Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana.
Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore
Bogota, Colombia
Esta semana comenzamos la lectura del libro de Bemidbar, conocido en español como Números, debido a su nombre tradicional en hebreo, Jumash HaPekudim (el libro de los censos).
Sin embargo, el nombre que usamos hoy en día en hebreo (Bemidbar) significa literalmente 'en el desierto'. Este nombre se debe a una de las primeras palabras del libro, pero encierra además un sentido muy profundo. El desierto es quizá el lugar por excelencia para el pueblo judío, el espacio en el cuál todo comenzó, la geografía que hizo posible nuestra identidad como pueblo.
En un famoso artículo en 'The New Yorker' acerca del descubrimiento de los rollos del Mar Muerto, Edmund Wilson escribía en la década del '50: "Las colinas no sugieren rostros de dioses ni de hombres... Uno de mis compañeros, que conocía bien Palestina, me dijo: 'Nada, fuera del monoteísmo, pudo salir de aquí' "
Lo cierto es que la idea del desierto como lugar fundante de la tradición monoteísta y espacio en el cual tiene lugar la revelación fue algo que intrigó a los sabios desde antes de los tiempos talmúdicos.
Filón de Alejandría en su obra "del decálogo" se hace precisamente esa pregunta: ¿por qué el desierto como lugar para la revelación de la Torá?. Explica el primero de los filósofos judíos que las ciudades son ámbitos en donde habita la maldad, la impiedad y la arrogancia. Es en las ciudades, según Filón, que los hombres construyen deidades y adoran cosas materiales. El desierto, por el contrario, es el ámbito en donde todo eso es purificado, en donde la gente se desprende de esos vicios.
Los sabios en el Midrash también se preguntan qué tiene de especial el desierto. En el Bemidbar Rabbah se explica que la Torá fue dada en un contexto de lluvia, fuego y desierto; porque estas tres cosas pueden ser obtenidas libremente por quien quiere, al igual que las palabras de la Torá. Muchas cosas en el mundo tienen un 'precio', deben ser pagadas antes (o después) de recibirlas. El desierto viene a representar la 'gratuidad' de las palabras de Torá. Nadie puede decir 'el desierto es mío', como nadie puede reclamar la propiedad de la Torá, que nos fue dada a todos. Pero agrega el Midrash al final que así como el desierto 'no tiene dueño', quien desee recibir Torá debe también reconocerse libre. No sólo las palabras de la Torá son libres como el desierto, quien las recibe debe hacerlo con la libertad de quien transita por el desierto. Despojados de ataduras.
David Hartman afirma: "Nacimos como un pueblo en el desierto para que comprendamos que la tierra debe ser percibida como instrumental y no como un valor absoluto. La memoria de que le pacto fue realizado en el desierto nos previene de caer víctimas de la idolatría del poder político " (Hartman, A living covenant)
Hasta desde un punto de vista etimológico, el desierto y la palabra estan conectados. Desierto en hebreo se dice MiDBaR, palabra que se escribe igual que MeDaBeR, que significa 'habla' . El Dibbur, lo dicho, está íntimamente ligado con el desierto. Es en el desierto en donde la Torá puede ser 'dicha', quizá porque es ese el lugar más propicio para que ésta sea oída.
En uno de los libros más hermosos que he leído, Edmond Jabes alude también a que debemos conectar la idea del desierto con el lugar que ocupa la arena en el libro de Bereshit, aquella arena que fue símbolo de la promesa de Dios a Abraham. Escribe Jabes: "Solo es en el desierto, en el polvo de nuestras palabras, donde la palabra divina podía ser revelada. Desnudez, transparencia de una palabra que cada vez nos es necesario encontrar de nuevo para esperar poder hablar. El caminar errante crea el desierto (...)La palabra tiene permiso de residencia únicamente en el silencio de las demás palabras. En primer lugar, hablar es apoyarde sobre una metáfora del desierto, es ocupar una blancura, un espacio de polvo o ceniza, donde la palabra victoriosa se ofrece en su desnudez liberada." (Jabes, Del desierto al libro)
En resumen, es el desierto el lugar en donde nuestro pueblo es inaugurado. Es allí en donde todo comienza, el espacio en donde la palabra es posible. Que la Torá tenga un libro llamado 'En el desierto' y que no tenga ninguno cuyo título aluda a la tierra de Israel es quizá indicio de un espacio al que debemos cada tanto retornar. El movimiento profético tenía predilección por esa geografía. Era el desierto el espacio mítico en donde todo había comenzado, y era allí donde paradójicamente debíamos retornar para orientarnos.
Vivimos en un mundo urbano, en donde el desierto está ausente como geografía y como concepto. Los ruidos, las imágenes, las redes sociales, las ideologías y las ambiciones nos hacen sujetos de espacios sobre habitados. La soledad y el silencio, aunque sea momentáneo, es una dimensión que hemos perdido. Por eso, quizá, la Torá sigue invitandonos al desierto. Es allí, en donde nuestro alma hace silencio para oir la palabra que es dicha, que podemos percibir el suave susurro de lo trascendente.
En vísperas de Shavuot, quiera Dios bendecirnos con la capacidad de salir al desierto. De encontrar momentos y espacios no intervenidos ni construidos, en donde nuestro alma se entregue al silencio en donde la voz de lo Eterno se puede oir.
Shabat Shalom
Rab Guido Cohen
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