viernes, 2 de octubre de 2020

Sermón de Yom Kipur 5781

Por el rabino Gustavo Kraselnik

Estaba pensando en estos días en un conocido pasaje de la Mishná, que aparece al final del tratado de Brajot (Bendiciones): Jaiav adam levaREJ al haraa keshem shehu mevarej al hatov, “Debe el hombre bendecir sobre lo malo de igual forma que bendice sobre lo bueno.” (Mishná Brajot 9:5).

Y el texto explica esa idea asociándola con el conocido versículo que recitamos en el Shemá: VEAHAVTA ET ADONAI ELOHEJA BEJOL LEVAVEJA, “Amarás a Adonai tu Dios con todo tu corazón…” (Deut. 6:5). Con todo tu corazón dice la Torá y los sabios interpretan: con ambos instintos, el instinto del bien y el instinto del mal.

¿Qué significa eso? El Talmud (Brajot 60b) nos dice que así como bendecimos a Dios cuando nos enteramos de una buena noticia usando la fórmula HATOV VEHAMETIV (Dios es bueno y fuente de bondad) de manera similar debemos bendecir a Dios por las malas noticias con la bendición DAIAN HAEMET (Dios juez de la verdad), que recitamos por ejemplo cuando escuchamos del fallecimiento de una persona. Y así quedó codificado en la Halajá.

Sin embargo, creo que es lícito preguntarnos qué quiere decir exactamente “bendecir a Dios” por lo malo. ¿Acaso debemos “bendecir a Dios” por esta pandemia? ¿Por el millón de muertos en todo el mundo (hoy se llegó a esa cifra), de los cuales más de 2300 son nuestros conciudadanos? ¿Por las secuelas sociales y económicas que ha causado?

Posiblemente me sienta más cómodo con la respuesta que en el propio pasaje del Talmud ofrece el sabio Raba, amoraita babilónico de la tercera generación, cuando dice: No es necesario (bendecir a Dios por lo malo) sino que debemos aceptar las cosas malas con el mismo regocijo con el que aceptamos las cosas buenas.

Y al reflexionar sobre lo que nos ocurre con esta situación tan extraordinaria de la pandemia y la cuarentena sobre la cual no tenemos mucho control, no estoy seguro que lo recibamos realmente con regocijo pero si se, como lo dije en la segunda noche de Rosh Hashaná, citando las palabras del destacado psiquiatra Viktor Frankl, que tenemos control de la forma en la cual reaccionamos a lo que nos ocurre. Eso si depende de nosotros, de nuestra actitud, de nuestra capacidad de ser resilientes, de adaptarnos y responder a los desafíos de esta coyuntura.

Y analizando un poco esta situación tan surrealista, se me ocurre pensar que la vivencia de Yom Kipur, esta que estamos comenzando a atravesar se asemeja en varias características a la experiencia de la pandemia y la cuarentena que estamos viviendo y creo que puede ser enriquecedor detenerse en la comparación.

En primer lugar, la COVID-19 nos recordó nuestra vulnerabilidad. Nos puso en contacto con la muerte de una manera que no habíamos sentido como especie desde hacía décadas. Nos hizo tomar conciencia de lo efímero de nuestra existencia. En una cultura que estaba acostumbrada a esconder la muerte y la enfermedad, que promueve la juventud eterna, de repente la presencia de la muerte se hace tangible, cercan.

Yom Kipur apunta en la misma dirección. La costumbre ya poco observada de vestirse con mortajas nos recuerda la cercanía de la muerte y si bien nuestra generación ha perdido esa sensibilidad, la propuesta de la liturgia es hacernos percibir que nuestro destino está en juego en esta jornada sagrada. Hoy queda sellado nuestro destino y se define quien vivirá y quien morirá.

Reconocernos como mortales y vivir en consecuencia es un aprendizaje común que debemos extraer de ambas experiencias. Saber lidiar con la incertidumbre y convivir con la angustia.

En segundo lugar, la cuarentena nos sacó de la rutina. De repente nuestra vida quedó congelada y hasta las cosas más sencillas como ir los niños a la escuela o los adultos a trabajar quedaron suspendidas. Estuvimos confinados en nuestras casas durante meses saliendo apenas un par de horas a la semana para comprar alimentos o medicinas.

Yom Kipur hace lo mismo. Por otras razones.  La santidad de la jornada nos convoca a dejar de lado nuestra cotidianeidad para adentrarnos en una dimensión profundamente espiritual. Hacemos un paréntesis en nuestra lucha diaria por la subsistencia, dejamos de lado nuestras preocupaciones mundanas y pasamos casi todo el día “confinados” en la sinagoga, sabiendo que al final deberemos regresar al mundo “real”.

