miércoles, 16 de noviembre de 2011

Recordando a Isaac Rabin, mártir de la paz

Discurso pronunciado por el Prof. Paulino Romero C., como orador de fondo en el Acto de conmemoración del décimo sexto aniversario del asesinato de Isaac Rabin, Primer Ministro del Estado de Israel y Premio Nobel de la Paz, efectuado en el Centro Comunitario Kol Shearith Israel, Costa del Este, ciudad de Panamá, el miércoles 9 de noviembre de 2011
 

Estudiantes, autoridades, amigos:

       Con sentimiento de genuina satisfacción he concurrido a este acto de conmemoración del grande héroe cuya memoria es venerada no solo por el pueblo de Israel sino también por los amantes de la paz y la democracia en todas las partes del mundo.  Correspondo a la gentileza de mi distinguido amigo don Alan Perelis, digno Presidente del Congreso Judío Panameño, quien me ha conferido el honor singular de comisionarme para que diga unas palabras en esta velada de recordación de Isaac Rabin, mártir de la paz.

       En la larga cadena de guerras (árabes contra judíos), todavía está en el platillo de la balanza si la “Guerra del Yom Kippur” fue la última de una serie muy sangrienta, o una más en esa larga cadena, si Oriente Medio progresará ahora hacia una coexistencia pacífica con sus vecinos o hacer frente a la violencia. Todo depende de las emociones y visiones, de los temores y de las esperanzas de gentes de  muchas tierras, y de los más allá.    Las superpotencias cargan con una gran responsabilidad; el hecho de cómo contemplan sus intereses y de cómo traten de favorecerlos son factores de primordial importancia en la compleja ecuación del destino de Oriente Medio.

       La mayor parte de los dos bandos que se hallan a uno u otro lado de las barricadas, árabes y judíos, anhelan la paz; la necesitan, la quieren, la merecen.  Quizás toda esta marea de sangrientas guerras refuercen su resolución de lograrla; pues si hay algo que aprender de esta historia de más de medio siglo de violencia, es esto: que nada se ha resuelto mediante la guerra.

       Pero, hagamos una pausa para analizar la participación de Isaac Rabin en esta etapa histórica.

       Al comenzar el año 1967, nadie preveía la inminencia de la guerra.  El entonces ministro de Asuntos Exteriores, Abba Eban, no se hallaba solo al predecir, en víspera de Año Nuevo, que aún contando con todas las inseguridades que presentaba el futuro, habría dos cosas que no sucederían durante aquel año: paz o guerra.  A pesar que el presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, continuaba con su retórica de guerra, prediciendo que Israel sería eliminado de un plumazo cuando los árabes estuviesen preparados, evidentemente sabía que aún no había llegado el momento.
       Una parte considerable de las fuerzas egipcias todavía luchaban en Yemen, lugar que algunos llamaban el Vietnam de Egipto.  La unidad árabe (bajo dominación egipcia), considerada por Nasser como la condición sine qua non para la definitiva “Guerra de Liberación”, hasta entonces era algo que aún carecía de consistencia.
Prof. Paulino Romero

       En las primeras horas del 5 de junio de 1967, las pantallas del radar israelí indicaron la aproximación de aviones egipcios y de las unidades acorazadas que avanzaban hacia la frontera de Israel.  Las Fuerzas de Defensa ya estaban preparadas.  Al mando del general de División Isaac Rabin habían sido movilizadas a partir del 20 de mayo, para hacer frente a los masivos ejercicios árabes que cubrían las fronteras.

       El Ejército popular de Israel se había movilizado, eficaz y pacíficamente, para defender al país contra el inminente ataque que anunciaban ya públicamente todos los medios de comunicación árabes.  Aquella mañana, las Fuerzas Aéreas de Israel efectuaron un ataque de descubierta con objeto de destruir la aviación egipcia y sus aeródromos.  En vuelo casi rasante, en el plano inferior de las pantallas de radar egipcias, los aviones israelíes destruyeron eficazmente a las Fuerzas Aéreas egipcias.

       A pesar del elevado grado de alerta, los egipcios fueron cogidos por sorpresa.  En menos de tres horas, quedaron destruidos en tierra 391 aparatos más otros 60 derribados en combate aéreo, mientras que Israel perdía solo 19, algunos de cuyos pilotos fueron hechos prisioneros.  Esta brillante operación aérea proporcionó a Israel una total superioridad en el aire y a continuación las Fuerzas Aéreas judías pudieron, con toda comodidad, apoyar las operaciones de tierra que siguieron.

       El resultado final de la “Guerra de los Seis Días” (del 5 al 10 de junio de 1967)  --a un coste para Israel de 777 muertos y 2,586 heridos, muchos de ellos oficiales, y 17 prisioneros, en su mayoría pilotos que más tarde fueron canjeados; y a un precio para los Ejércitos árabes de unas 15,000 bajas y 6,000 prisioneros, más un gran número de desaparecidos--  Israel actuando sola, había derrotado a tres de sus vecinos, apoyados por numerosos países árabes en lo que se recordaría como una de las campañas militares más rápidas y de mayor éxito de la época actual.

