Rabino Rami Pavolotzky
Congregación B´nei Israel, San José, Costa Rica
Vejez y sabiduría
Después de enterrar a su mujer Sará, Abraham se dispone a buscarle una esposa a su hijo Itzjak. Entre estos dos episodios, la Torá nos cuenta que “Abraham era viejo, entrado en días, y el Eterno bendijo a Abraham en todo” (Bereshit 24:1).
Dado que la Torá no abunda en descripciones personales, cuando sí aparecen, como en nuestro versículo, los comentaristas intentan explicar cuál es la razón. Como era de esperar para quien conoce los comentarios tradicionales, algunos exégetas relacionan el hecho de que la Torá nos cuente que Abraham era anciano con el texto inmediatamente anterior, mientras que otros lo hacen con el párrafo inmediatamente posterior. Por eso, hay quienes opinan (por ejemplo el Midrash Tanjuma) que la vejez dominó repentinamente a Abraham luego de morir su compañera, mientras que otros (por ejemplo Seforno, Rashbam, Rambán, etc.) creen que al tomar conciencia de su avanzada edad, Abraham entendió que ya era hora de buscar una esposa para su hijo, cuando todavía le era posible hacerlo.
Dos detalles más llaman la atención sobre el versículo aludido: por un lado, ya la Torá nos había dicho que Abraham y Sará eran “viejos y entrados en días”, justo después de que les fuera anunciado que Dios les concedería un hijo (Génesis 18:8). Aquí es claro que la Torá busca contrastar la avanzada edad de los patriarcas con la buena nueva de la bendición divina de la descendencia.
El segundo punto que llama la atención es que si bien Abraham falleció a una edad avanzada, muchos hombres antes de él (de acuerdo a las genealogías bíblicas) habían vivido cientos de años más que él, mas sin embargo de ninguno de ellos se nos cuenta que hubieran sido viejos/ancianos ni entrados en años. ¿Qué hay de particular en la vida de Abraham para que la Torá se encargue de dejar en claro que era anciano?
La tradición judía asocia la vejez con la sabiduría: el midrash explica que la palabra hebrea zaken (viejo, anciano) es en realidad un acróstico de la frase ze kaná jojmá, es decir “esta persona ha adquirido sabiduría”. Quizás debamos deducir que Abraham es el primer hombre en la historia bíblica que aumenta su sabiduría a medida que envejece.
La Torá también declara que “Delante de un hombre canoso te levantarás y honrarás la persona del anciano…” (Levítico 19:32). Los sabios entendieron que aquí la Torá se refiere específicamente al hombre que ha adquirido sabiduría. De hecho, si uno busca el precepto asociado a este versículo en el Sefer Hajinuj (un célebre compendio medieval sobre las leyes de la Torá), encuentra que es llamado directamente “el respeto a los sabios”. Una vez más, la vejez asociada a la sabiduría.
Ahora bien, cuando en nuestros días escuchamos a alguien que al describir una persona comienza relatando “es viejo…” o “está entrado en años…”, solemos darle una connotación negativa, como si se dijera que a esa persona le falta vigor físico, tiene algún tipo de problema cognitivo y/o de comunicación, etc. Algo parece haber cambiado, entonces.
Mientras que en la milenaria tradición judía se honra al anciano, parecería que en nuestra sociedad más bien se lo aparta, o en el mejor de los casos se le tiene simpatía y hasta un poco de lástima. Mientras que en la antigüedad la gente ansiaba llegar a la vejez para ocupar los puestos de liderazgo social, y merecer el aprecio y respeto de toda la comunidad, hoy casi que es una etapa de la vida a la cual procuramos llegar lo más lento posible, e incluso disimular al máximo los signos de su aparición. ¿Cuándo se produjo tremendo cambio en la valoración social de los ancianos?
Como lo explican los sociólogos contemporáneos, la revolución industrial, los acelerados cambios en la cultura, economía y sociedad, y en nuestros días la vorágine tecnológica en la que estamos inmersos, han llevado el imaginario social de un anciano desde aquel líder sabio, hasta alguien que casi podríamos decir que “molesta” al ser improductivo y a veces necesitado de ayuda.
El culto moderno a la juventud y a las novedades en todos los campos, han cambiado radicalmente nuestra valoración de jóvenes y ancianos. Los jóvenes han dejado de ser aquellos hombres y mujeres faltos de experiencia y con ansias de aprender de sus mayores, para convertirse en aquellos miembros de la sociedad que más producen, mejor se ven, y además los que naturalmente mejor se adaptan a los cambios tecnológicos y científicos con que somos sorprendidos día a día. Los viejos, en cambio, de ser aquellos que hacían gala de una experiencia y conocimiento que solos los años podían darles, han pasado a ser personas a las cuales les cuesta sobremanera seguir el acelerado ritmo moderno, y poder enfrentar un mundo que se renueva casi que año tras año, donde los conocimientos tradicionales ya no tiene el valor que antaño poseían.
¿Puede el judaísmo hacer algún aporte significativo para hacer frente a esta injusticia social? No tengo la menor duda de que puede y debe hacerlo. La sabiduría de nuestro pueblo, nuestros textos y nuestras tradiciones, nos enseñan a vivir mejor, más sabiamente, a valorar cada instante de nuestras vidas, a asombrarnos del poderoso misterio que envuelve nuestra existencia, a enfrentar la vida con dignidad y coraje. Nuestra Torá es horaá, “instrucción”, además de ser Torat jaim, una Torá de vida. El camino de esta vida viene marcado por las mitzvot, que están reguladas en la halajá, que literalmente significa caminar, el camino a seguir.
Por más que milenios de amor y dedicación al estudio nos han preparado para estar listos para investigar los diferentes campos del conocimiento humano (como demuestran las estadísticas que reflejan cómo se destacan los judíos en las ciencias y las artes), la esencia de la sabiduría judía radica en su indagación constante del sentido de la vida, de la naturaleza del hombre, de la realidad divina y de la relación entre el hombre y su creador. Y es precisamente en este campo donde “nuestros viejos” siguen siendo todavía muy sabios, con esa sabiduría que solo la experiencia de vida puede dar. Como judíos, seguimos respetando y admirando las canas y las arrugas, el movimiento lento, la mirada reflexiva y la memoria viva.
Quiero creer que aún lo seguimos haciendo, y que además podemos dar un ejemplo social en este campo.
Shabat shalom,
Rabino Rami Pavolotzky
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