jueves, 4 de mayo de 2017

Ajarei Mot- Kedoshim 5777

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

Rabino Lic. Daniel A. Kripper
Beth Israel - Aruba

“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: consagrados habréis de ser, ya que Santo Soy Yo..." (Lev. 19: 2).
Este capítulo del Levítico, con su enunciado de la esencia de la Torá, comienza significamente con un mandato para toda la grey de llevar una vida de santidad y elevación espiritual.

El judaismo difiere de otras religiones en que no hay lugar para grupo o casta de “santos”, o sea hombres y mujeres separados del resto del pueblo por su nivel superior de santidad.


De acuerdo con Rashi, la santidad no era la prerrogativa de una minoría privilegiada, sino que era un imperativo inherente a “toda la congregación”.

Es por ello que Moisés nos instruyó una Torá, que es una herencia de toda la asamblea de Jacob. (Deut. 11:4). En lugar del término común para referirse a una herencia, que es yerushá, la frase usa la palabra morashá, heredad, que es conjugación hifil, o activa.

Esto indica que la Torá deberá ser transmitida colectivamente como mitzvá o mandato, a la asamblea de Jacob, quien es la depositaria de esta herencia.

Es verdad que los cohanim, descendientes de Aarón, quienes estaban a cargo del santuario, debían mantener un nivel mayor de pureza ritual en sus funciones religiosas en el templo. Pero por otra parte, el código de santidad,  era de aplicación uviversal, y no estaba referido sólo a los cohanim. ¿Acaso no fué la congregación de Israel como un todo denominada “mamlejet cohanim vegoi kadosh, un reino de sacerdotes y un pueblo consagrado”? (Ex.19:6).

Vivimos en la era de la especialización, con la concomitante derivación de temas delicados a los expertos, a los peritos en las distintas materias. Pero en el judaismo no se pregona que algunas personas especiales, por excelsas que sean sus virtudes, realize una acción en lugar de otro. En el contexto de la conciencia y el espíritu cada cual responde  por si mismo.

El judaismo surgió como una fe esencialmente democrática, y se desarrolló aún más como tal a través de los siglos. Así clama Moisés, el profeta por antonomasia: “¡Quién diera que todo el pueblo de Adonai fuese de profetas”...(Num. 11:29).

La fortaleza, la existencia misma de una tradición, depende de la dedicación y compromiso  hacia sus principios por parte de todos sus adherentes y no sólo de su liderazgo.

De modo que el llamado a santificar la vida, kidush hajaim, está dirigido a “toda la congregación de los hijos de Israel”.

Rabino Daniel Kripper

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