       Un estudio realizado por el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, resume la campaña como sigue: “La tercera guerra árabe-israelí probablemente será tema de estudio en las Escuelas de Estado Mayor y tal estudio posiblemente se haga durante muchos años. Al igual que en las campañas del joven Napoleón, la capacidad y logística de las Fuerzas de Defensa han proporcionado un libro de texto que ilustra todos los principios clásicos de la guerra: velocidad, sorpresa, concentración, seguridad, información, ofensiva y, sobre todo, cuanto concierne a la instrucción y moral de las tropas”.

       Isaac Rabin, como jefe de operaciones de la “Guerra de los Seis Días” junto con otros generales y oficiales del Ejército israelí hizo morder el polvo al despotismo de Nasser y del rey Hussein de Jordania en la sangrienta jornada de aquellos días de junio de 1967.  Rabin, en efecto, personificaba en aquella gesta heroica la causa de la soberanía contra el invasor, de la autoridad contra la usurpación.   También podría ser llamado con justicia el organizador de la victoria.

       Pero no solo son sus méritos y éxitos como militar, patriota y político, son también las virtudes cívicas de Isaac Rabin, las que rodean su personalidad histórica de una aureola singular.    Numerosos han sido los guerreros que solo han dejado tras sí el recuerdo de su coraje y su pericia; otros señala la historia que mancharon sus laureles con la crueldad y con el crimen.  En cambio, no son muchos los héroes de la guerra que han descollado también como héroes de la paz.  Por otra parte, la guerra es lo anormal y lo transitorio; la justicia y el derecho son eternos, son elementos inseparables de la vida colectiva. 

       Los hombres nacen iguales, investidos de derechos y libertades inalienables que tienen necesidad de mantener y defender durante su existencia. Y por cuanto en toda sociedad organizada es indispensable un poder público, y éste determina la coexistencia de gobernantes y gobernados, se impone un equilibrio que evita la opresión de éstos por aquellos.  De allí el derecho de todo individuo de resistir la tiranía.  De allí el deber de los depositarios del mando de hacer efectivo a todos los ciudadanos el pleno goce de sus derechos y libertades.

       Este fue el deber a que dio noble cumplimiento Isaac Rabin, siempre que tuvo en mayor o menor medida las responsabilidades del poder en Israel.  Lo cumplió a conciencia en condiciones que trascendían los límites de lo común y daban un tinte heroico a sus actuaciones de estadista.

       Su capacidad de negociador tenaz culmina exitosamente con los “Acuerdos de Oslo (1 y 2)”, de paz con los palestinos, en 1992, y el Tratado de Paz con el reino de Jordania, documentos históricos que le hicieron merecedor del Premio Nobel de la Paz, compartido con Shimon Peres, Ministro de Asuntos Exteriores israelí y Yasser Arafat, presidente de la Autoridad Nacional Palestina.

       A propósito, el discurso que pronunció Isaac Rabin al recibir el Premio Nobel de la Paz, en 1994, define su personalidad integral, pero más que todo, su condición más allá del pundonoroso militar, patriota y estadista, del hombre humano en el más amplio sentido del vocablo.  La dirección, profesores y estudiantes del prestigioso plantel que orgullosamente lleva su nombre podrán siempre recordar un caudal de sabiduría en las palabras pronunciadas por Rabin, al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1994.      
    
       Fue esta una de las páginas más brillantes de su vida pública.  Rabin demostró que en él prevalecían sobre las conveniencias personales los sentimientos de la ley moral, y que no hallando cabida en su alma los furores del sectarismo, jamás negó apoyo a los derechos del adversario político, ni censura a los desmanes de los que decían profesar su mismo credo.

       El 4 de noviembre de 1995, al retirarse de una asamblea de masas por la paz, bajo el lema “Sí a la paz, no a la violencia”, fue asesinado vilmente por un joven fanático, Igar Amir, estudiante de la Universidad Bar-Ilan.  La muerte de Rabin se convirtió en llanto y la nación israelí se estremeció de uno a otro confín en un paroxismo de dolor intenso.  El Estado de Israel había pagado por su reivindicación el precio inconmensurable de la existencia del reivindicador.

       Los restos mortales de Isaac Rabin fueron sepultados ante una nación estremecida y doliente, en un funeral oficial en el Monte Herzl de Jerusalén, al que asistieron líderes de todo el mundo. Allí, en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Panamá ante el Estado de Israel, tuve la oportunidad de participar en la ceremonia de despedida al insigne héroe y mártir cuyas acciones, palabras e ideales servirán como estandarte glorioso y como luminoso faro para guiar a las futuras generaciones del pueblo de Israel.     Muchas gracias.

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