viernes, 2 de octubre de 2020

Sermón de Rosh Hashaná 5781

Por el rabino Gustavo Kraselnik

Qué situación más extraña, tan surreal, tan inimaginable como estos últimos seis meses que hemos pasado.

Estamos hoy aquí en la celebración de Rosh Hashaná, dando la bienvenida a un nuevo año, y en la sinagoga hay apenas una treintena de personas mientras que de manera virtual tenemos más de 100 conexiones, lo que significa quizás unas doscientas personas que “están” también aquí.

Es que el coronavirus nos cambió la vida. Si, es una verdad de Perogrullo, una obviedad, pero hay que decirlo en una noche como hoy.

Nos cambió la vida y nos transportó a una dimensión virtual. Sacada de películas o de esas cómicas que veíamos de niños. Una dimensión virtual que resuelve lo básico pero que no deja de tener sus serias limitaciones.

Ayer Ruthy me mostró un simpático video de una rabina americana comentando con humor los beneficios de tener los rezos virtuales: No hay tráfico para llegar a la sinagoga, no hay problemas para encontrar parqueo, no vas a tener problemas con la temperatura del aire acondicionado, que si hace frío, que si hace calor… nadie te va a quitar tu asiento si llega antes, y lo mejor de todo, si no te gusta el sermón del rabino, le bajas el volumen o te quitas los auriculares y ¡asunto resuelto!

Hablando del sermón del rabino, les confieso que he procrastinado la escritura de este sermón al límite. Mensajes de salutación por WhatsApp, cosas que resolver, preparativos, detalles relacionados con el zoom y un largo etcétera, se atravesaban ante mi como guiñándome un ojo, ayudándome a posponer el momento de escribir. 

Es que a la pregunta de todos los años: qué decir en esta ocasión, qué mensaje poder comunicar (y ya tienen muchos años escuchándome) se sumaba por un lado la incertidumbre de mi propia sensación de imaginar la sinagoga semivacía aun sabiendo que todo el mundo estaría conectado desde sus casas, y por el otro, con el hecho de que durante estos últimos seis meses he hecho un esfuerzo, con humildad pero con constancia por hablar, por estar presente, por liderar, por mantener una mirada optimista, pues eso es lo que requieren los tiempos desafiantes.

Y claro que el coronavirus nos cambió la vida. Es una perogrullada. Estos últimos seis meses hemos visto transformaciones radicales en nuestra vida cotidiana. No hay faceta de nuestra vida que no haya sido afectada por la pandemia y por la cuarentena. Sin embargo, creo que la pregunta fundamental debiera ser es: si acaso los cambios son coyunturales, meros reacomodamientos momentáneos a la urgencia de la situación o por el contrario habrá cambios profundos en nuestra concepción del mundo, de la vida y en la forma que actuaremos a partir de esas nuevas percepciones.

No somos la primera generación que atraviesa una pandemia. Hemos escuchado mucho en los últimos meses sobre situaciones similares que azotaron a la humanidad en distintos periodos dejando su secuela de muerte y devastación.

De hecho, en el propio Majzor encontramos en nuestras plegarias referencias a la peste. 

El Avinu Malkeinu, uno de los rezos emblemáticos de estos diez días de Teshuvá (arrepentimiento) que van desde Rosh Hashaná hasta Yom Kipur, que utiliza la alegoría de Dios como padre y como rey para reflejar los atributos divinos de misericordia y justicia contiene en una de su frase más conocidas:

AVINU MALKEINU KALE DEVER VEJEREV VERAAV USHEVI UMASHJIT MIBNEI BRITEJA - Nuestro padre, nuestro rey sálvanos de las epidemias la espada, el hambre el cautiverio y la destrucción.

Y en el UNETANE TOKEF, la otra plegaria que resume la esencia de estos días solemnes, se afirma que en Rosh Hashaná se inscribe nuestro destino y en Yom Kipur queda sellado, para luego enumerar con mucho dramatismo como queda determinada la forma de la muerte. Dentro de esa larga lista leemos:  MI VAARAV UMIVATZAMA quien por el hambre y quien por la sed MI VARAASH UMI VAMAGUEIFA quien por un terremoto y quien por la plaga.

Lo interesante es que, para nosotros, estas frases, tanto la del Avinu Malkeinu como la del Unetane Tokef, nos parecían, al menos hasta este año, un resabio de enunciados atávicos, un remanente de una realidad antigua, lejana y totalmente ajena a nosotros.

Pero estaban ahí, siempre estuvieron. Aunque este año estoy seguro, al momento de recitarlas cobrarán un nuevo significado, se volverán propias, reflejarán la angustia, la incertidumbre y los miedos que atravesamos en estos seis meses. 