Tercero, la cuarentena nos obligó a reacomodar nuestras prioridades. El cambio abrupto en nuestro estilo de vida nos llevó a poner en perspectiva la forma en que utilizamos nuestros recursos. Empezamos a compartir más en familia, disfrutando de la compañía de nuestros hijos y nuestras parejas. Pudimos dedicar tiempo a hacer cosas nuevas y también con el manejo de las finanzas personales nos dimos cuenta de que finalmente no necesitamos tantas cosas para vivir. Nuestros carros permanecían parqueados y el closet estaba repleto de ropa que no necesitábamos.

Yom Kipur es también un llamado a redefinir nuestras prioridades; de enfocar nuestra vida y consagrar tiempo y esfuerzo a las cosas verdaderamente significativas. El profeta Isaías (cap. 58) en la Haftará que leemos mañana dejó claro ese mensaje para sus contemporáneos. Critica el ayuno que practicaba la gente que no iba acompañado de una conducta ética. Sus palabras son aún poderosas y profundamente inspiradoras para nosotros: “Este es el ayuno que habrá de agradarme, cuando liberen a los oprimidos y acaben con la injusticia, cuando compartan su pan con el hambriento, den refugio a los necesitados y vista a los desnudos.”

Nuestro paso por este mundo es efímero, nuestros recursos son limitados, la pregunta es en que vamos a utilizarlos para vivir una vida con significado.

En cuarto lugar, la pandemia expuso la complementariedad entre la dimensión individual y la colectiva. Es importante la responsabilidad y el cuidado personal, cada uno debe hacerse cargo de su salud tomando las medidas adecuadas para evitar el contagio, pero todo esto inserto en una realidad general de la cual no somos ajenos. Porque si algo nos enseñó esta situación es que nadie se salva solo. Más que nunca debemos velar por el bienestar de todos, cuidándonos nosotros y cuidando a los demás.

Lo mismo ocurre en Yom Kipur. Nos reunimos para afrontar la solemnidad de la jornada, nos congregamos y rezamos juntos mientras aspiramos a un encuentro personal, íntimo con lo trascendente. Quizás el ejemplo más emblemático sea el Vidui, la confesión pública de las faltas. Al igual que todas nuestras plegarias, también el Vidui, que repetimos 10 veces durante todo Yom Kipur está escrito en plural: ASHAMNU, BAGADNU… (Hemos errado, cometimos transgresiones) es decir nos acuerpamos en el colectivo, sabiendo íntimamente cuales son las transgresiones propias y a la vez como una forma de reconocer que también tenemos responsabilidad como grupo, como sociedad, por los errores cometidos por cada uno de sus miembros.

Finalmente, y quizás lo más importante, es saber si esta experiencia de la pandemia y la eterna cuarentena será una experiencia que nos transformará o habrá sido simplemente un paréntesis que quedará como una anécdota, un asterisco en nuestras vidas. ¿Qué pasará después? ¿Cómo reconstruiremos el entramado social cuando volvamos al mundo real?

Y lo mismo podemos preguntarnos sobre Yom Kipur. ¿Impactará realmente en nuestra vida? ¿Darán nuestras acciones testimonio de los compromisos que asumimos? A veces tengo la sensación de que esto se parece mucho a ir al cine a ver una película de terror (no estoy diciendo que lo que ocurre aquí es de terror). Tenemos una vivencia con una alta carga emocional, atravesamos una diversidad de sensaciones, salimos del cine con las emociones a flor de piel… pero cuando volvemos a la realidad, nuestra vida sigue exactamente igual que antes.

Y este es el gran desafío que nos va a plantear el tiempo post-COVID-19. Cuando la situación sanitaria comience a calmarse y emerja con toda su furia el impacto económico y social que nos deja la pandemia y la cuarentena.

¿Qué pasará después? Vamos a necesitar fortaleza para afrontar los importantes retos que esta hora tan desafiante nos va a plantear, vamos a necesitar empatía para conectarnos con nuestros semejantes, compartir sus incertidumbres y sus angustias y más que nunca necesitaremos ser solidarios, extender nuestro brazo de apoyo, de ayuda concreta porque muchas serán las carencias.

Yom Kipur es tiempo de palabras y compromisos. Palabras sinceras que brotan de nuestros corazones y compromisos que asumimos con nosotros mismos ante la presencia de Dios. Sin embargo, tengamos presente que lo que realmente cuenta son nuestras acciones. Las acciones que darán forma concreta a nuestras palabras y a nuestras convicciones una vez que volvamos al mundo cotidiano. Las acciones solidarias que reflejarán quienes somos y cuales son nuestros valores y que en última instancia testificarán si saldremos de esta experiencia más maduros, más responsables, y más decididos a vivir una vida con significado.

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