jueves, 19 de diciembre de 2013

Shemot 5774

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana Rabino

Rabino Lic. Daniel A. Kripper
Beth Israel - Aruba

El título de nuestra Parashá significa “nombres” y se refiere a los hijos de Jacov, que ingresaron a Egipto como personas libres.  Sin embargo, en la historia de los siglos de esclavitud que siguieron, no se mencionan nombres de los judíos de esas generaciones, hasta que nace Moisés.  Hasta entonces, Israel es una masa sin rostro visible.

Para liberarlos, Moisés tenía que crecer lejos de ellos, en algún lugar donde no pudiera absorber la mentalidad de esclavo.  Fue en el círculo del Faraón que Moisés recibió su nombre, Moshé, una forma activa que significa “quien extrae”; él era quien estaba destinado a sacar a sus hermanos de la esclavitud. 

 En la Biblia hebrea encontramos frecuentemente listas de nombres, y existe amplia evidencia de la gran importancia atribuida a los nombres individuales.  Según la tradición, cada criatura que nace recibe su nombre judío; los varones, en el Brit Milá, y en el caso de las niñas, cuando el padre es llamado a la Torá.

¿Por qué son tan significativos los nombres?

El nombre es un medio de identificación, una manera de afirmar el carácter único de cada individuo.  David es David y Simón es Simón.  No es casualidad que a los prisioneros se les asigne números en vez de nombres.  Nada más alejado del espíritu del judaísmo, esta degradación de seres humanos a quienes se les priva así de su personalidad especial.

El Talmud señala que los nombres de los ángeles provienen de Babilonia, no son oriundos de Israel.  En secciones anteriores de la Torá, los ángeles no poseen nombres; ello quizás se debe a que ellos deben cumplir con una función, y carecen de personalidad propia.

Tampoco los animales poseen nombres.  Un animal no difiere de otro, del mismo modo en que David es diferente de Simón.  La práctica común de dar nombres a las mascotas es por supuesto antropomórfica, al atribuir características humanas a los animales.

El hecho de que dos individuos nunca son iguales constituye un testimonio de la dignidad y el supremo valor de los seres humanos.  Como enseñan nuestros rabíes, así como no hay dos personas con el mismo rostro (y como sabemos actualmente, tampoco con las mismas impresiones digitales), tampoco hay dos personas con la misma mente.

Este énfasis judaico en el nombre puede ser entendido como un colosal repudio contra todo tipo de totalitarismo, que pretende eliminar la individualidad de las personas.

¿Acaso no hemos sufrido en carne propia, como pueblo, los horrores de este tipo de regímenes en nuestro tiempo?

Existe una antigua disposición según la cual la sinagoga debe poseer doce ventanas, correspondientes a las doce tribus, cada una con su propio ventanal al Cielo.  Uno podría agregar que cada miembro de cada tribu en particular, posee su propio fragmento de luz divina, que sólo él o ella pueden revelar.  David no puede hacer aquello para lo cual fue creado Simón, ni Simón puede hacer aquello para lo cual David fue creado.  Cada individuo es un mundo, y cada uno posee su propia idiosincrasia y potencial.

Rabino Daniel Kripper
Bet Israel, Aruba

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