jueves, 10 de julio de 2014

Pinjas 5774


Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana.

Rabino Daniel A. Kripper
Beth Israel, Aruba

La parashá cuenta la historia de Pinjás, nieto de Aarón, el Kohen Gadol, joven que demostró dramáticamente su lealtad hacia el monoteísmo puro.  Sus sentimientos de fervor y dedicación eran tan intensos que al ver a hijos de Israel involucrados en idolatría y promiscuidad, resolvió hacer justicia con sus propias manos.  Mientras los otros se quedaron paralizados, sin adoptar ninguna actitud, Pinjás decidió castigar a los pecadores: tomó una lanza y los mató frente a todo el mundo.

A modo de recompensa por su procedimiento oportuno y bienintencionado, aunque violento, Dios le promete a Pinjás y sus descendientes un pacto de paz eterno.

Sin embargo desde la interpretación clásica de nuestros sabios, se ha tratado este episodio de Pinjás como un evento único, que jamás debería ser emulado o repetido.

El pacto de paz que le es prometido no es una paz real, ya que, como ha sido señalado, una de las letras hebreas de la palabra shalom, la vav en el texto bíblico, aparece cortada en el medio.  Tal vez de esta manera ellos quisieron significar que, a pesar de su apasionada y tal vez justificada acción en su momento, su ejemplo debe ser tratado con cautela.

Es interesante notar que el término “kanai” o ferviente, también se usa para “fanático”.  Parecería que la línea demarcadora entre el entusiasmo y la intransigencia radical suele ser muy fina, y con facilidad ambos conceptos pueden ser confundidos.  Recordemos que en español el vocablo ferviente proviene del verbo latino fervere, que significa hervir.  Así como un motor a vapor no puede funcionar sin agua hirviendo, del mismo modo muchas causas nobles no podrían prosperar sin el entusiasmo ardiente de sus paladines.

Pero tal como el agua hirviente, el celo puede ser también muy peligroso.  El intransigente puede convertirse en un fanático que no tolera otras opiniones distintas a la suya.  El fanático es potencialmente un factor destructivo y comprometedor de la paz.  El fanático tiende a borrar la distinción entre lo importante y lo comparativamente trivial.  No sólo confunde los árboles con el bosque sino que percibe a árboles individuales como si fueran el bosque.

En este mundo tan conturbado en el que vivimos, existen ocasiones en que actos de violencia no solamente son inevitables sino hasta necesarios.  Tanto individuos como naciones son frecuentemente obligados a la autodefensa, frente al ataque de fuerzas hostiles que pretenden subyugarlos.  Cuando un arreglo pacífico del conflicto resulta inviable, a veces la única alternativa es recurrir a la fuerza bruta, “in extremis”, a efectos de defender causas legítimamente justificadas.

Como decía el Prof. Akiva Ernst Simon, el judaísmo es una religión pacífica, pero no pacifista.  Es decir que aboga idealmente por la paz, pero no una paz a cualquier precio.

Este ha sido el destino de la humanidad a través de la historia, y todo indica que continuará de este modo.
Pero el judaísmo advierte contra la trampa de caer en la glorificación de la violencia.  La violencia puede ser ocasionalmente inevitable, pero jamás puede ser un motivo de vanagloria.

A través de su corta historia, el moderno Estado de Israel ha tenido que hacer uso de la fuerza en repetidas oportunidades, por motivos de defensa o seguridad pero siempre con un sentimiento de pesar, como un mal necesario.

Quien mejor ha definido la posición del judaísmo en estos días es Rachel Frenkel, una estudiosa en ley judía y madre de Naftalí, uno de los tres jóvenes israelíes brutalmente asesinados por sus captores palestinos en días pasados.

Recluida en el dolor de su casa, fue informada días más tarde del asesinato de un adolescente palestino en Jerusalén, quien tenía la misma edad que Naftalí y, presumiblemente. víctima de una venganza.

Rachel hizo un paréntesis  en su drama y levantó la voz en solidaridad con Suha, la madre del palestino.  “No sabemos lo que ha pasado en Jerusalén, pero si el asesinato del joven árabe tiene motivación nacionalista, es horrible y deleznable.  No hay diferencias entre sangre y sangre.  Asesinato es asesinato, independientemente de la nacionalidad y la edad”, aseveró Frenkel, intentando apagar la sed de venganza que avanza estos días en sectores de ambos pueblos.  “No hay justificación ni perdón para un asesinato”.

Pues la violencia, aun cuando inevitable, engendra más violencia y empequeñece la imagen divina en el universo.

Rabino Daniel A. Kripper
Beth Israel, Aruba

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