jueves, 12 de mayo de 2011

Parashat Behar

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana.
 
Rabino Mario Gurevich
Beth Israel Synagogue 
Aruba

Pareciera que los judíos debemos pasarnos la vida contando.
 
La semana pasada se nos ordenó contar el Omer: siete semanas comenzando la segunda noche de Pesaj y que debe llevarnos en el día cincuenta a la fiesta de Shavuot. Un conteo ascendente que nos conduce desde la celebración de la libertad hasta el momento cúspide de nuestra historia, la Revelación frente al Monte Sinai.

Y esta semana (Parashat Behar) Lev. 35:1 se nos ordena que al llegar a la tierra de Israel debíamos contar una semana de años y celebrar el Shabat de la tierra (Shmita) y más aún, una semana de semanas de años y el numero cincuenta celebrar un Jubileo (Yovel).
 
Leí alguna vez que el número siete es el ADN del pueblo judío y estoy tentado a creer que es así. Por qué tantos sietes? Por qué la insistencia en la semana? 
 
Porque todas esas cuentas nos retrotraen a la historia de la Creación y de esa manera a reflexionar en la peculiar relación de Dios con los hombres.
 
Nuestro semanal Shabat es la forma singular judía de santificar el tiempo y de reconocer a Dios como el autor del Universo y nuestras vidas.
 
Pero la reiteración de la cuenta, por ejemplo en las siete semanas que van de Pesaj a Shavuot, desde la libertad hasta la Revelación tiene también ese mismo propósito, ya que nuestra salida de Egipto tuvo como clave la voluntad divina y la libertad no hubiera tenido sentido sin una Ley que guiara nuestras vidas y nos hiciera merecedores de ella.
 
El conteo de los años de la Shmita y el Yovel introducen una nueva perspectiva. El descanso de la tierra, más allá de sus obvias ventajas en una sociedad agrícola tenía por objeto mostrar nuestro respeto por el equilibrio de la naturaleza y por ende con su Creador.
 
Y adicional a ello el ingrediente de la justicia social con un jubileo donde las tierras volvían a sus propietarios originales, las deudas eran perdonadas y los siervos liberados de su servidumbre.
 
Con la lección que ni pobreza ni riqueza son necesariamente destinos ineludibles transmitidos de generación a generación, ni lo son la condición social ni los vaivenes de la economía, ya que por encima de todo ello debe reinar la armonía entre las gentes, la conducta moral y el amor al prójimo.
 
Un poco utópico quizás. Pero este es el modelo de armonía que nos presenta la Torá y al que debemos aspirar.
 
Ben Gurión dijo alguna vez que en Israel, quien no cree en milagros no es realista.
 
Y yo me atrevería a agregar como corolario que la utopía es el mandamiento no escrito de la Torá y de alguna manera el sustento de nuestra creencia mesiánica; esto es que, pese a todas las evidencias, podemos aspirar y esperar a ver un mundo mejor, sin las desigualdades, dolores y conflictos que hoy aún nos abruman.
 
Shabat Shalom.

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