El 19 de abril de 1943, familias judías en todo el mundo se reunieron alrededor de sus mesas para celebrar el inicio de un nuevo Pesaj. Pero este Pesaj fue distinto a todos los otros Pesaj. Esa noche, especialmente para los judíos de Varsovia, esa noche no fue una noche más. Para ellos, el camino hacia la libertad dejó de ser solamente el relato de lo acontecido en un remoto pasado en Egipto para transformarse en un grito de rebelión y de esperanza, aun en contra de todos los pronósticos, en su lucha desigual contra el ejército Nazi.
El 19 de abril de 1943, los nazis querían sorprender a Hitler. El Führer cumplía años el 20 de abril y los generales decidieron que el vaciamiento del Ghetto de Varsovia sería un regalo ideal para el dictador. El hecho de que los judíos estuvieran celebrando Pesaj parecía agregar un toque siniestro a lo que estaba por acontecer. Muchos años después del éxodo, un nuevo Faraón estaba a punto de concluir con la tarea.
Sin embargo, los planes Nazis no funcionaron. Porque los judíos se rebelaron. Esos judíos hambrientos y hacinados lucharon por sus vidas. Ese puñado heroico de hombres y mujeres logró echar al ejército germano no una sino dos veces. No sólo durante la noche del 19 de abril de 1943 sino durante casi un mes.
El levantamiento del Ghetto de Varsovia duró más que la resistencia de todo Francia. Y en ese coraje sin fronteras, en ese heroísmo sin cuartel, Mordechai Anielewicz y sus compañeros marcaron nuestro camino y nos recordaron que ser judío, entre otras cosas, implica un compromiso ineludible con la justicia, a favor la dignidad humana y en contra del odio y de la opresión en todas sus formas, en todo tiempo y en todo lugar.
Una vez que el Estado de Israel declaró su independencia en 1948, el gobierno liderado por David Ben Gurion decidió conmemorar la Shoah en una fecha cercana al 19 de abril. Mientras que las Naciones Unidas recuerdan el Holocausto el 27 de enero, haciendo hincapié en la liberación de Auschwitz a manos de los aliados en 1945, Israel eligió enfatizar la resiliencia de un pueblo que no fue como ganado al matadero, sino que opuso resistencia frente al mal radical.
Para mí, Iom haShoa vehaGevura, el Día de la Shoa y del heroísmo, como es su nombre oficial en el calendario hebreo, es siempre un buen momento para releer algunas reflexiones escritas por los sobrevivientes. En esta oportunindad, y en dicho espíritu, quisiera aprovechar estos minutos para compartir con ustedes tres de estas reflexiones, de tres autores distintos.
El primero de ellos es Primo Levi, químico italiano que fue deportado a Auschwitz a finales de 1944 y quien, una vez que regresó a su hogar, escribió un par de libros autobiográficos describiendo no sólo sus días en el campo de concentración sino también algunas reflexiones sobre lo vivido.
Por ejemplo: “Muchos pueblos – muchas naciones – pueden encontrarse sosteniendo, a sabiendas o no, que ‘todo extranjero es un enemigo’ […] Cuando los dogmas tácitos se vuelven la premisa más importante de un silogismo, entonces, al final de dicha cadena, nos encontramos con el campo de concentración.”
Al leer a Primo Levi, no puedo dejar de pensar que cada vez que una sociedad se organiza para señalar a tal o cual grupo como marginal, como una amenaza, o como los culpables de todos los males que nos aquejan, nos arriesgamos a terminar perdiendo nuestra humanidad. Cada vez que un grupo hegemónico se organiza para salir a cazar brujas, termina por construir muros – simbólicos o reales – que no hacen más que sembrar miedo, profundizar suspicacias y separarnos los unos de los otros.
En lugar de buscar culpables, deberíamos redoblar nuestros esfuerzos en la construcción de una sociedad pluralsta e incluyente, abierta a todo aquel que se acerque con un corazón generoso y sincero para contrubir desde su particularidad al desarrollo de un espacio multicultural en donde cada quien pueda brillar con su propia luz, creando entre todos un mosaico multicolor.
Es en este contexto que es muy importante asumir nuestra propia responsabilidad de cara a la tarea. O, como bien escribió Primo Levi en su momento, “Los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser verdaderamente peligrosos. Mucho más peligrosos son los hombres comunes, aquellos funcionarios listos para creer y actuar sin cuestionarse.”
Si la Shoa sucedió, nos enseña Levi, eso ocurrió porque un grupo de extremistas se hizo del poder, pero una parte importante de su fuerza radicó en las simpatías que generaron en un porcentaje no menor de la sociedad europea que estuvo dispuesta a creer en los chivos expiatorios y en los estereotipos propuestos por el nazismo, y que ya tenían larga data en la historia continental. Entre tales simpatías y la apatía del resto, se generaron las condiciones que llevaron a la humanidad a escribir una de las páginas más tristes de todos los tiempos.
