Rabina Daniela Szuster
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
¿Alguna vez le pasó en la vida que lo tildaran de desordenado o aburrido, quizás tímido o egoísta? ¿Quizás en la escuela lo nombraban los maestros como el inteligente o el distraído? ¿Y los compañeros, como el lerdo o el necio? ¿Quizás en el trabajo como el eficiente o como el perezoso? ¿En el hospital, como el diabético o el hipertenso? ¿Quizás fue a un psicólogo que lo diagnosticó como neurótico o histérico, o el psicólogo de la escuela catalogó a su hijo como el hiperquinético o el del síndrome de déficit atencional? Ni que hablar de etiquetas étnicas y discriminatorias, como ser “el judío”, “el gitano”, “el homosexual”, “el negro”, etc.
Quisiera que por un momento pensara en su vida y en la cantidad de etiquetas que la sociedad le ha adjudicado. ¿Cuáles recuerda? ¿Cómo se sentía? ¿Creía que realmente era así?
En la parashá de esta semana tenemos dos personajes que, ya desde antes de nacer, fueron etiquetados, y esas determinaciones les quedaron para toda la vida.
Rivka, nuestra segunda matriarca, quedó embarazada y nos cuenta la Torá que tenía dos bebés en su vientre, que se movían rápidamente. Rivka estaba preocupada por esto y D”s le respondió diciendo: “dos pueblos hay en tu vientre, y dos naciones desde tus entrañas se han de bifurcar; mas una nación será más vigorosa que la otra. Y el mayor servirá al menor” (Bereshit 25: 23).
Ya desde el vientre materno tenía cada uno su destino; uno más vigoroso, el otro más débil.
Los sabios del Midrash explican los movimientos intrauterinos diciendo que, cuando Rivka pasaba por un Beit Midrash (casa de estudio) de Shem y de Ever, Iaacov se movía e intentaba salir. Y cuando pasaba por una casa donde se alababa la idolatría, Eisav se movía y quería salir. Desde el comienzo, estereotipos muy marcados. Uno era el estudioso de la Tora; el otro, el idólatra. Luego la Torá relata que “Eisav se hizo hombre que sabía cazar, hombre de campo; mientras que Iaacov era hombre íntegro, morador de tiendas” (Bereshit 25: 27).
Los sabios explican que no eran simplemente ocupaciones diferentes, sino características personales distintas. Uno era el rudo, agreste y astuto, y el otro, el tranquilo, meditativo y espiritual.
Iaacov y Eisav fueron etiquetados antes del nacimiento y durante toda su vida. Era tan fuerte la manera en que fueron nombrados que terminaron, de alguna manera, cumpliendo con lo que la familia y la sociedad esperaban de ellos.
Cuando nos nombran de una manera tan tajante, “el inteligente”, “el bondadoso”, “el irresponsable”, “el vago” o “ambicioso”, significa que quien nos nombra se olvida de la complejidad del ser humano. Lo último que tenemos que hacer es creer en las rotulaciones que nos marcan, que intentan encerrarnos y hacer de nosotros algo uniforme y homogéneo en todo momento, hagamos lo que hagamos, lo cual es imposible en el ser humano. De por sí, los seres humanos somos flexibles y con la capacidad de cambiar en diferentes circunstancias y en las distintas etapas de la vida.
Habría que reflexionar por qué la sociedad insiste en catalogar a la gente y dividirla en categorías. Al ser parte de la sociedad, no hay que olvidar que así como somos catalogados, nosotros también etiquetamos a los demás.
En esta semana, quisiera que nos demos la oportunidad de pensar en las etiquetas que vamos adjudicando a los demás: a quién, ¿a nuestros hijos, a nuestros padres, a amigos o al extranjero?; de qué manera, ¿por su bien o para lastimarlo?, ¿con humor o con desprecio, discriminando y haciendo sufrir a la otra persona?
Un interesante ejercicio es que cada vez que realicemos esta acción, podamos pensar en qué otras cualidades positivas tiene la persona, que no estamos teniendo en cuenta.
No simplifiquemos a los seres humanos y los reduzcamos a un nombre, que lo único que hace es hacer sufrir y disminuirlo.
Todos, de alguna manera u otra, fuimos o somos etiquetados en la vida. Sepamos que es algo muy cruel y poco fructífero. Evitemos hacérselo a los demás. Quizás de esta manera, llegue un momento en que podamos vernos de una forma más integral; ver lo positivo y negativo y darnos la posibilidad de ver otras cualidades, más allá de lo que los rumores intentan determinar.
Los estereotipos encierran, reducen, simplifican y frustran; en cambio, el poder apreciar la pluralidad de facetas que presentan los seres humanos, nos enriquece profundamente.
¡Shabat Shalom!
Rabina Daniela Szuster
Congregación B´nei Israel, Costa Rica
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