jueves, 17 de julio de 2014

Matot 5774


Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana

Rabino Dana Kaplan
Congregación Shaare Shalom, Kingston, Jamaica


Matot significa “tribus” en hebreo.  El término bíblico “Israelitas”, también conocido como las “Doce tribus” o “Hijos de Israel”, incluye tanto a los descendientes directos del patriarca Jacob como a las poblaciones históricas del Reino Unido de Israel y Judea.  Estas dos unidades se dividieron tras la muerte del Rey Salomón.

Los historiadores y arqueólogos continúan estudiando cuánto de la historia de los israelitas es en realidad histórico y cuánto es mítico.  Como judíos progresistas, la respuesta a esa línea de investigación histórica no es tan importante en términos de nuestra fe religiosa; sin embargo, es extraordinariamente interesante y, por esa razón, merece ser investigada.  Para efectos de esta semana, la pregunta es hasta qué punto son las doce tribus históricas, más que míticas.

Por favor comprendan que estoy usando la palabra mítico en el sentido religioso del término.  En los estudios religiosos, el mito es una historia o leyenda que pasa de generación en generación, con el mismo significado existencial para la colectividad.  No es un juicio sobre si la historia o leyenda realmente ocurrió o no.  Eso no es lo que importa, desde esa perspectiva en particular.  Lo que sí es importante es que esa historia ayuda a los seguidores de esa fe a transmitir sus creencias dentro de un contexto específico, de generación en generación.

Los “judíos”, como se nos dice hoy en día, incluían las tribus de Judá, Simeón, Benjamín y, parcialmente, Leví, todas bajo el nombre de Reino de Judá.  Según lo que está escrito en el Tanáj, las otras diez tribus se asentaron en Samaria.  Cuando Asiria conquistó esa región, esas tribus se dispersaron y perdieron su historia.  Así fue que recibieron el nombre de las “Diez Tribus Perdidas”.

La Torá utiliza el término israelitas.  La palabra judíos, más nueva, aparece por primera vez en el Libro de Ester.  En el siglo XIX nos llamábamos a nosotros mismos “israelitas”, y solo desde hace relativamente poco nos referimos a los seguidores del judaísmo como “judíos”. 

Las tribus de Israel constituyen la forma en que hemos dividido tradicionalmente a los antiguos israelitas.  El Tanáj indica que las 12 tribus de Israel descienden de los 12 hijos de Jacob, quien fue llamado Israel por Dios.  Las doce tribus son: Rubén, Simeón, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Efraím y Manasés.

Según la Torá, las 12 tribus se mantuvieron separadas a todo lo largo del período de la esclavitud, así como durante los 40 años que vagaron por el desierto.  Una vez que Josué los guió en la conquista de Canaán, cada tribu recibió un territorio. La tribu de Leví fue encargada del ritual y no fue incluida en la repartición territorial.

La mayoría de los eruditos no aceptan en forma literal la idea que aparece en la Biblia, que sostiene que las 12 tribus se desarrollaron orgánicamente a partir de los 12 hijos de Jacob.  El número 12 constituye un patrón organizacional común en el antiguo Cercano Oriente, no solo en Israel sino también en Grecia, Italia, Turquía y otras regiones.  Esto explicaría por qué se conservó el número 12, aún cuando una de las tribus se retirara o fuera absorbida.  En tales casos, una de las tribus restantes podía dividirse en dos o se podía aceptar una nueva tribu, siempre y cuando el número total nunca excediera el 12.  En nuestra propia historia, Simeón fue absorbido por Judá y Manasés se dividió en dos.

Lo que podría haber sucedido es que estudiosos posteriores miraran atrás y quisieran explicar la existencia de las 12 tribus, no en términos de teoría organizacional sino más bien desde una perspectiva de relaciones familiares.  Las tribus podrían realmente haber sido unidades separadas e independientes, unidas más tarde debido a sus convicciones ideológicas o porque se vieron forzadas a hacerlo a causa de circunstancias desfavorables, como por ejemplo un enemigo común o una serie de eventos, entre ellos, catástrofes naturales. No sabemos exactamente cómo se juntaron estas tribus, así como tampoco sabemos exactamente cuándo sucedió.

Para algunos, la unificación de las tribus se dio al final de la era de los Jueces, o hacia los primeros años de la monarquía. Como recordarán, el primer rey fue el Rey Saúl, seguido del Rey David y, finalmente, del Rey Salomón. Podríamos asignar a esa época una fecha aproximada al año 1000 a.E.C., hace poco más de 3000 años. Si aceptamos esta teoría, los nombres de muchas de las tribus podrían estar basados en lugares del antiguo Canaán, que podrían haber servido de inspiración para el nombramiento de tribus específicas, o fungido como centro geográfico de dichas tribus.

Otra teoría sostiene que las tribus que descienden de Lea – Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón e Isacar – fueron tribus aparte antes de todas las demás.  Existía una federación en Canaán compuesta por esas seis tribus, las cuales conformaban una determinada zona territorial.  Posteriormente, otras tribus se mudaron a territorios cercanos o bien los pueblos de esos territorios comenzaron a desarrollar una conciencia tribal.  De cualquier manera, conforme pasó el tiempo, más y más tribus se fueron agregando a la federación original.

Algunos hasta se atreven a sugerir que las 12 tribus existían desde muchísimo antes que eso, pero que nunca conquistaron Canaán como una unidad.  Más bien, hubo un sinnúmero de incursiones y entradas a Canaán desde distintas direcciones, en diferentes momentos y con mecanismos completamente distintos. Estos estudiosos creen que una vez que las 12 tribus se hubieron establecido en Canaán, el hecho de tener una historia común las hizo juntarse.

Sin embargo, pareciera más probable que el proceso haya ocurrido a la inversa.  Las 12 tribus tenían inicialmente distintos  orígenes.  La mayoría no había abandonado Egipto, no había sido esclava, no había conquistado la tierra de Canaán y no era completamente creyente en el monoteísmo ético.  Fue con el transcurso del tiempo que estas tribus separadas comenzaron a trabajar juntas, y lo hicieron no solo por motivos económicos y políticos, sino porque comenzaron a desarrollar una conciencia religiosa en conjunto.

Es esta conciencia religiosa, centrada en el monoteísmo ético, lo que nos une, entonces y ahora.  Aunque los lazos tribales pueden ser enormemente benéficos e históricamente fascinantes, debemos recordar que nuestro foco principal debe residir en nuestras creencias religiosas comunes. Es la fe judía la que trasciende las fronteras geográficas, así como todos los otros tipos de barreras culturales y étnicas potencialmente divisorias. El judaísmo es una forma pura del monoteísmo, que puede enseñarnos muchísimo sobre cómo vivir. El judaísmo es una religión antigua, con muchísimo que ofrecer al mundo moderno y posmoderno. Debemos evitar la trampa del tribalismo mezquino si de verdad deseamos cumplir con nuestra obligación hacia Dios como pueblo elegido, aquellos que viven un pacto con la divina presencia.

Rabino Dana Kaplan
Congregación Shaare Shalom, Kingston, Jamaica

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