jueves, 29 de noviembre de 2012

Vaishlaj 5773

Los Rabinos de la UJCL escriben sobre la parashá de la semana

Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel

Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo, platearon mi sien.
Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada…

El tango “Volver”, interpretado notablemente por el inmortal Carlos Gardel, constituye uno de los clásicos del género, a tal punto que hasta un neófito en la materia (como es mi caso) conoce su estribillo de memoria.  La letra, compuesta por Alfredo Lepera, expresa la nostalgia y el desasosiego de aquel que retorna tras una larga temporada fuera de su hogar.

Si le pidiéramos opinión a nuestro patriarca Jacob, es posible que a simple vista no se entusiasmara demasiado con este tango.

Está regresando a Canaán tras dos décadas en casa de su tío Laván.  La Torá no nos dice exactamente qué edad tenía, pero la unión de ciertos datos nos permite deducir que Jacob estaba lejos de tener la “frente marchita”.  (Por cierto, la biografía de Jacob presenta algunos elementos complicados.)

Además, al repasar la celebre frase del tango “que veinte años no es nada”, Jacob diría que para él esos veinte años fueron mucho.  Salió solo y sin dinero (“Porque cuando crucé el Jordán, no tenía nada más que mi bastón”, Gen 32:11) y regresa con una enorme familia y abundante riqueza (“Poseo bueyes, asnos, ovejas, esclavos y esclavas”, Id. 6), a tal punto que constituye dos campamentos (Id.11).

Sin embargo, pudiera pensar Jacob, quizás el tango no esté tan equivocado.  El pánico que siente ante el inminente reencuentro con su hermano, aquel que había jurado matarlo (Id. 27:41), lo retrotrae en el tiempo.  En ese momento, en la soledad de esa noche atormentada en la ribera del río Yabok, nos concedería que para ciertas sensaciones “veinte años no es nada”.

Ya menos receloso ante la voz de Gardel, nuestro patriarca abriría grande sus ojos ante la continuación del tango.  Y hasta hubiera jurado que fue precisamente su sentir en la vigilia, la fuente de inspiración de la que abrevó el autor para escribir el siguiente pasaje:

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida.  
Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar.

Miedo al encuentro con el pasado y miedo a la noche y sus sueños.   En estas dos dimensiones se resume el sentir de Jacob en aquella noche solitaria.  Las palabras del tango expresan los mismos sentimientos, la misma angustia que abriga en su corazón.  Deberá plantarse ante a su hermano Esav y atravesar de manera exitosa el reencuentro, a la vez que la larga noche, con sus sueños y recuerdos, le deparará la lucha con el ángel de Dios (¿una versión de sus propias tribulaciones?).

Con su hermano se juega literalmente la vida; con Dios, el sentido de su existencia.  Para la primera se prepara y envía mensajeros con regalos, para “ablandar” la ira de su hermano (Id. 32:6).  La segunda lo toma por sorpresa, ¿o acaso uno puede organizarse para enfrentar a Dios?

Y, de repente, ambas disputas comienzan a enredarse.  Jacob no puede confrontar a Esav sin antes resolver sus propias disputas; ¿o acaso no es eso la lucha con el ángel?  La reyerta con el ángel se convierte en una pelea cuerpo a cuerpo, de la cual Jacob sale lastimado (Id. 32:26) y convertido en Israel (Id. 29).  Sorprendentemente, a la mañana siguiente vuelve a ser Jacob, para postrarse siete veces ante su hermano y ver como este sale conmovido a abrazarlo (a pesar de que el Midrash – Bereshit Raba 78:9 - prefiere ver segundas intenciones en el beso de Esav).  De allí en más, el camino del regreso ya fue más sereno.

Muchas vicisitudes le acaecerán aún a Jacob/Israel en el resto de su vida: la violación de Dina, la muerte de Raquel, la desaparición de Iosef, su hijo favorito, entre otras.  Lo que está claro es que fue aquella jornada inolvidable la que transformó su vida y lo convirtió en nuestro tercer patriarca.

Quizás fue esa misma noche, regresando a Canaán luego de veinte años, en vísperas del reencuentro con su hermano, después de separar a su gente en dos campamentos y antes de ser desafiado por el ángel divino, cuando el reflejo del rio Yabok proyectaba la imagen de un hombre sentado solo y acongojado que, acompañado por el rasgueo de una guitarra, comenzaba a cantar a viva voz, el tango “Volver”.

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