Para mucha gente es muy difícil hablar de la Shoa sin preguntarnos por qué Ds permitió que algo así ocurriera. Es difícil tomar consciencia de las atrocidades Nazis y evitar el interrogante que busca entender, que busca encontrarle sentido al mal radical. ¿Qué ha sido de la teodicea? ¿Qué ha sido de la justicia divina?
Es en este contexto que quisiera introducir las reflexiones del segundo pensador y sobreviviente de esta noche. En este caso se trata del filósofo francés Emmanuel Levinas, quien pasó una parte importante de la Segunda Guerra Mundial como prisionero de guerra en un campo alemán. En un texto titulado “El sufrimiento inutil,” Levinas escribe que la búsqueda de una explicación que nos posibilite entender lo que ocurrió en la Shoa tiene que ver con lo difícil que nos resulta atravesar los dolores que no tienen sentido. Vivimos buscando comprender lo que nos pasa porque cuando, no entendemos, nuestras vidas se resquebrajan. Es por ello que invocamos el poder de las explicaciones metafísicas y es por ello que preferimos terminar de creer en toda clase de teorías inverosímiles antes que claudicar frente a la evidencia de que hay males que van más allá de toda lógica.
Pero Levinas no quiere que hagamos eso. Levinas no quiere que encontremos una explicación que nos de resguardo, que nos calme el dolor o que mitigue nuestros miedos. Por el contrario, Levinas espera que todo ese sufrimiento que marca nuestra historia se pueda volver el combustible que en lugar de encontrarle sentido al pasado nos impulse a trabajar mancomunados para que dichas atrocidades nos vuelvan a ocurrir jamás.
De esta manera, en Levinas, el sentido del mal ha dejado de ser un ejercicio de búsqueda teológica para transformarse en un llamado divino que afirma nuestro compromiso con acciones responsables. En lugar de explicar el pasado somos llamados a reparar el futuro, asumiendo nuestro lugar único e irrepetible, a fin de que el sufrimiento ajeno sea erradicado de una buena vez y para siempre, a fin de que podamos finalmente construir como hermanos y hermanas el Reino de los Cielos aquí en la tierra.
Por último, y para concluir, quisiera compartir en esta noche algunas reflexiones escritas por Elie Wiesel. Elie Wiesel no necesita de mucha introducción. Sobreviviente de Auschwitz y Premio Nobel de la paz en 1986, sus libros han sido leídos y citados una infinidad de veces en un sinfín de oportunidades. Por esto mismo, hoy quiero compartir parte de un texto que me parece que no es tan conocido, pero que a mi criterio es tan profundo como bello. Lo que más me gusta es que está dedicado a la gente joven, a la siguiente generación, y podría ser leído como las lecciones que Wiesel intenta legar a los que, llegado el momento, continuarán con nuestro camino. El texto fue escrito en 1992, se llama “¿Has aprendido la lección más importante de todas?”, y, entre otras cosas, dice lo siguiente:
“Todos los juicios colectivos son erróneos. Sólo los racistas los hacen. Y el racismo es estúpido, tanto como es feo. Su objetivo es destruir, pervertir, distorcionar la inocencia en los seres humanos y su búsqueda por la igualdad. El racismo es engañoso. En cada comunidad hay buena gente y malas personas.
Ninguna raza humana es superior; ninguna fe religiosa es inferior. Todos venimos de algun lugar y todos nos preguntamos hacia dónde vamos. Yo sé: Tú has sido puesto a prueba en tus años de colegio, más de una vez. Pero las pruebas reales todavía se encuentran por delante. ¿Cómo habrás de lidiar con el hambre, la falta de vivienda, la discriminación sexual o de género y con los antagonismos dentro de tu comunidad? El mundo allí afuera no está esperándote para darte la bienvenida con los brazos abiertos. El clima económico es malo; el psicológico es aun peor. Te preguntas: ¿Podré conseguir trabajo, aliados, amigos? Yo le rezo a nuestro Padre en el Cielo para que responda “si” a todas esas preguntas. Pero si resultara ser que te encuentres con decepciones temporales, yo también rezo para que no hagas pagarle a nadie más el precio de tu dolor. No veas en nadie más el chivo expiatorio de tus dificultades. Sólo un fanático hace eso – no tú, porque tú has aprendido a rechazar el fanatismo. Tú sabes que el fanatismo conduce al odio, y que el odio es tanto destructivo como autodestructivo. Te hablo como un maestro y como un alumno – uno es ambas cosas, siempre. También te hablo como un testigo. Te hablo a ti, porque no quiero que mi pasado se vuelva tu futuro.”
En estos momentos de recordación, que podamos decir yehi zikhram barukh, que las memorias de los seis millones sean para nosotros eterna bendición. Que puedan ellos descansar en paz. Y que sepamos nosotros encontrar los caminos para inspirarnos en el heroísmo de aquellos que un 19 de abril de 1943, y con ellos tantos otros, eligieron decir “Nunca más.” En ese espíritu, que podamos trabajar a conciencia para que el pasado atroz que recordamos hoy no se vuelva nuestro futuro ni el de nadie más. Muchas gracias.
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