Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana
Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México
Nos encontramos leyendo esta semana las últimas parashiot del tercer libro de la Torá. Este libro, consagrado a la enseñanza de que, en la tradición judía, los aspectos rituales y éticos conforman un tejido único e inquebrantable que no puede disociarse, finaliza con una larga lista de premios y castigos destinados a quienes cumplan o transgredan con el pacto establecido.
Rabino Joshua Kullock
Comunidad Hebrea de Guadalajara, México
Nos encontramos leyendo esta semana las últimas parashiot del tercer libro de la Torá. Este libro, consagrado a la enseñanza de que, en la tradición judía, los aspectos rituales y éticos conforman un tejido único e inquebrantable que no puede disociarse, finaliza con una larga lista de premios y castigos destinados a quienes cumplan o transgredan con el pacto establecido.
Esta dura admonición servía como epílogo a los lineamientos del vínculo que se había fraguado entre Israel y Ds: una vez que estaban claros cuáles eran los procedimientos y cómo debía sostenerse la relación, al final se mencionaban las consecuencias que acarreaba la decisión de incumplir con el compromiso asumido.
Más aún: al menos hasta este momento de la historia, el pueblo de Israel ya estaba en condiciones de ingresar a la tierra prometida. Una vez sucedida la revelación divina en el Sinaí y la explicitación de la ley por parte de Moisés, lo único que faltaba era cruzar el Jordán y asentarse. Es en este contexto, previo a la conquista, que se mencionan los premios y castigos de parashat Bejukotai. El hecho de que la historia no haya resultado tal y como estaba planeada, y que en lugar de dos años en el desierto hayan pasado cuarenta, también sirve para entender por qué, sobre el final del Deuteronomio, Moisés vuelve a sostener una arenga similar a un pueblo totalmente renovado.
En el contexto de los premios y los castigos, me parece importante que nos demos un tiempo para pensar sobre la necesidad de poner condiciones al cumplimiento de las mitzvot que sostienen el pacto. En una época como la nuestra, tan distinta a lo que acontecía hace más de tres mil años, es válido preguntarse si el encuadrar la observancia en un marco de premios o castigos no termina por corromper toda la estructura. ¿Es prudente promover una vida de mitzvot en nuestras comunidades, cuando el precio a pagar es la amenaza inminente de castigos celestiales?
Maimónides, en el siglo XII, fue uno de los pensadores que intentó explicar el mecanismo de premios y castigos que aparece en la Torá, explicación que fue luego continuada por los sabios talmúdicos. Para ello, se sirvió de la siguiente alegoría:
Imagínate a un niño pequeño a quien lo llevan a estudiar Torá con un maestro. Y el estudio de la Torá es el bien más grande por medio del cual va a conseguir todas las excelencias. Sin embargo, el niño, por su corta edad y su intelecto débil, no entiende lo bueno que es el estudio, ni tampoco las excelencias que va a recibir por medio de él; y por esto es necesario que el maestro – quien es más íntegro que él – lo incentive para que estudie, con cosas que son apreciadas por él. El maestro le dirá: lee y te daré nueces, o higos, o un poco de miel. Y así el niño lee y se esfuerza, no por amor a la lectura en sí – ya que no aprecia aún sus virtudes – sino para que le den esa comida [que le prometieron]. El comer esas cosas ricas es, sin duda alguna, más importante a sus ojos que la lectura, y mucho mejor; y por eso piensa que el estudio es un trabajo duro, y se esfuerza para alcanzar el objetivo querido, a saber: una nuez, o un poco de miel [...] Y cuando sea más completo en su intelecto, y le parezca de poco valor lo anterior, va a pensar en algo más importante. Su maestro le dirá entonces: estudia esta porción o este capítulo y te daré una moneda de oro, o dos monedas, y el dinero es más importante para él que el estudio en sí, ya que el fin del estudio es conseguir ese oro que prometieron darle. Y cuando crezca su intelecto y le parezca algo de poco valor lo anterior, va a querer entonces algo más importante. Entonces su maestro le dirá, estudia para ser Rabino y para ser Juez, y te respetarán y los hombres se pondrán de pie ante tu presencia y cumplirán tus órdenes y tu nombre será conocido en tu vida y aún después de tu muerte como Fulano y Mengano. Y él lee para llegar a ese grado. Y su finalidad es el honor con el que lo van a honrar los hombres, y lo que lo van a elevar y alabar.
Al leer las palabras de Maimónides, no solamente podemos empezar a comprender lo que leemos en la Torá, sino también dar cuenta de que el mecanismo de premios y educativos permea nuestras vidas de múltiples maneras, y de hecho, muchas veces caemos en su uso cuando intentamos educar a nuestros hijos.
No obstante, y como dirá Rambam una vez expuesta la alegoría, el sistema por el cual se nos prometen premios y se nos advierte acerca de los castigos es despreciable. Hacemos uso de él con la férrea convicción de que, con el paso del tiempo, el niño que va creciendo termine por entender que lo importante no era lo que él consideraba como su premio (la miel, el oro, el honor), sino que la verdadera bendición es la posibilidad de estudiar, expandir su propia conciencia y afirmarse de manera creativa en la tradición de Israel.
Para Maimónides, y así también debiera ser para nosotros, el ideal no es brindarse a una estructura que genere miedos y culpas, sino desafiarnos en generar un marco que nos permita abrazar un judaísmo dinámico, incluyente y vibrante, enraizado no en el temor sino en un profundo amor a la Torá y al mensaje milenario de nuestro pueblo.
Será entonces que podemos hacernos eco de las palabras del salmista, quien sostuvo que: “El mundo se construye a través del amor” (89:3). Quiera Ds inspirarnos para realizar entre todos esta bendita tarea.
Shabat Shalom uMeboraj!
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