nosotros siempre tiene la posibilidad de salirse del sistema y apostar por algo diferente.  Quiera Ds que podamos dejar atrás a Narciso, a fin de encontrarnos con nuestros prójimos, y no terminar ahogados en tanto ego.

Shabat Shalom,
Rabino Joshua Kullock

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