Los rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana.
Rabino Guido Cohen
Asociación Israelita Montefiore
Bogota, Colombia
La lectura de la Torá para esta semana presenta un desafío de interpretación importante para el hombre moderno. Koraj, un familiar lejano de Moshé, intenta tomar el poder alegando que Dios no solamente habla con Moshé. Según Koraj (y según la Torá en otros textos), todos son santos, y por lo tanto, no hay necesidad de que una persona monopolice el poder.
Incluso el propio Moshé, hace dos semanas, se alegró cuando Eldad y Meidad comenzaron a profetizar sin su permiso, y exclamó ‘¡Ojalá todos los hijos de Israel fueran como ellos!’. Y más allá de la aprobación de Moshé con la idea de que el poder sea compartido, nosotros como personas modernas, que vemos en la democracia y en la división de poderes valores básicos de la organización social, cuando leemos a Koraj tendemos a empatizar con su reclamo. ¿Por qué Moshé? ¿Por qué sólo él? ¿Por qué no compartir el poder con otros, o rotarlo?
La verdad es que la crítica a Koraj en función de su reclamo es difícil. Me cuesta pensar que lo que Koraj quería estaba mal. Entonces ¿Por qué la Torá ve con tan malos ojos la actitud de este personaje?
Leyendo la interpretación del Midrash Tanjuma, encontré algún indicio que puede ayudarnos a responder la pregunta.
El texto dice lo siguiente: “¿Por qué Koraj creó una disputa? Su tío, Eltzafan ben Uziel había sido nombrado jefe de la tribu de Levi. Koraj dijo: ‘Mi padre es uno de cuatro hijos: Amram, Itzhar, Hebron y Uziel. Amram el primogénito tiene a su hijo Aaron como kohen y a Moshé como líder. Luego de él, ¿quién debería ser el jefe de la tribu? Por supuesto que un jefe de Itzhar mi padre. Pero Moshé puso al hijo de Uziel en ese lugar. Por eso, voy a rebelarme contra Moshé”.
Según este midrash, a Koraj no lo motivaba la democracia ni la idea de un poder compartido, sino los simples celos. No se trataba tanto de lo que él tenía o dejaba de tener, sino de lo que otro había recibido en el lugar que él creía merecer. ¿Qué le molesta a Koraj, no tener lo que merece o que otro tenga lo que él cree merecer?
Si el problema de Koraj es que él quiere ser líder en lugar de Moshé, su reclamo puede llegar a ser recibido como genuino. Pero parece que el problema de Koraj no es que él no es líder, sino que otros lo son. Entonces su ambición es en realidad envidia, y por lo tanto es negativa en su esencia.
Utilicemos un ejemplo para entender la situación. Un padre le compra un helado a su hijo. El hermano del niño que tiene el helado, al ver a su hermano con un helado, se le despierta su antojo por uno similar. Entonces tiene dos opciones. Decirle a su papá ‘Yo quiero un helado’. O decirle ‘¿por qué mi hermano tiene un helado y yo no?’. El objetivo es el mismo: el niño quiere un helado. Pero en un caso, el deseo se basa en sus propias ganas, y en el otro en no tolerar que otro tenga algo que él no.
El último mandamiento, que nos prohíbe la codicia, es a veces difícil de comprender. ¿Acaso no puedo querer tener un carro tan bonito como el que tiene mi vecino? ¿Es eso codicia? Después de todo, es un bonito carro, más confortable y más seguro que el mío. Claro que puedo querer tener un carro así. Lo que no puedo es sentir las ganas de tenerlo a partir del hecho de que mi vecino lo tiene y yo no.
El mismo deseo genuino, noble e incluso atendible, se transforma en una expresión de un defecto muy miserable cuando es expresado de la manera incorrecta. El deseo es válido, las ganas de ocupar el lugar que no ocupa no son el problema de Koraj. El problema de Koraj es que él quiere el lugar ‘de Moshé’, porque no le parece justo que Moshé lo tenga y él no. Si Moshé no fuera Moshé, Koraj no querría ser Moshé. Y mientras se pregunta por qué Moshé es Moshé y él no, Koraj pierde la oportunidad de ser Koraj.
Shabat Shalom,
Rab. Guido Cohen
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