Discurso pronunciado por la señora Marianne Granat en el acto de Yom Hashoa 5771 organizado por el Congreso Judío Panameño
Hannah Arendt, escritora, historiadora, filósofa escribió esta frase como epígrafe a la última parte de su obra: Los orígenes del totalitarismo: “Los hombres normales no saben que todo es posible.”
En 1938 un médico judío austriaco llegó con sus dos hijas adolescentes a nuestra ciudad en Hungría para arreglar sus papeles antes de su viaje a Suiza. Ellos se alojaron donde nuestros vecinos y el médico contó a mi padre de los vejámenes y atrocidades de los SS contra los ciudadanos judíos. Mi padre le escuchó tranquilamente y le declaró: “Aquí eso no puede suceder, aquí la gente nos quiere.”
En 1944 pocos países de Europa habían podido escapar de las botas alemanas. Hungría, mi país natal pertenecía al Eje, es decir, era aliado de Alemania. Sin embargo el gobernador de Hungría, Horthy, no se sometió a la orden de Hitler sobre la deportación de los ciudadanos judíos hasta el fatídico 19 de marzo 1944, cuando finalmente Hitler dio orden a su ejército ocupar militarmente al país.
Eichmann apareció inmediatamente con su séquito para organizar la deportación masiva de los 700.000 judíos húngaros. Ya para entonces la organización de los SS contaba con una gran experiencia en las deportaciones, puesto que en esa época los judíos de los países europeos ocupados ya habían sido deportados, excepto los de Dinamarca y Bulgaria. Los SS llevaron a cabo las deportaciones sacando cientos de miles de personas de su lugar de nacimiento de diferentes países de Europa, llevándolos en trenes de carga, atravesando miles de kilómetros hasta Auschwitz.
Hay que recordar, que al mismo tiempo Alemania libraba una guerra en el este y en el oeste de Europa, sin embargo los trenes de carga que sirvieron para transportar materiales de guerra y tropas, fueron utilizados ante todo para las deportaciones de los judíos, ya que llevar a cabo el plan de aniquilación del pueblo judío prevalecía sobre la suerte de la guerra en la mente enferma de los nazis.
Hay que precisar que los transportes de los judíos húngaros fueron los últimos en llenar las cámaras de gas de Auschwitz, pues a partir del 6 de octubre 1944, -el día de la revuelta del “Comando Especial” -no hubo más matanza colectiva, puesto que los crematorios fueron destruidos por los mismos miembros de aquel comando especial. Menos de cuatro meses después, el 28 de enero de 1945 el ejército ruso liberó el más grande campo de muerte, donde millones de seres humanos inocentes fueron sacrificados por la demencia hitleriana.
En julio de 1944 fui deportada con mis padres y con mi hermana a Auschwitz. Yo tenía 20 años y mi hermana 23. Nos pusieron en vagones de carga, éramos 80 personas apretadas con un solo cubo para el servicio de todos, pero ni estas circunstancias tan indignas me dieron una idea de lo que nos esperaba. Solamente cuando el tren salió del territorio húngaro sentí una repentina angustia, como una flecha en mi corazón. Cuando preguntaba a los SS adonde nos llevaban, ellos imperturbablemente me contestaban: a trabajar.
“Trabajar” fue la palabra mágica que nos engañó a todos. Muchas personas se preguntan hoy en día: ¿Cómo era posible que en 1944, después de cinco años de Guerra Mundial aún no habíamos escuchado hablar de los campos de exterminio nazi?
En 1944 cuando casi toda Europa estaba bajo el dominio nazi, los periódicos eran severamente censurados, los teléfonos eran restringidos y la única información relacionada con el desarrollo de la guerra nos llegaba a través de la onda corta de la radio BBC de Londres, la cual escuchamos a escondidas. Lo trágico era que aun escuchando esporádicamente sobre las atrocidades nazis, mis padres no daban crédito a sus noticias y pensaban que se trataba solamente de propaganda de guerra.
Desafortunadamente, la única voz de autoridad que hubiera podido cruzar las fronteras, y hubiera podido influir en el gobierno y en el pueblo católico de Hungría para oponerse a los planes de las deportaciones, la voz del papa Pío XII no se hizo escuchar.
