Desde que tengo uso de razón siempre hubo con mis abuelos lo que para mí era un tabú, un secreto, nunca entendí muy bien que era. Recuerdo tener unos 9 años y ver a mi abuelo junto a sus 3 hermanos -sobrevivientes de Auschwitz- por fin acabar con el silencio que por tanto tiempo mantuvieron con toda la familia. Ellos compartieron con todos los que fue su experiencia en esos años tan duros y dolorosos. Aunque los oí con atención y me informé sobre el tema, nunca pude realmente comprender lo que fue la shoá. Para mi era una fantasía, una película, algo irreal… hasta que lo vi con mis propios ojos.
A pesar de estudiar en una escuela laica que no me ofrece una educación judía, Noar ha logrado brindarme ese espacio donde he podido continuar mi educación judío-sionista y donde junto a esos compañeros que hoy considero hermanos, pude conocer sobre “Marcha por la Vida”. Desde entonces creció mi ilusión de formar parte del programa; lo veía como una experiencia maravillosa para poder experimentar algo que muy pocos pueden vivir y sobre todo, como una oportunidad para aprender más sobre el pasado de mi familia y honrarlos.
El día llegó y en la tarde del 8 de abril iniciamos esa experiencia de la que no sabíamos qué esperar. Nos podíamos hacer ideas después de ver “La lista de Schindler”, leer libros sobre el tema exhaustivamente y aprender sobre eso en la escuela, pero nunca se compara al momento en el que tus pies caminan por Majdanek y entras a lo que alguna vez fueron las cámaras de gas. Los olores, las sensaciones, el ambiente, todo sobre ese lugar se parecía no pertenecer. Lo primero que me impresionó fue cómo un campo de exterminio tan grande estaba en la mitad de una ciudad; con edificios residenciales, casas y negocios alrededor. ¿Cómo era posible que la gente de ese vecindario pudiera seguir con su vida teniendo enfrente un campo donde la muerte era la única salida?. Salimos de ahí realmente impresionados. Ninguno podía hablar, mucho menos subir la mirada. Nos sentimos paralizados en lo que hoy en día es un recordatorio de los 6 millones de judíos asesinados en la Shoá.
Días después llegó el gran día de la marcha. La mañana estaba helada, pero todos nos levantamos con la idea de que aunque estuviéramos entrando a un lugar tan oscuro y lleno de atrocidades, ese día entrábamos con otro propósito: El propósito de marchar por la vida y hacer lo que miles no pudieron hacer; salir de ahí con vida y espíritu. Caminamos y caminamos con muchísimo orgullo desde Auschwitz 1. Cuando nos acercamos a Auschwitz Birkenau y logramos distinguir la vía de los trenes, un nudo inmediato se formó en mi garganta. Mientras entrabamos, cada paso se me hacía más pesado, respirar se me hacía más difícil. Este fue el lugar en el que millones de personas tuvieron su último aliento de vida, y ahí estábamos, todos los participantes de “Marcha por la Vida”, testigos de los crímenes Nazis. Fue un día lleno de una intensa mezcla de emociones, desde tristeza e ira, hasta emoción, y aunque después de vivir esa experiencia lo que siento hacia ese lugar es amargura, no me arrepiento ni por un segundo de mi experiencia. Lloramos de dolor, pero también lloramos de alegría, alegría de ver a miles de personas, de diferentes nacionalidades cantando juntos el Hatikva en lo que hoy es un testimonio de lo que sufrimos los judíos.
Estos sentimientos de desconsuelo, estrés y rabia se aliviaron al llegar a Israel. Todo se sentía liviano, alegre, simplemente fácil. Allí nos dimos cuenta que todo ese sufrimiento por el que nuestro pueblo pasó dio como fruto un lugar en el que sin importar de dónde eres, serás recibido como en casa. Fue realmente una semana única e inolvidable, en el que logramos apreciar y comprobar que después de tanto padecimiento, tenemos un país que es nuestro y donde estamos a salvo.
“Marcha por la Vida” me brindó una experiencia única y llena de emociones. Me siento sumamente privilegiada y honrada de haber formado parte de ella. Si hay algo que aprendí es que nunca debemos olvidar, porque al hacerlo, dejaríamos de honrar a nuestros ancestros, estaríamos conformandonos con los crímenes terribles que nuestro pueblo sufrió y sobre todo aprendí que al abrirle paso al olvido, estaríamos dejando atrás nuestra identidad como judíos.
Muchas gracias.
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