jueves, 18 de agosto de 2011

Sermón de Ordenación Rabínica

Rabino Gustavo Kraselnik
15 de agosto de 1996


“…Atiende, Dios, lo que voy a decirte, es por tu bien y te interesa.  Detente.  Sí, Señor, detén tu proyecto: es insensato, no tiene ninguna posibilidad de éxito.  Incluso Tú, que todo lo puedes, no podrás triunfar.
¿Qué tu gloria es el hombre?  Me das risa.  El hombre es tu fracaso.  ¿Qué es la perla de tu corona?  En verdad, pareces aferrarte a tus ilusiones.  Vamos, Dios despierta.  Haz lo correcto: retrocede.  Cierra el libro antes de pasar la primera página.  ...
Serás aplaudido por tus ángeles y serafines, y por todas las incontables almas que escaparán a la condena de nacer para morir.  Y por los árboles que los hombres no habrán de talar.  Y por los animales que los degolladores no van a degollar.  Y por la naturaleza que no será mancillada por los hombres. ...
Lo que te digo es verdadero, lo que te digo es lo que hará verdaderas las cosas: hay que saber detenerse, incluso si se es Dios…”
 Estas son las palabras de un loco, un loco que se cree Adán, el primer hombre. Un loco creado por la notable pluma de Elie Wiesel, sobreviviente de la Shoá y premio Nóbel de la paz en 1987, en su novela “El crepúsculo a lo lejos”. Un loco que en su locura habla únicamente con Dios.  Sigamos escuchando:
“Señor calculaste mal la jugada, ¿Ves?  Uno puede ser Dios y fallar en los cálculos. ¿Quieres saber por qué? Porque allí hay un ser humano involucrado y eso lo cambia todo. Desde que aparece un ser humano el juego está viciado.
Por tal razón, apelo a tu sabiduría y a tus poderes: deja el proyecto. No necesitas de los hombres, ni siquiera de mí. Da marcha atrás, conviérteme en un grano de arena, en un puñado de tierra.”
 Que tentador nos parece a veces este razonamiento. Basta con leer un periódico, mirar las noticias para creer por un momento en los argumentos del loco que se cree Adán.
Por qué no preguntarnos cuanto de fantasía y cuanto de lucidez hay en su discurso, y hasta donde es posible definir con precisión el límite entre una cosa y la otra.
Sin embargo, estoy hoy aquí, parado ante la presencia de Dios, creador del mundo, y de mis maestros que me honran concediéndome el título de rabino, para afirmar y proclamar mi fe en Dios y mi fe en el hombre como criatura divina.
Estoy aquí recibiendo los rollos de la Torá, reeditando el pacto del monte Sinai, porque estoy convencido que el hombre es el socio de Dios en el proceso continuo de la Creación.
Estoy aquí recibiendo la inspiración de las palabras del salmista (8:5) que afirma que el hombre fue creado “poco menos que divino, coronado con gloria y honor.”
Estoy aquí intentado ser un digno heredero del mensaje de los profetas de Israel, quienes aún conociendo la debilidad humana, nos convocan a construir una sociedad que refleje los ideales mesiánicos.
Estoy aquí, queriendo ser alumno de los sabios talmúdicos, que afirman que cada ser humano es una criatura única poseedora de una chispa divina. Una chispa que se enciende cuando entra en contacto con otro ser humano.
En su relato de la creación, la Torá nos dice que el hombre fue creado “Betzalmenu kidmutenu”,  a imagen y semejanza de Dios, pero al continuar, el texto expresa el temor divino de que el propio hombre se convierta en Dios, tal cual surge de la prohibición de comer del fruto del árbol de la vida.
De esta postura aparentemente ambivalente de Dios acerca del hombre, el pensador judío Erich Fromm, en su libro “Y seréis como dioses” enuncia la premisa de que “si no es Dios ni puede volverse Dios, el hombre si puede hacerse como Dios.” En otras palabras, imitar a Dios. ¿Qué es lo que eso significa? Dios ha revelado al hombre no su esencia sino los efectos de su esencia, y a partir de allí, las cualidades divinas se han transformado en normas de la acción humana.
Esta idea de imitar a Dios por medio de la observancia ya fue expresada por nuestros profetas, quienes luchando contra el ritualismo vacío de un sacerdocio corrupto utilizaron precisamente esta concepción, enfatizando los aspectos espirituales y morales de los preceptos. En palabras del profeta Mijá (Miqueas 6:6-8):
 "Te he declarado hombre lo que es bueno, lo que Adonai de ti reclama; es tan sólo practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios.”