Con el fin llevar a cabo con el máximo secretismo sus acciones macabras, los nazis utilizaron eufemismos, como “La solución final” para designar la deportación.“Tratamiento especial” significaba matar por gas. Todo el procedimiento de aniquilación de los once millones judíos europeos fue concebido por los nazis en la conferencia de Wannsee, cerca de Berlin, en enero 1942 como una industria de la cual ellos sacarían el máximo provecho.
En grandes líneas los nazis procedieron en este orden: Primeramente les quitaron todas sus pertenencias a los ciudadanos judíos, después los congregaron en getos y finalmente de allí fueron llevados a los campos de muerte. A la llegada, los viejos, los enfermos, las madres con niños fueron inmediatamente aniquilados en las cámaras de gas.
Puesto que los deportados creían que iban a trabajar, se llevaban todavía algo de dinero o joyas, de los cuales eran despojados enseguida a su llegada al campo. Un equipo de prisioneros fuertes formaban un equipo especial, el “Sondercomando” cuya tarea era la de sacar las victimas de las cámaras de gas y extraer los dientes de oro. Estos eran enviados junto con todas las piezas de valor que habían traído los deportados a Alemania. El cabello de las victimas también se utilizaba y finalmente además extrajeron jabones de los huesos humanos.
Mi hermana y yo recibimos estos jabones. Los tuvimos en la mano, eran grises y de forma cuadricular. Los miramos detenidamente por un tiempo en la palma de nuestra mano, horrorizadas. Finalmente los utilizamos, así como todas las demás compañeras. En el infierno de Auschwitz estos eran detalles cotidianos.
En las primeras semanas de mi estadía en Auschwitz me quedé incrédula cuando mis antiguas compañeras me repetían que al final todas terminaríamos en las cámaras de gas, ya que los Nazis no dejarían testigos sobrevivientes de sus horribles crímenes. En aquellos primeros días de deportación sencillamente no podía creer en tal monstruosidad. Mi incredulidad era de esperarse ya que cómo era posible que alguien recién llegada de un mundo civilizado, donde le habían inculcado ética, moralidad y arte, de repente se encontrara en un planeta ajeno, donde no existía más que una maquinaria destinada a asesinar a gente inocente que había sido engañada sutilmente con el fin de evitar el pánico o cualquiera resistencia.
A la gente que esperaba en las antesalas de las cámaras de gas les distribuían jabones, porque supuestamente ellos pasarían a ducharse y les mostraron los números de los ganchos en la pared donde tenían que colgar sus vestidos repitiéndoles que por favor, recordaran bien el número del gancho, porque después del baño cada persona tendrá que encontrar sus pertenencias a su número indicado. Y las pobres víctimas caían en la trampa, ya que bien dijo Hana Arendt: “Los hombres normales no saben que todo es posible.”
En resumen, esta era la forma de los nazis de matar a millones de personas. De los once millones de judíos que habían planeado, ellos lograron exterminar seis millones, entre ellos un millón y medio de niños.
También fueron masacrados millones de prisioneros rusos, polacos, serbios, eslovacos, gitanos, homosexuales, enfermos mentales y otros.
Auschwitz fue liberado en enero de 1945. Sin embargo para mis padres llegó demasiado tarde aquél día de liberación. Mi hermana y yo fuimos liberadas en el norte de Alemania, cerca del campo de concentración de Ravensbrück, el 2 de mayo de 1945, hace hoy exactamente 66 años, por el ejército ruso.
La pregunta es: ¿Qué aprendió el mundo del Holocausto?
Desde el final de la segunda guerra mundial el mundo ha sido testigo de varios genocidios, como el de Tíbet por parte del gobierno chino, en Cambodia Pol Pot mandó a matar dos millones de sus compatriotas, en Biafra, Ruanda, y Bosnia. En estos cataclismos los más indefensos suelen ser los niños y mujeres. El mundo no puede seguir siendo testigo mudo de tales atrocidades: Debemos sacudir la indiferencia y actuar, pues con el progreso de la tecnología también el peligro crece. Hoy en día debemos luchar contra el fanatismo religioso, el racismo y la intolerancia en general.
Solamente una humanidad educada para una comprensión mutua puede salvarnos de un nuevo Holocausto.
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