Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel, Panamá
Apenas 9 versículos (Ber. 11:1-9) constituyen la conocida historia de la Torre de Babel. Los primeros cuatros relatan la iniciativa de los seres humanos de construir en el valle de Shinar una ciudad con una torre que llegue al cielo y los últimos cinco narran la intervención divina que frustra el proyecto mediante la confusión de sus lenguas y su posterior dispersión.
Uno de los aspectos apasionantes de este breve relato es que no dice específicamente en qué consistió la falta de esta gente que ameritó el involucramiento de Dios. A lo largo de los siglos se han dado distintas respuestas. Posiblemente la más famosa sea la que cita el Midrash (Pirkei de Rabi Eliezer 24:3) sobre como los constructores valoraban más los ladrillos que las vidas humanas:
(La torre) Tenía escaleras a oriente y a occidente y los que subían los ladrillos los subían por oriente y los que bajaban lo hacían por occidente. Si un hombre se caía y se mataba nadie lo sentía; pero si se caía un ladrillo se sentaban a llorar y se lamentaban: Ay de nosotros, cuando subirá otro en su lugar!
Que el Midrash ponga el acento en los ladrillos no parece un detalle menor. Si leemos atentamente el relato bíblico encontramos que la propuesta inicial, anterior a la construcción, llamaba a la fabricación de ladrillos (Gn. 11:3):
Entonces se dijeron el uno al otro: «Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.»
Rashi explica que la necesidad de los ladrillos surge debido a que la región de Babel es un valle y por lo tanto no hay piedras. Sin embargo pudiésemos ir un poco más profundo y conectar los ladrillos de Babel con los que en el futuro iban a preparar los israelitas en Egipto como parte de su labor de esclavos. (Ex. 1:14, 5:7-8 y 16-19)
El vínculo es textual (sólo en esas dos historias de la Torá aparece el término Levenim/ladrillos) pero también valorativo. En los dos relatos ocupa un lugar negativo como instrumento para mostrar la soberbia del poderoso.
Hay algo más. Ya sea por razones geográficas, tecnológicas o culturales, el mundo bíblico prefiere las piedras a los ladrillos (la palabra Even/piedra, aparece más de 250 veces en la Biblia Hebrea frente a solo 12 de Levena/ladrillo). De allí la centralidad del ladrillo en nuestro relato.
A diferencia de la piedra creada por Dios, el ladrillo es una creación humana. Cada piedra tiene su propia forma y particularidad, lo significativo de los ladrillos es su homogeneidad, el hecho de ser todos iguales. Aquí encontramos un dato significativo: El uso del ladrillo por parte de los constructores de la torre, pareciera ser su forma de concebir un mundo en donde todos seamos iguales.
Si aceptamos el “castigo” divino de acuerdo al principio de “Midá Kenegued Midá”, algo así como “medida por medida”, en donde la respuesta se corresponde con el acto, esto significaría que la confusión de lenguas y la dispersión podría ser la refutación del intento homogeneizador de los constructores de la torre.
Desde esta perspectiva, la grave falta de aquella generación fue la de tratar de buscar la uniformidad de la especie humana en donde todos las personas sean iguales, hablen igual, piensen lo mismo y actúen de idéntica manera. Vale la pena destacar que todo el relato de lo ocurrido en Shinar está escrito en primera persona del plural.
Siguiendo esta línea de análisis, la torre de Babel no sería otra cosa que un antepasado del “panóptico” que menciona Michel Foucault en su clásico libro Vigilar y Castigar. Un modo de arquitectura para cárceles propuesto a finales de siglo XVII, en donde desde una atalaya central permite al guardián controlar a todos los prisioneros.
Los ladrillos de nuestro relato no son sólo un medio de construcción física, sino una metáfora de la construcción social. Ladrillos idénticos para la torre, personas idénticas para la sociedad.
La decisión de Dios de “bajar” (Vs. 5) y tomar cartas en el asunto, da la pauta de la gravedad de la amenaza. Un mundo uniforme, homogéneo y monótono es exactamente lo contrario al plan divino.
El pluralismo idiomático y la dispersión geográfica ambas como expresión de la diversidad cultural, política y religiosa no debe verse como un castigo, (aunque si lo fue para aquella generación) sino como una afirmación de la convicción divina de convocarnos a edificar un mundo en donde la variedad y la heterogeneidad enriquezcan las distintas perspectivas.
Seamos piedras y no ladrillos. Apreciemos a cada ser humano y su particularidad, y aprendamos a celebrar las diferencias.
Shabat Shalom
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