Justicia y misericordia, dos de las cualidades divinas que aparecen repetidamente en la Biblia, en las palabras del profeta se transforman en imperativos, ordenes de acción que los hombres debemos cumplir.
También en la literatura rabínica (Talmud, Sotá 14a) encontramos llamados de los sabios a imitar las acciones de Dios:
Y dijo Jama de la escuela de Rabi Janiná: ¿Qué significa lo escrito: “Ajarei Adonai Elohejem Teleju” ¿A Adonai vuestro Dios seguiréis”? (Deut. 13:5) ¿Puede el hombre acaso seguir a Dios? Más bien el hombre debe seguir las cualidades del Santo Bendito Sea. Como Él viste a los desnudos… así tú debes vestirlos, como Él visita a los enfermos… así tú debes visitarlos. Como Él consuela a los deudos…  así tú debes consolarlos…
El Talmud nos trae aquí una ejemplificación de esta concepción. La aspiración del hombre de parecerse a Dios  debe implicar fundamentalmente la voluntad del ser humano  de actuar acorde a los preceptos divinos. Sin embargo Fromm entiende que el compromiso con la ley no está dado sólo con su aceptación o su cumplimiento, sino que además constituye una visión global de vida, una cosmovisión que tiende a privilegiar cada instante dotándolo de santidad.
Y así lo escribe en su libro:
“No sólo el hombre debe obrar según los principios generales de justicia, verdad y amor, sino que todo acto de la vida ha de ser santificado.“
En un mundo donde el hombre ha optado por la desacralización de sus valores como estrategia de vida y la trivialización de su accionar como técnica cotidiana, mi desafío como rabino constituye intentar crear junto a mis feligreses momentos de santidad, instantes que den testimonio de la presencia de Dios en el mundo. Comprometiéndolos a releer los textos sagrados para que nos inspiren a desarrollar lazos de amor y solidaridad. Recordando nuestra historia para que nos ayude a revelarnos contra la injusticia y la intolerancia; Vivenciando el calendario judío para comprender que cada minuto es una experiencia única e irrepetible. Renovando el dialogo con la Halajá, la ley judía, para vivir una vida significativa; profundizando el vinculo con el Estado de Israel “Reshit tzmijat gueulatenu”, que marca el principio de nuestro renacimiento y redención. Y actuando bajo una premisa fundacional: Dios ha insuflado en cada hombre, en cada uno de nosotros, una pizca de su esencia. Y es nuestro deber protegerla y desarrollarla.
Este es el reto que asumo en este día, este día soñado y esperado desde hace tanto tiempo.
No sé con exactitud cuando nació mi vocación rabínica, pero recuerdo perfectamente aquel día, hace ya casi 15 años, cuando entre por primera vez a esta casa. Lleno de dudas e inquietudes, con ganas de aprender y estudiar. Con una sola convicción: Quería ser rabino.
En mi comunidad, el Scholem Aleijem de Florida, liderada entonces por el hoy rabino Daniel Goldman, fui testigo de la revolución que el Seminario Rabínico Latinoamericano y su fundador, Rabino Marshal Mayer z”l - maestro de mis maestros y por ende también mi maestro -, realizaban en la judería latinoamericana.
En una época plagada de censura y autocensura, las sinagogas conservadoras se transformaron en el espacio en donde era posible opinar y discutir. El Kabalat Shabat se convertía en una experiencia espiritual significativa. Existía ahora una forma de entender a la tradición judía desde una óptica moderna, o la posibilidad de comprender a lo moderno desde una visión judía.
Y entonces decidí ingresar al apasionante mundo de los textos judíos, para recorrer los caminos de la sabiduría del pueblo de Israel, para intentar aprender y profundizar en la experiencia del ser judío.
(Agradecmientos)

Para el final quiero decirle algo también al loco Adán: Creo con fe sincera que Dios creó el mundo exclusivamente para el hombre; precisamente para que haga de él un lugar que de testimonio de la presencia de Dios.
 
En otra de sus novelas, La Ciudad de la Fortuna, Elie Wiesel retorna al tema de Dios y su relación con el hombre:
- ¿Te gusta hablar de Dios? …Háblame de Dios.
- Dios, hermano, es la debilidad de los fuertes y la fuerza de los débiles.
- ¿Y del hombre? ¿También te gusta hablar del hombre?  
- El hombre es la fuerza de Dios.  Y también su debilidad.


1 comentario:

  1. Gustavo aprecio lo que eres y en lo que te has convertido por perseguir tus sueños y lo que has hecho por nuestra comunidad! Gracias!

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