Amir Berk
El proyecto de Tzedaká me sirvió para saber lo fácil que es ayudar al prójimo necesitado. Me di cuenta que lo difícil es comenzar, pero una vez que lo haces, todo lo que resta es fácil.
Me gustó interactuar junto a los 2 niños con los que trabajé: Ricardo e Isaac. Ricardo tiene mi edad y es muy entusiasta con todo lo que sucede a su alrededor. Su nivel de autismo casi ni se nota una vez que entablas una conversación con él. Siempre quiere probar cosas nuevas, no se pone límites.
Isaac es unos 4 o 5 años mayor. Tiene un nivel de autismo notablemente elevado, pero aun así, es pacífico y alegre. Sigue al pie de la letra cualquier cosa que se le dice. Es un poco callado, pero le encanta jugar.
Cuando entré a la cancha de fútbol con ellos la primera vez, esperé a que su entrenador me dijera qué podía hacer, pero sólo se sentó y observó. En aquel momento, supe que me trataba de decir: “si eres un voluntario, entonces enséñales algo”. Así que empecé.
Cuando entré a la cancha de fútbol con ellos la primera vez, esperé a que su entrenador me dijera qué podía hacer, pero sólo se sentó y observó. En aquel momento, supe que me trataba de decir: “si eres un voluntario, entonces enséñales algo”. Así que empecé.
Como ellos no sabían casi nada acerca del fútbol, no supe por dónde comenzar. Pero poco a poco hallé la manera de entenderme con ellos y aprendieron tanto como yo aprendí aquel día.
Las semanas siguientes entrenamos y practicamos varios juegos y ejercicios. Ricardo e Isaac se ponían emocionadísimos cada vez que íbamos a empezar una clase. Les encantaba el fútbol.
Meses después, al final de la última clase, su entrenador me dio las gracias por parte de él y la Fundación, y yo le di las gracias a él, a Ricardo e Isaac.
Aprendí cómo es ser voluntario cuando alguien lo necesita y que sólo porque ayudar no es obligatorio no significa que no lo tengas que hacer.
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