viernes, 13 de abril de 2018

Sheminí 5778

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la Parashá de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik

Congregación Kol Shearith Israel, Panamá

La fiesta se convirtió en tragedia. En el día de la esperada inauguración del Mishkán (Tabernáculo), en el momento culmine de la celebración ritual y frente a todo el pueblo de Israel, Nadav y Abihú, los hijos mayores de Aarón, el Sumo Sacerdote, cayeron fulminados por un fuego divino.

La Torá, siempre escueta en este tipo de situaciones, enuncia brevemente lo ocurrido (Lev. 10:1-2)

Nadav y Abihú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, pusieron fuego en ellos y echaron incienso encima; pero el fuego que presentaron delante del Señor era un fuego extraño (Esh Zará), contrariamente a lo que él les había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los devoró, y ambos murieron delante del Señor.

La Torá recuerda la muerte de los hijos de Aarón en otros tres lugares (Lev. 16:1, Núm. 3:4 y 26:61), mencionando en todos ellos que murieron “delante del Señor” y, en los dos últimos, haciendo referencia al Esh Zará (en algunas traducciones antiguas, incluso aparece el Esh Zará en la cita de Lev. 16).

Por otra parte, observamos que el fuego divino que mata a Nadav y Abihú es una clara respuesta al Esh Zará, al fuego extraño que ambos sacerdotes habían ofrendado.

De todo esto surge a las claras la noción de que la muerte de los hijos de Aarón fue un castigo, aunque no está del todo claro cuál fue exactamente la grave falta que cometieron y que ameritara una respuesta tan severa por parte de Dios.

Jaza”l, nuestros sabios, enfrentaron el texto a partir de la premisa de la Teodicea, es decir, asumiendo que Dios actúa con justicia, por lo que era preciso identificar el pecado que demostrase que el castigo divino no fue desproporcionado, pues en la lectura lineal del texto pareciera percibirse un desatino entre un error espontáneo por parte de los jóvenes sacerdotes y una sanción tan radical por parte de Dios.

En el artículo “Los pecados de Nadav y Abihú”, en las leyendas rabínicas (en hebreo, Tarbitz 58, 5739, pp. 201-214), el profesor Avigdor Shinan, – con quien tuve el privilegio de estudiar en la Universidad Hebrea y en el instituto Schechter, ambos en Jerusalem – enumera doce pecados posibles que aparecen en las fuentes midráshicas (Vaikrá Rabá, parashá 20 y Pesikta de Rav Kahana, inciso 26), como justificativo para el fatal desenlace de los hijos de Aarón.

Esa larga lista de transgresiones va desde faltas rituales puntuales hasta conductas personales, inapropiadas para líderes del pueblo. En el primer caso podemos mencionar, por ejemplo, que el “fuego extraño” no era un fuego sagrado, que trajeron una ofrenda que no les fue ordenada, que se acercaron “demasiado” al lugar sagrado y que ingresaron sin haberse lavado ritualmente.

En el segundo caso podemos citar el hecho de haber llegado borrachos, el no estar casados (ya que creían que ninguna muchacha era suficientemente buena para ellos), que eran tan orgullosos que no se pedían consejos mutuamente y que esperaban la muerte de Moisés y Aarón para asumir ellos el liderazgo del pueblo.

Es interesante destacar que algunos de los pecados que aparecen en la lista surgen de la lectura del propio texto de la Torá o de claras asociaciones con otros pasajes de la misma. Sin embargo en la lista encontramos otras faltas en las que no se aprecia ningún vínculo con el texto, sino que más bien parecieran fruto de una mirada de los sabios a su propio entorno.

La dura critica a la arrogancia, la soberbia y la petulancia de Nadav y Abihú, más que una explicación de la “historia”, podría ser un incisivo cuestionamiento a conductas contemporáneas de los líderes del pueblo.

Y esto no es casual; como bien afirma el profesor Shinan, los sabios aspiraban a “conocer el pasado convencidos de la justicia de Dios y de Sus actos, pero la preocupación central de sus enseñanzas es para el presente, en donde viven ellos y sus congregaciones, y para el futuro, para el cual aspiran a educar a su gente.”

Con los severos parámetros con los que juzgan a los desgraciados sacerdotes, da la sensación que los sabios anhelan recordarnos la responsabilidad que implica tener el honor de ser un dirigente y la demanda de una conducta basada en la humildad y el respeto que debe caracterizar a todo líder.

Estar a la altura de las circunstancias; ese es el reto que se nos presenta. No por temor a un fuego divino que vaya a fulminarnos, sino al rigor de la propia conciencia y al deseo de sentirnos plenos ante la presencia de Dios.

Shabat Shalom,

Gustavo

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