Rabino Joshua Kullock
Algunos días atrás, haciendo algo de zapping, de pronto me encontré con que estaban pasando la segunda parte de Spiderman. Sin ser un adicto a los comics, me parece que la película es bastante entretenida, y por tanto me quedé mirando un rato.
Para aquellos que no conocen o no recuerdan la trama del superhéroe arácnido, les cuento que el Hombre Araña se llama en realidad Peter Parker. Este joven no muy popular es picado por una araña radioactiva, y desde ese momento le son conferidos ciertos poderes que serán utilizados oportunamente para luchar contra las injusticias y vencer al mal.
De alguna forma, creo que esta frase encuentra su correlato en los textos de nuestra tradición, en la Parashá que leemos esta semana. Porque en Parashat Vaikrá, quedan establecidas las diferentes ofrendas que debían traer los miembros del pueblo frente a sus acciones y omisiones. Y adivinen qué… aquellos que tenían un rol de liderazgo tribal o sacerdotal, debían sacrificar un animal más grande – y por ende más caro – para enmendar el error cometido.
Esto me recuerda un cuento que alguna vez escuché de mi amigo y maestro, el rabino Gustavo Surazski, y que me parece que vale la pena contar: Unas semanas antes de que comenzara la festividad de Pésaj, en uno de los barrios míticos y atemporales de Jerusalem, un rabino muy importante tuvo un inconveniente casero: se le rompió un inodoro. Viendo que el problema no tenía solución, decidió ir a un negocio de sanitarios, compró un nuevo inodoro y sacó el inodoro viejo a la calle.
Los vecinos, que por supuesto eran alumnos del Rebe, al ver a su maestro sacando el inodoro a la calle pensaron: ¡Qué piadoso es nuestro rabino! Se acerca Pésaj y él se cuida de que no haya jámetz en su casa, ni siquiera en el baño.
A los pocos días, y para regocijo de los comerciantes de sanitarios de toda la ciudad, medio barrio había cambiado ya sus instalaciones y una pila de inodoros poblaba las calles, esperando a que el camión de la basura pasara por ellos.
Podemos extraer dos conclusiones de esta historia. Por un lado, parecería ser que, por momentos, el apego a un líder o a sus enseñanzas se vuelve tan profundo que la gente deja de pensar y se dedica simplemente a repetir aquello que ve, sin cuestionarse ni reflexionar sobre ello.
Pero por el otro, la historia nos enseña también cuán grande es la responsabilidad de un líder o de un maestro. Aquello que haga o deje de hacer repercutirá en las personas que lo conocen y respetan, y ayudará a que el grupo que lidera avance y crezca o se hunda indefectiblemente en un mar de tinieblas.
Como dice el tío Ben: “Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.” O en otras palabras, todo ejercicio del poder nos exige que tomemos posición y nos hagamos cargo de nuestras acciones y decisiones.
Pero no debemos confundirnos. El hecho de haber dicho que los líderes son responsables importantes de los procesos que se lleven adelante en sus grupos de pertenencia no nos libera a nosotros de la responsabilidad que tenemos respecto al buen funcionamiento de dichos grupos.
Porque el poder, como bien dijo Foucault, no es propiedad de una persona aislada. El poder es una relación que ocurre en el “entre.” El poder es una relación que se establece al menos entre dos. Y por lo tanto, para que el poder exista es necesario que exista la sociedad. Para que se consolide la posibilidad de poder, que no es sustantivo sino verbo, debemos consolidarnos y fortalecernos en comunidad. Porque la bendición de hacernos responsables solo nace cuando hay alguien que llama, y alguien que tiene la habilidad de responder. Porque el poder requiere de responsabilidad, y la responsabilidad solo nace en la común unidad de un compromiso compartido, que se asume cotidiano, trascendente y entre todos.
Que podamos entonces abrir nuestros oídos y corazones a la voz que constantemente nos está llamando, y que inspirados en los ideales de nuestros padres y abuelos sepamos unirnos y reunirnos en el ejercicio de poder, en la posibilidad de querer, y en el desafío de hacer del espacio que habitamos, un espacio mejor.
Shabat Shalom
Rabino Joshua Kullock
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