¿Cuál de todos los milagros que aparecen en la Torá resulta más difícil de creer? Me gusta hacer esta pregunta habitualmente y escucho atento las respuestas que abarcan un amplio espectro de intervenciones prodigiosas de Dios desde la creación del mundo en adelante.
Cuando las miradas empiezan a inquirir mi opinión del tema, medio en broma y medio en serio les digo que para mí, el relato más difícil de aceptar no es un hecho sobrenatural sino la situación que describe Parashat Vaiakhel en relación a la abundancia de ofrendas del pueblo para construir el Mishkán (Santuario):
“Dijeron (los artesanos) a Moisés: “El pueblo aporta más de lo que se necesita para ejecutar la tarea que Dios ha mandado». Entonces Moisés ordenó que se hiciera correr esta consigna a través del campamento: «Que nadie, sea hombre o mujer, siga preparando materiales para presentarlos como ofrenda». Así el pueblo se abstuvo de hacer nuevos donativos, porque los materiales aportados ya eran más que suficientes para realizar todo el trabajo. “(Ex. 36:5-7)El RaMBaN (Najmánides, España siglo XIII) en su comentario a este pasaje, explica que hay 3 elementos para destacar. El compromiso y la generosidad del pueblo que trae donativos en cantidad. La honradez y seriedad de los artesanos que reconocieron cuando ya eran suficientes las ofrendas. Y por último la integridad de Moisés que no aspiró a quedarse con las dádivas del pueblo y mandó a detenerlas (Por eso, cuando Koraj se subleva, Moisés puede afirmar: “Yo no les he quitado ni un solo asno ni he perjudicado a ninguno de ellos». Núm. 16:15)
¿Demasiado bueno para ser creíble? Algunos comentaristas, un poco más realistas podríamos pensar, sostienen que en realidad la orden no fue que la gente deje de traer contribuciones, sino que no sigan “preparando materiales” para ofrendar. Por ejemplo Ovadia Sforno (Italia, Siglo XV) aclara que la orden se refiere a la ofrenda de labores, como por ejemplo las donaciones de hilados (Ex. 35:25).
Por cierto, en su libro Al Hatorá, el rabino Mordejai Hacohen (Israel, siglo XX) explica que la orden de Moisés fue que cesen las donaciones de las tareas pero no las contribuciones para enseñarnos que una persona siempre debe tener su mano abierta para hacer Tzedaká. Dar y volver a dar incluso cien veces.
Volviendo al tema de la abundancia de las donaciones, hay una relación interesante con la historia del becerro de oro. Ante la extraña petición del pueblo a Aharón para que les construya un dios este solicita: (Ex. 32:2) «Quiten a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas, las argollas de oro que llevan prendidas a sus orejas, y tráiganlas aquí». Según explica Rashí (Francia, siglo XI) el deseo de Aharon era ganar tiempo hasta que Moisés bajara, por eso les pidió el oro para hacer el becerro. Nunca imagino una respuesta tan rápida y tan contundente.
El vínculo entre ambos relatos se origina ya en las interpretaciones rabínicas. De acuerdo al Midrash (Tanjuma Trumá: 8) el oro del Mishkán sirvió como expiación por el oro del becerro y así como los israelitas donaron profusamente para la realización del ídolo, así lo hicieron para la construcción del Mishkán.
Sin embargo a mí me gusta ver ambas experiencias como manifestación de una cualidad de la generación del desierto. Esta generación, siempre tan cuestionada por su incapacidad de articular una vida plena en libertad y tan vapuleada por la facilidad con la que abandonaba el camino del pacto con Dios, tenía la virtud de entregarse con toda devoción a las causas (incluso contradictorias) que sostenían.
Aun en sus vacilaciones, los israelitas comprendieron que las palabras se deben traducir en acciones, y las convicciones se vuelven profundas especialmente allí donde se manifiestan nuestros aportes monetarios. Como dice el dicho en inglés (interesantemente me cuesta encontrar un paralelo en español) “Put your money where your mouth is”, pon tu dinero allí donde está tu boca.
Quizás también nosotros podamos aprender algo de aquella dificil generación rebelde: Hacer de nuestros compromisos, una realidad y poner nuestro empeño, nuestra dedicación y nuestro dinero allí donde habitan nuestras creencias.
Shabat shalom
Gustavo
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