jueves, 24 de noviembre de 2011

Toldot 5772

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik
Kol Shearith Israel - Panamá



En una sociedad patriarcal, cada clan estaba estructurado de manera jerárquica, con un liderazgo visible y definido que tenía la responsabilidad de guiarlo y velar por su bienestar. En la siguiente generación, correspondía al hijo primogénito asumir la tarea de conducir a su familia, de allí la especial atención con que era considerado, tanto en los aspectos rituales como administrativos.

La Torá da ejemplo de ello. Asociado a la salvación de los primogénitos israelitas en la última plaga en Egipto (mientras murieron los locales) quedó establecido que estos sean consagrados a Dios (Ex. 13:2), responsabilidad de la que quedan exentos cuando son reemplazados por los levitas (Núm. 3:41).

Por otra parte, a la hora de la herencia, el primogénito recibía el doble que cada uno de sus hermanos (Deut. 21:17), de forma tal de determinar claramente su posición de cabecilla en la generación siguiente y evitar la competencia.

La relevancia de la primogenitura parece explicar la disputa por recibir la bendición del padre que aparece en Parashat Toldot, que lleva a Jacob a “comprarle a su hermano Esav la primogenitura entregando a cambio un plato de lentejas (Gén. 25:29-34) y luego a su madre Rebeca a diseñar un plan para disfrazar a Jacob y hacerlo pasar por su hermano (27:1-29).  El relato deja muy mal parado a nuestro tercer patriarca y a su madre.  El midrash y los exégetas apelan a todos los recursos interpretativos para tratar de justificar el accionar de ambos.

Sin embargo, hay quienes plantean una lectura alternativa. En esta dirección se apunta el análisis del reconocido antropólogo J. G. Frazer, quien a principios del siglo XX, trazaba en su clásica obra “El Folklore en el Antiguo Testamento”, la idea de la ultimogenitura, es decir, hacer recaer la herencia en el hijo más pequeño.

Desde esta perspectiva, tanto el reclamo de Jacob como el plan de Rebeca son intentos legítimos por hacer pesar este principio que, tal como Frazer lo demuestra, existía en diversas culturas antiguas y en el propio pueblo de Israel.

Una muestra de esto último es la elección de Isaac, padre de Jacob, sobre Ismael, así como la preferencia que el mismo Jacob tenía con su hijo Iosef (penúltimo de sus hijos) y por Benjamín (el más pequeño).

Una generación más abajo se repite el modelo, cuando el propio Jacob, en su lecho de muerte, cruza las manos a la hora de bendecir a sus nietos y antepone a Efraim, el menor, a Menashé, el mayor (48:14); lo mismo ocurre con el nacimiento de los gemelos Peretz y Zeraj, hijos de Yehuda y Tamar (38:28-30).

Siglos más tarde, seguirá diciendo Frazer, la elección de David, el menor de sus hermanos, como rey de Israel (I Sa. 16:10-13), así como la de Salomón, en detrimento de sus hermanos mayores (I Crón. 3:1-5), dan testimonio de la aplicación del principio de la ultimogenitura.

Más allá del novedoso aporte de este principio, que además limpia un poco la imagen del joven Jacob, creo que en esencia, la cuestión sigue desarrollándose en los carriles de la inconformidad. Tanto la primogenitura como la ultimogenitura comparten la premisa de que un hecho ajeno a la voluntad del individuo, su nacimiento, le conceda el privilegio de recibir la bendición paterna.

Allí radica la insatisfacción. Ser el hijo mayor o el menor no es causa suficiente para recibir los beneficios de la herencia, más aún cuando se trata del legado de la familia fundadora del pueblo judío.

Prefiero creer que fueron las acciones de Jacob a lo largo de su vida las que determinaron su merecimiento para convertirse en el continuador del pacto: su espiritualidad para encontrar a Dios en Bet-el, su entereza para construir una familia a pesar de los engaños de su suegro, su fortaleza para pelear con Dios y transformarse en Israel, su coraje para reencontrarse con su hermano y su integridad para superar la desaparición de su hijo Iosef.

Jacob es el más humano de nuestros patriarcas. El padre de las 12 tribus se vuelve el padre de todo el pueblo. Aun con sus miserias, tan iguales a las nuestras, logró convertirse en un paradigma de fe y proyectar su nombre, Israel, en sus descendientes.

Más allá de su derecho o no a la bendición paterna como hijo menor, y dejando de lado su actitud poco virtuosa para adquirirla, Jacob tuvo la capacidad de comprender que no es el destino el que debe determinar a quién corresponde continuar el pacto, sino  que las decisiones de vida lo hacen a uno merecedor - o no - de tal responsabilidad.

Y lo entendió. Lo entendió a tal punto que se convirtió en el tercer patriarca del pueblo judío, a la altura de su padre Isaac y su abuelo Abraham. Incluso el midrash (Vaikrá Rabá 36:4) afirma que, por su mérito, el mérito de Jacob, el mundo fue creado.

Shabat Shalom,

Gustavo

1 comentario:

  1. Si bien concuerdo con la posición del Rabino Gustavo en cuanto a que "Jacob tuvo la capacidad de comprender que no es el destino el que debe determinar a quién corresponde continuar el pacto, sino que las decisiones de vida lo hacen a uno merecedor - o no - de tal responsabilidad.", lo que no entiendo es por qué, en tal caso, Dios ordena "la salvación de los primogénitos israelitas en la última plaga en Egipto (mientras murieron los locales) quedó establecido que estos sean consagrados a Dios (Ex. 13:2), responsabilidad de la que quedan exentos cuando son reemplazados por los levitas (Núm. 3:41)." Inclusive, "a la hora de la herencia, el primogénito recibía el doble que cada uno de sus hermanos (Deut. 21:17), de forma tal de determinar claramente su posición de cabecilla en la generación siguiente y evitar la competencia." En otras palabras, ¿por qué los hechos (no es el destino el que debe determinar a quién corresponde continuar el pacto, sino que las decisiones de vida lo hacen a uno merecedor - o no - de tal responsabilidad) no se corresponden con lo estipulado por Dios en la Torá (determinar claramente su posición de cabecilla en la generación siguiente y evitar la competencia). Es decir, lo deseable, lo loable, lo correcto, no es lo estipulado por Dios, que es darle preferencia a la primogenitura. ¿Cómo se explica esta contradicción?
    Espero que mi comentario tenga algún sentido.
    Saludos cordiales,
    Héctor De Lima, Jr.

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