jueves, 30 de abril de 2015

Ajarei Mot - Kedoshim 5775

Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel

Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana

Es decepcionante pero no deja de ser un  testimonio de los tiempos que corren. La palabra “Xenofilia” – amor por el extranjero – ni siquiera es reconocida como tal por el diccionario de la Real Academia Española, mientras que su antónimo, la “Xenofobia” – odio al extranjero - goza de mucha popularidad.

La tradición judía tiene un particular compromiso por proteger al extranjero. El Talmud (Baba Metzia 59b) se pregunta ¿por qué la Torá nos advierte en 36 lugares diferente sobre nuestra conducta en relación al Guer, al forastero? Podemos afirmar que la preocupación surge de la propia experiencia. Nuestra historia comienza con un inmigrante, Abraham nuestro patriarca, y nuestra identidad como pueblo se forja a partir de la liberación de la esclavitud en Egipto, el perfecto ejemplo de la fragilidad de la situación a la que está sometido aquel que sin protección legal depende del capricho de la autoridad de turno.
Al contemplar el sufrimiento de nuestros antepasados, emerge un sentimiento de empatía hacia los menos favorecidos y es desde esta perspectiva que podemos comprender porque la Torá se dedica a cuidar al forastero dedicando varios pasajes advirtiéndonos que no debe ser oprimido mi maltratado, equiparando su estatus al de un ciudadano (“La misma ley se aplicará tanto al nativo como al extranjero que habite entre vosotros.” Éx. 12:49) y obligándonos a brindarle asistencia social junto a las viudas y los huérfanos, los  otros grupos vulnerables de la sociedad.

El filósofo judío alemán Herman Cohen (1842-1918) explica el alcance de estas leyes: “El extranjero debía ser protegido, a pesar de no ser un miembro de la familia, del clan, de la misma religión, comunidad, o pueblo, simplemente porque era un ser humano. En el extranjero, el hombre descubrió su humanidad.”

Esta idea se condice con la profunda convicción bíblica que afirma que cada ser humano es una criatura divina. El ser poseedor de este atributo es suficiente para que toda persona, sin importar su situación sea tratada con dignidad y respeto. Sin embargo, la Torá avanza un paso más y en un giro audaz nos ordena amar al Guer, al extranjero. Y no una vez sino dos veces…

La primera en Parashat Kedoshim como parte del código de santidad: “Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Adonai, vuestro Dios.” (Lev. 19:34)

Y la segunda en Parashat Ekev: “Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.” (Deut. 10:19)

Sobre esta Mitzvá reflexiona el rabino británico Jonathan Sacks (nacido en 1948) quien fuera Gran Rabino de Gran Bretaña:

“Es fácil amar a nuestro prójimo. Es difícil amar al extranjero… Un vecino es alguien a quien amamos, porque él es como nosotros. Un extranjero es a quien se nos enseña a amar precisamente porque no es como nosotros. Ese es el mandamiento más poderoso y más importante de la Torá. Creo que es la mayor verdad religiosa articulada en los últimos cuatro mil años.” (The Chosen People, cap. 8)

En su sabiduría milenaria, la Torá nos compele a amar al otro, al distinto, al que definitivamente no es como yo. Esa es la clave para la constitución de una sociedad que refleje el ideal divino de justicia, armonía y solidaridad.

Hoy más que nunca, ese llamado cobra vigencia. Fruto de la globalización y las dinámicas socioeconómicas, prácticamente todo país enfrenta el desafío de absorber poblaciones migrantes.

Más allá de la dinámica particular de cada geografía, la tradición judía, firme en sus convicciones, rechaza toda forma de xenofobia y nos convoca a trabajar a favor de los más vulnerables.

Puede que la palabra xenofilia no figure en ningún diccionario, pero no cabe duda que en la cosmovisión judía, el amor por el extranjero debe ocupar un lugar destacado en nuestro accionar.

Shabat shalom

Gustavo

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