Los rabinos de la UJCL escriben acerca de la parashá de la semana
Rabino Gustavo Kraselnik
Congregación Kol Shearith Israel
Ciudad de Panamá, Panamá.
El comienzo de Parashat Tazria nos trae la ley de la mujer parturienta (Levítico Cap. 12). Al comentar este pasaje, la profesora Nejama Leibovitch, afirma: “Las leyes de pureza e impureza nos desconciertan, no sabremos nunca su sentido y nunca podremos comprenderlas…”
Reconociendo de antemano nuestras limitadas expectativas, nos adentramos en el texto, compuesto por apenas 8 versículos, que establece el proceso de purificación para la mujer, posterior al parto: 40 días en el caso de dar a luz a un varón (7 días de impureza más 33 de purificación de la sangre) y el doble (14 más 66) en el caso de dar a luz a una niña. En ese mismo pasaje (Vs. 3) aparece intercalado el recordatorio del precepto del Brit Milá (circuncisión) que debe realizarse al octavo día.
Después del tiempo de purificación establecido, la Torá ordena que la mujer deberá traer dos ofrendas, un cordero de un año como “Olá” (Holocausto) y lo más sorprendente: un palomo como “Jatat” (sacrificio por el pecado) para que expíe por ella.
Esta última ofrenda dispara inmediatamente nuestra curiosidad. Si el ser humano recibió en varias oportunidades la orden de reproducirse (“Procread y multiplicaos” Gn. 1:28 y 9:1), ¿cómo es que al llevarla a la práctica hay una falta que exige la ofrenda de un Jatat? ¿Cuál es exactamente el pecado?
Les confieso que no encontré una gran variedad de explicaciones. La más conocida aparece en el Talmud (Nidá 31b): Rabi Shimon Bar Iojai opina que el sacrificio viene a expiar los insultos o blasfemias que la mujer pudiera haber proferido en el momento del parto (según los estudios, una de las experiencias más dolorosas por la que atraviesa la mujer) o incluso el juramento de no volver a tener relaciones con su esposo (para no tener que pasar de nuevo por semejante dolor). Esa opinión es refutada por Rabi Yosef.
Una interpretación interesante la trae el libro Daat Zkenim (escrito en el siglo XIII por los discípulos de Rashi): La clave para comprender este pasaje radica en entender Lejaper como una suerte de “purificación espiritual” más que una expiación, ya que la mujer no ha cometido ninguna falta. Esa relectura nos brindaría un enfoque interesante sobre la forma en que nosotros debemos ver a Yom Kipur (día de la “purificación espiritual” y no de la “expiación”)
Una nueva dimensión podemos encontrar al contemplar estos pasajes con los ojos de nuestro tiempo. Para nuestra generación, que tanto se vanagloria de los logros del ser humano, podría hallar un sentido valioso en esta ley, que nos invita a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas.
Desde esta perspectiva, quizás podamos plantear que la Torá contemple cierta presunción de que la mujer que acaba de dar a luz, orgullosa por lo que ha realizado, pueda sentir como exclusivo el crédito por la nueva vida, olvidando el rol de Dios en el milagro de la reproducción. En su falta de humildad podría estar su falla.
Por eso, es precisamente a nosotros, que conocemos con mucho mayor detalle cómo es el sistema reproductivo del ser humano, que sabemos cómo evoluciona el feto desde su gestación, que somos testigos de los grandes “milagros” en el campo de la fertilización que realiza la ciencia, que la Torá nos convoca a descubrir la intervención divina que se manifiesta también en la creación de una nueva vida. Así lo enseñaron nuestros maestros en el Talmud (Kidushin 30b): “Tres socios participan del proceso de la creación de un ser humano: Dios, su padre y su madre.”
Ser conscientes de la presencia de Dios en nuestras vidas. De eso se trata.
Shabat shalom
Gustavo
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