Y posiblemente allí radique la fortaleza del Majzor y de toda la vivencia litúrgica: recogen la experiencia de generaciones pasadas que seguramente enfrentaron desafíos tan severos como los nuestros y pudieron canalizar su devoción con palabras y con melodías, pudieron manifestar sus temores y sus peticiones, igual que nosotros necesitamos hacerlo hoy. En la zozobra y la intranquilidad supieron sentirse acompañados por la presencia de Dios y nos invitan a nosotros hoy, en medio de la pandemia, a seguir sus pasos.

Y les confieso en esta noche sagrada que en los momentos más sombríos cuando un gigantesco signo de pregunta se cernía sobre el futuro y nos encontrábamos en medio de la tormenta me aferré a dos ideas. Dos principios muy simples, que posiblemente estén conectados entre si, y que irradiaban luz en medio de la oscuridad que parecía envolvernos.

El primero se basa en una antigua leyenda, cuyo origen es desconocido y narra que el Rey Salomón, el hombre más sabio que haya existido, tenía un anillo en donde estaban grabadas tres letras hebreas:  la Guimel, la Zain y la Yud, las letras iniciales de cada una de las palabras de la frase: GAM ZE IAAVOR; también esto va a pasar.

GAM ZE IAAVOR; también esto va a pasar. Si algo nos enseña la historia, es que nuestro pueblo ha sido capaz de superar los desafíos, de sobreponerse a las dificultades, de ser resilientes (como se dice ahora) y de seguir construyendo vida judía bajo cualquier circunstancia. Eso está en nuestro ADN y eso está en nuestras convicciones más profundas.

Y el segundo principio al que me aferré tiene que ver con esta casa, con esta congregación. Hace 144 años, cuando se fundó Kol Shearith Israel, no había canal, no había país, todo era tan distinto… y aquellos que nos precedieron igual se reunían en una fecha como hoy, con un libro como este, para recitar estas mismas palabras y recibir un nuevo año.

Imagínense todo lo que ha ocurrido desde entonces. tantas cosas han pasado en Panamá y tantas cosas en el mundo: guerras, desarrollos tecnólogos y un largo etcétera. Y esta sinagoga, esta pequeña sinagoga que nunca fue numéricamente extensa se mantuvo firme y pudo llevar adelante su misión fundamental: ayudar al fortalecimiento de la vida judía de sus miembros. Ese coraje y esa confianza también son parte del legado que recibimos.

Y quizás haya sido esa confluencia de genes espirituales, esa certeza de saber que la tormenta pasará pero que hay que aguantar hasta que amaine, la que nos llevó a responder inmediatamente a la nueva realidad de la cuarentena con nuestro programa Bidud Beyajad, comunidad virtual.

Porque más allá de la necesidad lógica de confinarnos obligada por la pandemia, la cuarentena atentaba contra nuestra esencia: Somos una congregación. Es el acto de congregarnos, de reunirnos, de estar juntos el que nos define. ¿Cómo íbamos a estar juntos si teníamos que estar aislados? 

Además, el aislamiento físico conllevaba aislamiento social y eso podía significar añadir angustia a la ya difícil situación emocional que atravesábamos como consecuencia del COVID y su amenaza para la salud.

Pero hay algo más, es precisamente en esos momentos de incertidumbre, de desazón, de congoja cuando más indispensable se vuelve la contención espiritual. En medio de esos días tan desafiantes la congregación se vuelve indispensable para brindar contención.

Con esa intuición inicial - que los hechos terminaron confirmando, con creatividad y decisión lanzamos desde el equipo de Kol Shearith el programa Bidud Beyajad. Y desde el inicio los resultados nos demostraron cuán acertados estábamos. 

Seis meses han pasado. Los logros están a la vista y nos llenan de un profundo sentido de plenitud. Aquella contradicción expresada en el nombre BIDUD BEYAJAD (BIDUD significa aislamiento y BEYAJAD juntos) fue el camino innovador para responder a los desafíos de nuestros tiempos.

El futuro sigue teniendo una cuota de incertidumbre, pero estoy confiado en que juntos seguiremos escribiendo la historia.

Como el rey Salomón sabemos que GAM ZE IAAVOR, también esto pasará y mientras tanto, es esta dimensión virtual y ahora un poco presencial, seguiremos siendo los constructores de una vida judía plena para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos.

Rosh Hashaná ha comenzado. Una vez más nos volvemos a congregar. Física o virtualmente estamos juntos. De eso se trata.

Shaná Tová y que seamos inscriptos en el Libro de la Vida.


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