por el rabino Daniel Kripper
Beth Israel Aruba
El relato de la Creación del hombre se encuentra repetido en los capítulos 1 y 2 del libro de Génesis. La respectiva descripción difiere tanto en el espíritu, el estilo y el lenguaje, a tal punto que el Rabino y pensador Joseph Soloveitchik sugirió que el texto se refiere a dos paradigmas de ser humano. Él los denomina Adán I y Adán II.
En su ensayo La Soledad del Hombre de Fe, Adán I es el prototipo del hombre tecnológico, mientras que Adán II es de naturaleza eminentemente espiritual. En otras palabras, existe un contraste entre el hombre práctico, funcional y pragmático, y el hombre intuitivo y poético.
El Adán Práctico es un artesano, con una tarea a cumplir. No está particularmente interesado en la filosofía de su trabajo, sino en los detalles de la acción en sí, de cómo llevarlo a cabo de la forma más eficiente y eficaz.
El Adán II responde al tipo pensador, anhela saber quién es y adónde se dirige. Su pensamiento está enfocado en las preguntas últimas, que deberá confrontar en medio de su soledad existencial.
La pregunta que surge es cuál de los Adán me refleja más cabalmente. El rabino Soloveitchik responde que somos ambos. Nosotros oscilamos constantemente entre las facetas prácticas y las poéticas. Son como el yin y el yang, o los dos hemisferios del cerebro; ambas son positivas y contribuyen a nuestro desarrollo integral y armónico.
Sin embargo, al reflexionar sobre esta dicotomía entre ambos tipos, vemos que uno puede interferir con el otro. El Adán Existencial no desempeña un rol de gran utilidad a los efectos de la realización de una tarea práctica. Por otro lado el Adán Práctico poco cuenta cuando lo que está en juego son las cuestiones más profundas y trascendentes.
¿Cómo sabremos encarar los diferentes desafíos de la vida con la orientación adecuada? ¿Cómo decidir cuál desplegar en cada ocasión?
Ello depende sin duda del contexto y las condiciones de cada momento en particular.
Un rabí jasídico sugería que cada uno debía poseer dos bolsillos. En uno se debía colocar un papel con las palabras “Por mí fue creado el mundo”, en el otro, otro papel con la siguiente cita” Yo soy sólo polvo y cenizas”.
Cuando me siento abrumado por mi sentido de pequeñez, debo extraer el primer papel, y declarar que el mundo fue creado nada menos que por mi causa. Cuando, por el contrario, me siento soberbio y presuntuoso, debo recordarme de mi intrínseca insignificancia en el gran esquema de las cosas.
Del mismo modo uno debería balancearse entre uno y otro Adán en función de las circunstancias cambiantes. A veces el Adán I debe asumir el rol principal, mientras que en otras éste debe ceder el lugar a su contraparte.
Esta combinación única de facetas se refleja, creo, en la obra de creación en sí. Los seis días de creatividad material concluyen con un día de reposo y apreciación de lo realizado. El séptimo día, el Shabat, por otro lado, es un alto en el proceso de creación, que debe ser honrado para contemplar las bondades de la obra divina, y para el deleite físico y la elevación espiritual. Del arquetipo del “homo faber”, de la semana, del hombre que fabrica y produce, se pasa en Shabat al hombre en busca de kedushá, espiritualidad y paz interior. De la belleza del mundo creado a la belleza de la santidad.
Rabino Daniel Kripper
Beth Israel Aruba
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