Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia
Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore
Bogotá, Colombia
Una famosa historia cuenta acerca de un hombre que en una oportunidad se acercó a su rabino para que lo convirtiera en Cohen. Y ante la negativa del rabino el hombre comenzó a insistir y a repetir su petición periódicamente, haciendo que en un momento la paciencia del rabino se agotara. Fue entonces que el rabino le preguntó: “¿Me podrías decir por qué insistes tanto en esto de que te “convierta” en Cohen?”. El hombre le respondió: “Rabino, es una cuestión familiar: ¡Mi abuelo era Cohen, mi papá era Cohen, y yo también quiero ser Cohen!”
Muchas veces pensamos que ser Cohen, descendiente de sacerdotes, implicaba únicamente privilegios: Ser el primero en ser llamado a la Torá, tener el honor de bendecir al pueblo de Israel a través del Birkat Kohanim – la bendición sacerdotal -, y tener a cargo la redención de los niños primogénitos en la ceremonia de Pidión Haben.
Pero nuestra parashá, Emor, nos enseña que detrás del prestigio y los privilegios que implicaban ser descendiente de sacerdotes, los cohanim estaban además sometidos a varias restricciones: Solo podían casarse con determinadas mujeres y no podían impurificarse al entrar en contacto con algún fallecido, lo cual implicaba no poder ingresar a un cementerio ni tampoco estar presente en un entierro, con la excepción de un familiar muy cercano. Y estas regulaciones eran todavía más estrictas en el caso del Cohen Gadol, el Sumo Sacerdote del Pueblo de Israel, a quien incluso se le prohibía participar en el entierro de sus propios padres.
Podría llamar la atención la severidad de esta última norma: ¿No poder participar en el entierro de sus padres? ¿Acaso no era posible realizar una excepción? Ocurre que el Cohen Gadol tenía una función tan elevada, tan importante y con tantas responsabilidades, que si era distraído o si se descuidaba con la más mínima interrupción, eso podía traer graves consecuencias, no para él sino para todo el pueblo de Israel. El enorme privilegio de representar al pueblo y guiar su destino, debía ir ligado necesariamente a ese enorme sacrificio, que si bien tenía un costo alto, era imprescindible para el ejercicio de la tarea. Y como cualquier líder, el Cohen Gadol sabía que para poder serlo, debía estar dispuesto a hacer esas renuncias.
Ciertamente la figura del Cohel Gadol y sus responsabilidades hacia el pueblo vienen a confirmar una verdad que conocemos de observar la vida de aquellos que rigen los destinos de nuestros países e nuestras instituciones: Largas jornadas de trabajo, reuniones interminables, horas que no pueden ser dedicadas a los hijos o a los padres. El sacrificio es grande y no solo de los líderes, sino también de sus familias. Pero si bien la tarea es esforzada, al lado de ese gran esfuerzo y de esas renuncias, tal como lo hacía el Cohen Gadol, está también el honor y el orgullo de saber que se está aportando para el bien común y la continuidad de nuestro pueblo.
Muchas veces decimos que no cualquiera puede ser un líder o ejercer un cargo de representación: Si lo único que se pretende es disfrutar el privilegio y no existe vocación de entrega y sacrificio, probablemente esa supuesta vocación termine por no sostenerse y tarde o temprano vea su propio fracaso. Pero, al mismo tiempo, también es verdad que en mayor o menor medida todos somos uno poco líderes: Todos nosotros somos ejemplo o modelo para otros, ya sea para nuestros hijos, alumnos o amigos, y es ahí cuando pienso que la Torá viene a darnos un importante mensaje:
El enorme privilegio de ser judíos conlleva necesariamente el sacrificio del trabajo comunitario y la dedicación hacia nuestras instituciones. Y si pertenecer a nuestro pueblo es vivido por nosotros como un orgullo y un privilegio, no podemos quedarnos solo con ese “kavod” (honor) y dejarnos tentar por el conformismo de la no participación. Así como el Cohen Gadol entregaba mucho de sí y tenía el honor de representar al pueblo ante D-s en las tareas más sagradas, así también cada uno de nosotros somos llamados a entregar lo mejor de nuestro ser, en tiempo, esfuerzo, trabajo, dinero y capacidad, para asegurar la continuidad de nuestra tradición a través del trabajo comunitario.
No tenemos ya un Cohen Gadol y a nadie se le exige un sacrificio tan grande como no asistir al entierro de sus padres, pero en tiempos en que hay tantos judíos que se alejan de sus raíces y comunidades enteras que están debilitadas, la continuidad judía nos llama en primer lugar a que podamos vencer la apatía de la falta de participación y la comodidad que nos lleva a delegar en otros la construcción del futuro del pueblo judío. No podemos pensar “que sean otros los que se ocupen de la comunidad”, porque corremos el riesgo de que un día, D-s no lo quiera, todos lleguemos a pensar de manera similar.
Nosotros sabemos de qué se trata ser judíos y disfrutamos cada día del orgullo de ser parte de nuestro pueblo. Por esa razón, no olvidemos nunca que los privilegios siempre implican responsabilidades. O como una vez le escuché decir a un querido rabino: Ser judío hoy en día se parece a andar en bicicleta: No puedes dejar de pedalear. Si lo haces, no solo te detendrás, sino que además terminarás cayendo.
Quiera D-s bendecirnos con gratitud, humildad y sentido de responsabilidad para que podamos aportar lo mejor de nosotros al fortalecimiento de nuestra hermosa y querida tradición.
¡Shabat Shalom Umeboraj!
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